—Me imagino que tú serás el primero, ¿no?—preguntó Cesar señalando a Bruno.
Este asintió con la cabeza y besó a María.
—En unos minutos nos vemos—le dijo en tono seductor mientras le guiñaba un ojo.
María miró el lugar en el que se encontraban, no le sonaba de nada. No recordaba haber estado nunca en esa especie de versión futurista del coliseo romano.
—¿Dónde estamos?—le preguntó a Clo.
—Aquí es donde se hacen siempre las conexiones. Está preparado para que nada ni nadie entre—le explicó—. Es como la versión premium del anillo Dommus—añadió.
La Ignis asintió asimilando lo que la chica acababa de contarle. La conexión de Nathaniel había sido algo excepcional. Se había dado de esa manera porque las circunstancias así lo requerían, pero lo normal era realizarla en ese lugar con todas las seguridades y con el "catálogo de criaturas" a mano.
—Y bien, ¿qué va a ser?
Por extraño que sonase, Bruno siempre había querido escoger una quimera como su padre, pero se encontraban en una situación en la que necesitaban las criaturas más potentes posibles, así que ni si quiera se lo pensó.
—Un aliento de fuego.
Todos se giraron sorprendidos sin entender cómo se iba a arriesgar de esa manera. Esos eran los dragones más feroces de todos, los más difíciles para conectar.
—Piénsalo bien—pidió Cesar.
Él conocía a la perfección a esas criaturas. Él mismo casi había muerto para lograr la conexión con uno de ellos. Sabía que eran criaturas extraordinarias. Conectarte con uno de ellos te hacía prácticamente imparable, tenían un poder que sobresalía respecto del resto. Pocas criaturas eran rivales para ellos, pero precisamente por eso conectar con ellos era casi imposible. Él lo sabía. Para conectar con ellos había que estar dispuesto a perder parte de ti. Esas criaturas tenían un carácter diferente al resto, tú los controlabas, pero ellos a ti también...
—Lo he pensado bien. Además, ya conoces las reglas, una vez dicho el nombre ya no hay marcha atrás—repitió el muchacho.
—No seas imbécil y escoge otra criatura. Esto no es una conexión oficial y las reglas no se aplican en esta situación—intervino Marco algo agobiado.
Había vivido de primera mano todo el sufrimiento que Cesar pasó por su conexión y no estaba dispuesto a revivirlo por el ego de ese niñato. Además, seguramente no fuese a lograrlo. No creía que estuviese preparado para conectar con un dragón aliento de fuego.
—¡Es mi decisión!—explotó Bruno.
Sabía que su decisión era arriesgada, pero estaba desesperado. Debía tener una criatura capaz de hacer frente a Ezequiel y sus hombres, y a los repudiados, y esa era la mejor criatura para el combate.
—Está bien—aceptó Cesar cogiéndola la bola en la que se encontraban los aliento de fuego.
—¿Qué?—exclamaron el resto al unísono sin creerse que Cesar lo fuese a ayudar en esa acción suicidad.
—Es su decisión, y debemos respetarla.
—No, no, no—pidió María agarrándolo del brazo.
—Ey, tranquila mi pequeña mariposa. Te prometo que en nada voy a estar aquí contigo—dijo con una gran sonrisa.
—Por favor—insistió ella.
Él la besó y aprovechó que ella tenía los ojos cerrados para introducirse en la zona de combate.
—Lo siento, pero debo hacerlo—le dijo.
Cesar miró la bola. Esas criaturas le traían demasiados recuerdos. Eso estaba siendo demasiado duro para él.
—¿Quieres que lo haga yo?—preguntó Marco apretando con fuerza el hombro de su novio.
—No, tranquilo. Debo hacerlo yo—sentenció.
Era hora de que el exDomador se enfrentase a su pasado. Seleccionó uno de los dragones que se encontraba solo sobrevolando el cielo y lanzó la bola a la zona de combate. Una niebla llenó el lugar y los chicos cogieron asiento con una sensación de angustia inaguantable. María volvió a morderse las uñas. A ese paso iba a tener que comenzar a morder las del resto.
Bruno miró a la aterradora criatura y sintió miedo, claro que lo sintió. Era un pequeño guisante al que ese dragón podía aplastar con cualquiera de sus cuatro patas. Bueno, eso sin contar de que una llamarada suyo lo chamuscaría en cuestión de segundos. Tragó saliva, debía dejar de imaginarse eso. Estaba ahí porque no había otra opción. Debía seguir con el plan.
El dragón lo miró y lo golpeó feroz con su fuerte y larga cola. Bruno salió disparado contra una de las paredes del coliseo como si de una delicada hoja se tratase. Al caer al suelo se llevó las manos a las costillas, se había roto unas cuantas. La nariz le sangraba. Sabía que si no se serenaba no tardaría mucho en perder la pelea, y con ella su vida.
El dragón abrió sus fauces y lanzó una enorme llamarada en dirección de Bruno, quien logró esquivarla en el último segundo.