La leyenda del charro negro. Parte 1

Las risas en la fuente

Barrio de Xonaca, Puebla, 1944.

 

La leyenda era conocida por toda la gente del barrio. El caballerango que trabajaba para el entonces gobernador tenía dos hijos, los cuáles se extraviaron en el pueblo, y jamás fueron encontrados. Deduciendo que habían caído en un pozo cercano, el gobernador Ávila Camacho había mandado construir una fuente encima del pozo. Desde entonces, los lugareños han jurado que las figuras cobran vida por las noches, y que se escuchan voces y risas de niños en ese lugar.

Paulino Mata, un sujeto con fama de pederasta llegó a la cantina, pálido y jadeante. Se sentó a la barra y con un hilo de voz le habló al tabernero.

―Dame un “fuerte”, Poncho, que me vengo muriendo del susto.

―¿Qué fue lo que te pasó, Lino? ―preguntó el tabernero mientras servía un vaso de mezcal―, parece que hubieras visto a un muerto.

―Peor. ¿Has oído de la fuente de los muñecos?

―No me irás a decir que escuchaste niños y eso te asustó.

―No fue sólo eso ―Paulino recibió el vaso y bebió el mezcal de un solo trago―, vi a los muñecos moverse… Me amenazaron… ―Paulino se estremeció―. Dame otro, Poncho.

―¿No será que lo que dicen es cierto, Paulino? ―un sacerdote estaba sentado a la mesa bebiendo una copa de jerez―, ¿qué el niño que desapareció hace una semana fue tu víctima? Quizá sólo son tus propios remordimientos persiguiéndote.

El tabernero volvió a llenar el vaso y Paulino bebió la mitad del contenido. Lo pensó por algunos segundos, y bebió el resto. Pidió al tabernero le sirviera de nuevo y con vaso en mano, se acercó al sacerdote.

―Quiero confesarme, padre ―Paulino se sentó a un lado del sacerdote―. Le diré lo que he hecho, y le diré lo que me sucedió. Necesito que esto deje de perseguirme.

Paulino comenzó desde el principio. No solía ser una mala persona. Fue un excelente estudiante durante su niñez, comenzó a trabajar desde los quince y siempre fue ejemplo de honradez y esmero.

Pero no fue sino hasta esa noche que habló de algo que calló siempre. Desde los siete, fue abusado sexualmente por uno de sus tíos, algo que cambió su vida drásticamente. Cuando la pubertad llegó, su deseo sexual no se despertaba con las mujeres, sino con los varones. Las constantes violaciones y su condición homosexual era algo impensable de hablar en esas décadas tan conservadores.

Tuvo algunos encuentros clandestinos con jóvenes de su misma condición, pero eran relaciones pasajeras, pues debía conservar su anonimato.

Un día, encontró a un pequeño limosnero resguardándose de la lluvia debajo de una marquesina. Paulino se acercó a él, ofreciéndole su paraguas.

El niño agradeció el gesto, y aprovechó el momento para pedirle una moneda. Paulino vio al muchacho. Debió haber tenido cerca de once o doce años, quizá víctima de trabajos rudos desde muy pequeño, pues sus brazos y piernas estaban perfectamente tonificados. Invitó al muchacho a pasar la noche en su casa. La promesa de una comida y un lugar caliente dónde dormir fue oferta suficiente para que el muchacho aceptara.

Paulino no quería doblegarse a esa tentación, pero el chico se había desnudado casi por completo para dormir, lo que Paulino sintió irresistible. Le costó algo de trabajo someterlo, pero al fin logró dominarlo, lo sodomizó y se echó a descansar sobre el sofá mientras su víctima lloraba, arrinconado.

Fue como revivir lo que pasó en su niñez. Recordaba cómo le temía a su tío, cuánto le odiaba. Un dejo de culpa lo obligó a confortar al muchacho. Le dio una buena cantidad de dinero y le prometió que sería libre de dejar la casa cuando quisiera.

Pero el dinero fácil fue una tentación para el niño que, desde ese entonces, se prostituyó con Paulino a cambio de comida y algunas monedas.

Paulino saciaba sus apetitos sexuales con aquel limosnero, en una especie de relación que duró cerca de cuatro años. Pero el chico, en ambiente de calle, no tardó mucho en inmiscuirse en alcohol, pleitos de pandilla y eso lo llevó a cometer un crimen con el cual fue a parar al reformatorio.

Por algunos meses, Paulino mantuvo relaciones esporádicas con otros homosexuales de la zona, pero su apetito sexual no estaba siendo satisfecho. Necesitaba volver a probar carne joven, así que se hizo a la costumbre de acechar a los niños en situación de calle, se convirtió en un depredador, una bestia que sólo se dejaba llevar por sus instintos, dejando a su paso una serie de víctimas seriamente afectadas. Y eso fue hasta que, para su mala suerte, sodomizó al sobrino de un comandante de policía. El muchacho había escapado de casa en un acto de rebeldía, y cayó víctima del pederasta en la misma noche en que huyó. Era de esperarse que Paulino fuera detenido de inmediato.

Paulino fue llevado a prisión, condenado por actos lascivos, violación, pederastia y ataque con arma blanca. Pasó años de verdadera tortura, siendo violado agresivamente por otros reclusos, e incluso por algunos guardias del reclusorio, en venganza por el acto cometido. Salió de prisión convertido en un cobarde e indeseable ciudadano a quien la gente le rehuía.

Pero la tentación no tardó en llegar de nuevo. Salía de su trabajo por la noche, y un niño de no más de siete años jugueteaba cerca de la fuente de los muñecos. Sabía lo que le esperaba en prisión si regresaba, así que, como muchos depredadores, tuvo la falsa ilusión de que sólo le bastaba con deshacerse de la víctima para salir bien librado.




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