La leyenda del charro negro. Parte 1

El recolector de almas

Chapula, Puebla. Siglo XVIII.

 

Habían pasado meses desde que Mariano hizo aquel pacto para salvar a sus sobrinos y la vida se había convertido en algo insufrible para todos. Magdalena, la bruja, recobraba la cordura y la calma, pero Mariano se había convertido en una persona llena de ira, a quien nada le agradaba y pasaba el día entero refunfuñando y quejándose por todo.

Magda había recuperado la tersura de su piel y era tan hermosa que no tardó en tener filas de pretendientes a sus pies. Pero para sorpresa de los Echeverría, ella no estaba interesada en nadie.

Una tarde, Mariano sorprendió a su hermana hablando con la bruja al respecto.

―No te lo voy a negar ―dijo Magda―, me he visto tentada a devolverles la libertad e irme para ser feliz con algún apuesto caballero. Pero hay cosas que me detienen.

―¿Qué te puede detener? ―reclamó Gina―. Magda, no me liberes a mí si no quieres, pero mis hijos…

―Tus hijos no sobrevivirían sin ti, no con esta guerra. ―Magdalena tomó la mano de Gina―. Amiga, hay algo muy malo allá afuera, y ese algo acompaña a tu familia desde que llegaron a estas tierras.

―¿De qué hablas? ―preguntó Georgina

―La primera vez que lo vi fue aquel día del incendio ―Magdalena se estremeció al pensar en ello―. Unos segundos antes de que tu hermano Aurelio me empujara hacia el puesto en llamas, lo vi. Era un hombre enteramente en carne viva, parado a un lado de tu hermano, señalándome… Él fue quien le ordenó arrojarme a las llamas.

Tanto Georgina como Mariano se quedaron sin habla. Ellos lo recordaban, lo habían visto en aquella casa en la que vivieron un par de años cuando llegaron a México. En la trampilla que daba al sótano habían visto a un hombre de esas características. Mariano bufó al recordar esa mirada insensible, con ojos desorbitados carentes de párpados y mínimos rastros de piel sobre su cuerpo.

―¿Ese demonio? ―Mariano salió de entre el huerto―, ¿quieres decir que ese demonio acompañaba a mi hermano?

―Sabía que no me lo creerías ―espetó Magdalena, enfadada―, ¿siguen pensando que por haber nacido en España son algo así como santos? Yo le advertí a tu hermano que él pertenecía al infierno, lo sé porque esa criatura nunca ha dejado de acompañar a tu familia.

―¿Y lo has visto conmigo? ―preguntó Georgina, alarmada.

―Ahora que lo pienso ―Magdalena lo meditó un par de segundos―, nunca lo vi a tu lado ni al lado de Mariano…

―¡Grandioso! ―gruñó Mariano―. Son ellos los que obedecen al demonio, y soy yo quien paga por ello.

―¡Cállate, Mariano! ―ordenó Magdalena―. Maté a sus hijos, ¿lo recuerdas? Pagaron caro sus pecados. Pero volviendo a esa criatura, desde que me vi al borde de la muerte, lo he visto acompañando a diferentes personas de esta zona. Y cuando me hice bruja, fue tan transparente para mí que supe que esa criatura sólo persigue a personas cuyas almas ya pertenecen a Satanás.

―¿Y por qué a ellos? ―preguntó Georgina.

―Porque sólo a ellos puede manipularlos ―respondió Magdalena―, y los guía a cometer actos de crueldad inimaginable.

―Eso no tiene sentido ―refunfuñó Mariano―. Si ya le pertenecen a Satanás, ¿para qué manipularlos a hacer algo malo?

―Es lo que no sé. Hace unos meses no me importaba, pero ahora quiero saber qué es exactamente lo que trama. El problema es que no sé cómo encontrar a esa criatura para saber qué es exactamente lo que pretende.

―¿Qué no eres bruja? ―chilló Mariano―. ¡Usa tus estúpidos sortilegios!

―Mariano, no estás ayudando ―exclamó Georgina―. Magda, yo recuerdo a una criatura como la que describes. La llegué a ver en la vieja casa donde solíamos vivir.

―Sí, ahí moraba ―Mariano mordió sus labios―. ¿Pero de qué nos sirve saberlo? No podemos salir de esta estúpida casa…

―Mariano ―Magda tomó la mano de él―, entiendo que el enfado que te heredé te impide ver las cosas con otros ojos que no sea la ira, pero necesito de ti. Ahora tú también sabes de brujería, tienes que ayudarme a encontrar a esa criatura para detenerla.

―¿Con qué objeto…?

―¡Con el objeto de salir de esta maldición en la que nos metimos por su culpa! ―chilló Magdalena―. Mariano, entiende por favor. Yo nunca hubiera matado a un solo ser vivo. Ahora que me deshice de esa amargura, puedo ver las cosas con más claridad y me repugna la idea de haber matado a tantos inocentes…

―Que ese sea tu castigo entonces ―gruñó Mariano―. Te prometí que ayudaría a redimir tu alma, aunque no tenía idea de cómo hacerlo. Espero que con esto…

―Mariano ―Georgina intervino― tienes que entender que no sólo es Magda. Soy yo, son mis hijos y sobre todo eres tú, todos estamos sufriendo. ―Mariano bufó, enfadado.

―¡Maldita sea! Está bien. Pero no puedo ayudarte estando prisionero en esta pocilga. Devuélveme mi libertad, vamos a la casa donde veíamos a esa criatura y dime qué puedo hacer para ayudarte.

Los liberó, pero la realidad era que Magdalena no tenía idea de por dónde comenzar. Lo primero que hizo fue entrar a aquel sótano, buscando algo que le indicara quién era esa criatura. No encontraron nada. Divagó junto con Mariano en diferentes métodos de invocación a los muertos, exorcismos, adivinación y nada funcionaba. Dos meses después, Mariano hizo una propuesta que quizá ayudaría: excavar en el sótano para buscar bajo tierra, y supieron que eso serviría porque ese día la criatura apareció encima de la trampilla que daba al sótano.




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