Sobre la cama se encontraban dos mujeres adultas semidesnudas, por los rasgos físicos de sus orejas, nariz y colas uno podía intuir que con su habilidad racial de Licántropo serían capaces de transformarse en jaguares.
En frente de la cama se encontraba parado un joven adulto también semidesnudo, sobre su cuello descansaba un collar hecho con distintos dientes y colmillos de enemigos que Licaón derrotó en un pasado.
Todo sobre la cultura y costumbres de los cambiaformas del Reino Carmesí giraba en torno a la fuerza física, si uno era débil no era digno de vivir. Este pensamiento se extendía también a las relaciones sexuales, si uno quería reclamar a un macho o hembra tendría que derrotarlo en un combate.
Por ese motivo las dos mujeres esperando en la cama tenían algunos moretones y heridas en sus cuerpos de la misma forma que Licaón también presentaba lastimaduras de garras todavía abiertas. Aunque al final el Príncipe Salvaje ganó la contienda y por lo tanto el derecho de tener relaciones con ellas dos, aunque no fueran a procrear descendencia.
Sin embargo, cuando el líder y representante de su especie estaba por meterse en la cama también sintió un fuerte dolor en su interior. La sensación fue como si su corazón se estrujara y rompiera, instintivamente el Licántropo se llevó una mano al pecho y ambas mujeres lo miraron confundido <No puede ser, solo se me ocurre una razón de que esto me pase> pensó para sí mismo aguantándose el dolor a la fuerza.
–Esto tendrá que esperar –lamentándose por perderse su hora de placer el príncipe se puso de pie, tomó una bata que colgaba de una silla y salió de la habitación golpeando las puertas.
Una mueca se formó en su rostro, era el resultado de soportar el dolor sin demostrar mayor debilidad. Del otro lado de la puerta había una sala de estar, con una mesa pequeña, cuatro sillones y una chimenea. Pero lo que realmente importaba de ese lugar era quien esperaba sentado.
Al verlo salir su sirviente y a la vez mano derecha se puso de pie, el joven chupa sangre débil ante el sol notó que algo extraño le pasaba a su jefe. –¡Trae la bola de cristal! –ordenó Licaón–. ¡Muéstrame al Beholder!
A toda prisa, el sirviente que le asignó su amigo cumplió con la orden. Se acercó a un librero lleno de cráneos y huesos, más trofeos de otras victorias, y tomó una esfera de cristal que parecía tener una nube gris en su interior.
El Vermibus de elegante traje negro llevó la esfera gris hasta su jefe y se la presentó, este último pasó su mano por encima y en vez de mostrar a un monstruo de un solo ojo y tentáculos la esfera simplemente se resquebrajó hasta romperse en cientos de pedazos que se esparcieron por el suelo.
– ¡¿QUÉ?! –Su sirviente se alejó asustado ante la reacción de su superior–. ¡Son humanos! ¡Seres débiles e inservibles! –Instintivamente Licaón hablaba mostrando sus colmillos y su pelaje se había erizado–. No pueden haber derrotado al Beholder que invocamos, no con lo que nos costó realizar el hechizo de teletransporte para llevarlo a la mina.
Reuniendo valor el Vermibus se dignó a hablar. –Quizás, lo que sea que los ayudó a ganar la batalla los volvió a ayudar en esta ocasión.
–Me cansé de esto, no voy a dejar que una especie tan inferior me siga haciendo quedar mal ante la corte. –Una mirada asesina cayó contra el pobre sirviente, lo hubiera matado de la ira si no fuera porque era un enviado de su amigo–. ¿El batallón encargado del coloso no muerto ya salió?
–Así es señor, hace unos días ya. Pero como los cuatrocientos Gegenees tienen que transportar al coloso no muerto es posible que los alcance, si eso es lo que quiere.
–¡Prepara ya mi armadura y equipo! No me interesa lo que diga Draugr voy a ir ahí a masacrarlos personalmente a todos para recuperar mi honor. –Terminando con su odio desbordante el Príncipe Salvaje abrió las puertas de la habitación delante suyo y se fue.
Antes de cumplir con la orden que se le dio, el sirviente y mano derecha de Licaón sacó un pequeño espejo de bolsillo de su traje y lo abrió. –Señor Draugr soy yo, lamento interrumpirlo, pero me pidió que le informara si algo importante pasaba.
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En lo alto de las montañas el paisaje se tornaba gris por las nubes de lluvia que se aproximaban, el lugar era una zona muy hostil para cualquier forma de vida y ni siquiera las plantas llegaban a crecer a esta altura. Pero todo esto era ignorado por un ser.
Siguiendo las órdenes que recibió el Siervo de Dios, enviado por la Navytragwyd, saltaba entre el terreno rocoso de alta montaña con suma facilidad gracias al suave aleteo de sus alas. Su piel morena no parecía palidecer ante el frio de la altura y su largo cabello celeste se movía con fuerza para un costado por gracia del viento.
El conjunto de la gran y extensa cordillera fue usado por las civilizaciones mortales como una delimitación natural, el lugar donde el Siervo de Dios se encontraba dividía los límites del territorio entre el Reino Sagrado de Szent y el Reino Carmesí.
No obstante, ninguna de esas dos naciones se quería hacer cargo del peligroso territorio, no crecían plantas con cualidades especiales y tampoco se encontraban minerales raros, solo eran un montón de piedras juntas. Con esto en mente el hecho de escuchar sin cesar fuertes ruidos llamó mucha la atención del enviado por la manifestación del sol.
Los nueve ojos de Siervo de Dios, cada uno de un distinto color, se movieron al unísono para un lado siguiendo los ruidos. Concentrándose en evitar ser detectado empezó a saltar entre las montañas para entender de donde provenían los ruidos, sus nueve ojos en el rostro se abrieron al descubrirlo.
Alrededor de 400 Gegenees realizaban un trabajo pesado conjunto, bien organizados entre todos usaban sus fuerzas para movilizar una gigantesca plataforma de madera y piedra. Pero lo espeluznante era lo que se encontraba arriba, una especie de golem gigante que parecía tener una piel podridá y un horno en su estómago, media alrededor de 10 metros de alto.
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Editado: 07.09.2023