Aquel hombre sentía el ardor de su cuerpo desaparecer poco a poco. Había sido una muerte terriblemente dolorosa, pero de algún modo sabía que no había terminado, presentía que le esperaban cosas aún peores y lo corroboró cuando el suelo se abrió y de él emergieron personas que él conoció en vida. Todos ellos tenían cuentas pendientes con él y todos ellos le esperaban para escoltarlo a un lugar de dolor y perdición.
―Es hora de partir ―dijo una de esas personas―. Nosotros nos aseguraremos de que llegues al lugar al que perteneces.
Pero el condenado rio con ironía, conocía secretos de la magia negra que le permitirían mantenerse lejos del infierno aun habiendo muerto.
―Temo decepcionarlos ―les dijo con una sonrisa―, pero tengo un pacto firmado de antemano. Y mientras yo pueda entregar almas al infierno, me mantendré justo aquí.
―Estando muerto, no puedes matar a nadie a menos que alguien vivo te lo ordene ―dijo una mujer―, y las almas que pertenecen al infierno, irán con o sin tu ayuda.
―¡Oh sí! ―se burló el condenado―, pero en vida encontré cómo pervertir almas puras, y el señor de la oscuridad sabe que puedo ayudarlo. Le he prometido al menos veinte almas al año, y mientras cubra esa cuota, yo jamás pisaré el infierno.
Las almas negaron con decepción. Se retiraron a su lugar de descanso, sabiendo que de momento no podrían hacer nada más.