La leyenda del charro negro. Parte 1

El charro negro

Los demonios detrás de la leyenda del Charro Negro

C.C. Uctari

Parte 1.

Todos los derechos reservados, está prohibida cualquier copia total o parcial de esta obra. 

DICE LA LEYENDA QUE SI NO CALIFICAS Y COMENTAS ESTE LIBRO, EL CHARRO NEGRO VENDRÁ A LLEVARTE EN SU CABALLO

No hay sitio más oscuro que el que existe dentro de una mente maligna. Muchos creen que el demonio habita entre el fuego del interior del averno, pero nadie sabe que en cada mente habita un demonio, y cada persona decide si lo deja salir, o lo deja enclaustrado en el olvido.

 

San Martín Texmelucan, Puebla, 1953.

En el palacio municipal de San Martín, Juanita Rodríguez terminaba de realizar el corte de caja de los pagos recibidos por los trámites del día. Era ella la única que cerraba las cuentas día a día desde hacía un año cuando fue contratada como cajera.

Terminó a tiempo para acudir al banco para hacer el depósito y no arriesgarse a dejar el dinero en la caja, en donde ya se habían presentado algunos robos de los que no se tenía sospechoso. Esperaba en fila cuando su mejor amiga, Rosita Landa se acercó a ella, corriendo.

―¡Dios! Juanita, ya no te alcancé. Supongo que ya hiciste el corte de caja, ¿verdad?

―¡Rosa! ―Juanita puso los ojos en blanco―, ¿otra vez te olvidaste de pasarme algún pago?

―Perdona, amiga, pero ya sabes que el ingeniero siempre me mantiene ocupada.

―Pues el corte ya está en los libros, y ya no lo puedo cambiar. Esperarás hasta mañana.

―¡Pero son más de diez mil pesos! ―rogó Rosa―. Y tú sabes cómo han estado los robos en la oficina. ¿No puedes ayudarme?

―Ya llené los libros, ya estoy por depositar, ¿qué más quieres que haga?

―Tienes cuenta en este banco, ¿o no? ―preguntó Rosa y su amiga asintió―. Pues entonces es fácil, deposítalo en tu cuenta y mañana lo sacas, me lo das y yo lo meto en la cuenta de ingresos.

―¡Ay, Rosa! Tú eres más distraída que mi perro ciego. Está bien, llena la ficha de depósito.

Rosa siguió su rutina de siempre. Llegó a casa, alimentó a su viejo perro, ayudó a su madre a limpiar la cocina después de la comida y por la noche salió de paseo con su novio.

Al día siguiente, hizo una escala en el banco para sacar el dinero de Rosa, se lo entregó e inició el día en la caja, tal y como lo hacía a diario.

Repitió esa monótona rutina, hasta que llegó el día de quincena. Sonriente, cobró su cheque y fue a comprarse un vestido nuevo para asistir a la boda de Rosa, quien se casaría al siguiente sábado.

Fue una fiesta un tanto ostentosa para los estándares del Pueblo. Rosa se había comprado un vestido de satén en la ciudad de México, y no se veía nada barato. Ella y su nuevo marido pasarían su luna de miel en el puerto de Acapulco en un nuevo hotel que, según se decía, era de los más lujosos de la zona.

Pero no terminaba la reunión cuando un grupo de policías irrumpieron provocando que reinara el silencio. Teniendo a los invitados a la expectativa, el jefe de la policía se acercó a Juanita.

―Señorita Juana Martínez, se le acusa de robo al municipio. Tiene derecho a guardar silencio…

―¿Yo? ―Juana estaba realmente confundida―. Pero…

―Todo lo que diga, será usado en su contra.

Ante la consternación de amigos y familiares, Juanita fue llevada por la policía, temerosa, pero confiada en que todo se aclararía.

Pasó toda la noche en prisión, sin que se le permitiese ver a nadie. No fue hasta las dos en punto de la madrugada que entró el fiscal para explicarle su situación.

De los ingresos municipales, habían desaparecido cerca de veinticinco mil pesos, una cantidad desorbitante para la época, y se había encontrado que diez mil del dinero faltante, había sido depositado en su cuenta personal, y extraído del banco al día siguiente del depósito.

Juana explicó lo ocurrido, del favor que hizo a Rosa justamente para evitar más robos. Pero para su sorpresa, Rosa no aparecería sino hasta quince días después, pues se había ido a Acapulco a su luna de miel.

Fueron quince días eternos para Juana, quien esperaba con ansias ver a Rosa para que le ayudara a aclarar todo. Fue llamada a salir de su celda y una sonrisa de alivio se dibujó en su rostro cuando vio a Rosa hablando con el fiscal, pero no se le permitió acercarse. Rosa e levantó del asiento y sin voltear ni por un segundo, salió de la sala. El fiscal observó a Juana con un gesto de gravedad y caminó hacia ella.

―La señora Landa niega rotundamente haberle entregado un solo centavo.

―¿Qué? ―Juana sentía que se abría un agujero en el suelo―, pero ella…

―Lo siento Juanita, pero es mi trabajo aplicar la ley conforme las evidencias me lo indican. ―El fiscal se retiró dejando a Juana en total depresión.

Aquel depósito fue prueba suficiente para acusarla de robo, siendo condenada a diez años en prisión, con el agravante de abuso de confianza.




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