La Leyenda de un Castillo en las Nubes

Parte Nexo Cuatro.

El dolor era tal que apenas su cuerpo fue capaz de recuperar la conciencia. Licaón abrió los ojos de la ardiente sensación que recorría sus nervios, con varios huesos rotos y órganos internos dañados, lo único que el Príncipe Salvaje pudo hacer fue ahogar un sonido en su boca a la par que analizaba donde se encontraba.

     Rápidamente se dio cuenta que se trataba de su habitación, en la mansión en la ciudad de Greddf. Puso a funcionar su cerebro y obtuvo el último recuerdo que tenía antes de desmayarse completamente, se trataba de otro miembro de la Corte Carmesí, su compañero y amigo llevándolo por los cielos.

     A pesar del nefasto y paralizante dolor el Licántropo se las arregló para gritar, no era la primera vez que llegaba a sentirse así de herido luego de un combate, pero si la primera en la que no logró ganar. Licaón dejó salir un grito, pero este era de furia y no de sufrimiento, aunque en este caso ambas cosas podrían ser iguales.

     Sirviendo como mensaje, el sonido que salió de su boca hizo temblar ligeramente casi toda la mansión y provocó que una sombra empezara a temblar. La negra sombra de un mueble se sacudió hasta separarse de su objeto y materializar allí mismo a una entidad.

     Rubio y bien vestido con guantes rojos, se trataba de ese imbécil. –¡Draugr! Imbécil de mierda ¡No tenías que rescatarme!

     El chupasangre lo ignoró para acercarse a su cama mientras este seguía gritándole. –¡Mi honor! Acabaste con mi poco honor al hacer eso tarado, yo perdí y lo acepté. Tenía que morir.

     Una vez en frente de la cama, a su lado, el Vermibus tomó una esquina de la sabana para destapar el cuerpo que se ocultaba debajo. El Príncipe Salvaje lo presenció, gran parte de su torso estaba manchado de violeta, negro y tenía vendas cubriendo varias heridas; él se imaginó que lo mismo aplicaba para su cabeza y brazos donde podía sentir vendas, pero no mirarlas.

     –No centré mi hemomancia en la curación, así que eso todo lo que pude hacer, igual fue lo suficiente como para alejarte del borde de la muerte.

     Soportando el agónico dolor que habría hecho desmayar o gritar a otros, el Licántropo intentó levantar su mano para formar un puño y golpear a su amigo en el rostro. Pero aunque tuviera la capacidad de soportar ese dolor, su cuerpo estaba demasiado dañado, con un movimiento suave la mano debajo del guante se envolvió alrededor de la muñeca de Licaón para detenerlo.

     –Ya déjate de estupideces por favor, no es tiempo para esto.

     La tormenta de sentimientos dentro del Príncipe Salvaje era caótica, en un segundo pasó de una ira a lamentos. –¿Cómo está el estado del reino?

     Una vez que Draugr vio que su amigo se calmó fue que se sentó en la cama a su lado. –¿Tu qué esperas tonto? El valor de nuestra moneda sigue cayendo y eso queda demostrado en el Reino Mercante de Perot, nuestra reputación ha disminuido al perder dos veces contra una de las especies más débiles.

     –Maldición, los de la corte deben odiarme. –Él cerró los ojos unos momentos, ya que recordó que existía algo mucho peor que el odio de los demás miembros–. Su Majestad Onrugem ¿Qué dijo u opina?

     –Que gracioso que lo preguntes, recién ahora debería estar enterándose.

     El Príncipe Salvaje intentó moverse en la cama pero le fue inútil, realmente estaba muy mal herido. –Tengo que hacer algo, no quiero que mi pueblo sufra las consecuencias. Soy el más fuerte de todos ¡Debo protegerlos!... aunque no tenga honor ya.

     –Pues mataste a todos tus hijos por ser débiles, y los pocos nobles no tienen mucha experiencia al morir rápido por las luchas que tienen. No creo que su Majestad Onrugem te asesine.

     Así funcionaba las leyes en la cultura de los Licántropos, los más fuertes tenían la responsabilidad de proteger a los débiles. No solo el príncipe, sino que también los nobles eran los más fuertes de entre sus congéneres, pero debido a que otros se creen fuertes son desafiados a luchas y en muchos casos perecen cediendo su título, pero solo se obtienen nobles inexpertos e incompetentes como resultado.

     –¿No crees que me mate? –El tono de voz con que Licaón preguntó eso fue uno frágil que casi nunca puede escuchársele.

     –Nuestra Majestad Onrugem no es idiota, y yo tampoco. Por eso te salvé, es más fácil y lleva menos tiempo mantenerte vivo que buscar un reemplazo. –Aunque eso es un hecho indiscutible, en realidad Draugr también lo usaba para no tener que admitir que sí lo consideraba un amigo, una razón crucial por la que no quería que muriera.

     –Llama a los mejores sanadores que encuentres, necesito recuperarme lo antes posible para entrenar y recuperar fuerzas. Si encuentro y asesino a ese niño quizás pueda restaurar algo de mi honor.  

     El Vermibus soltó un sonido de su boca exasperado y blanqueó sus ojos. –Mejor solo digamos que te lastimaste en batalla y listo, nadie del batallón sobrevivió así que nadie se enterara.

     –¡NO! Tú lo sabes y yo también, mi honor fue destruido por un niño y quizás pueda solucionarlo si hago eso. El primer enfrentamiento lo es todo, si escapé entonces perdí mi honor, si lo derrotara en un segundo enfrentamiento recuperaría, aunque sea una pequeña parte a pesar de ser algo injusto.

     <Que molestos los Licántropos y su cultura> Draugr se quejó para sí mismo porque no haría entender a su compañero la situación–. Bueno, mientras estabas inconsciente investigué un poco. Al parecer ese niño es un miembro de la especie Desuellamentes, debe ser miembro de la realeza de su raza por las ropas que llevaba; y una cosa más. –El representante de los Vermibus se llevó la mano al bolsillo y del interior de su traje sacó algo. Eran un montón de huesos aplastados–. Tu collar de trofeos, se destruyó en el combate.

     Para sorpresa del chupasangre eso no molestó o afectó para nada a su amigo. –Esta bien, yo perdí. Eso es lo mínimo que me llevo como castigo. –Y rápidamente Licaón intentó no desviarse del tema central–. Ahora haz lo que te dije.




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