Los demonios detrás de la leyenda del Charro Negro
C.C. Uctari
Parte 1.
Todos los derechos reservados, está prohibida cualquier copia total o parcial de esta obra.
NO OLVIDES QUE QUIEN NO CALIFICA O COMENTA EL LIBRO, SERÁ CASTIGADO POR EL RECOLECTOR DE ALMAS
San Pedro, Puebla, 1983.
Marianela, con cerca de 90 años, observaba desde la ventana de su casa a aquel hombre que, aunque tenía su misma edad, conservaba la juventud a flor de piel. Por momentos se arrepentía de lo que hizo, pero Juan Antonio estaba completamente decidido a quedarse como su esclavo en ese estado de muerto viviente con el fin de derrotar a la criatura que corrompió a su padre.
Don Carlos había usado aquel costoso traje de charro que su exmujer había regalado a Juan Antonio para sepultarlo. Desde su muerte, era lo único que Juan Antonio podía vestir, y aunque Marianela detestaba la idea de que él usara un traje comprado por la mujer que llevó a la hacienda de San Pedro a la perdición, tenía que aceptar que se veía gallardo con él.
Ella sabía que lo inevitable estaba cerca, y no quería que su amado Juan Antonio fuera arrastrado al infierno con ella. Si en sus manos estaba salvarlo, lo haría. Después de todo, ella había contribuido a que él terminara convirtiéndose en un asesino. Todo había comenzado por la década de los treinta, cuando habían pasado más de veinte años desde que Juan Antonio murió y ella esclavizó su alma con magia negra con el fin de que él pudiera salvar a la gente de la hacienda.
Chapula, Puebla. 1938.
En ese estado de muerte en vida, Juan Antonio pudo ver con más claridad a su enemigo. Era un recolector de almas, una persona que en vida fue tan maligno que se había ganado una eternidad de sufrimiento y para liberarse de aquel terrible destino hizo un pacto en el que se veía obligado a corromper almas de gente inocente a fin de entregarlas en las garras del infierno. No podía llegar a ellos directamente, pero como un ser maligno que era, solamente podía actuar a través de sus similares, otros seres humanos que llevaban la marca del infierno grabada hasta la médula por sus actos de crueldad, y ese espectro les guiaba para provocar odio, temor, envidia y cualquier otro sentimiento negativo que llevase a la gente inocente por el mal camino.
Él pasó más de veinte años intentando dar caza a ese engendro, el cual cobardemente se ocultaba y evitaba ser visto. Harto, Juan Antonio decidió ser su némesis de otro modo. Si ese ser se había quedado en el mundo para llevar almas inocentes al infierno, entonces Juan Antonio tomaría almas también, algunos para que fueran salvados antes de corromperse, otros para llevarlos directo al infierno antes de que su maldad ayudara a aquella criatura con su cometido.
Desesperada al ver que el hombre que amaba estaba a punto de convertirse en asesino, Marianela pidió ayuda al padre Cabrera, un joven párroco de la iglesia del vecino barrio de Chapula. El padre Cabrera era la única persona aparte de Marianela que sabía de la condición de Juan Antonio y no dudó en ir con ella para persuadirlo de desistir.
―Quitar una vida es algo que sólo Dios puede decidir ―dijo el padre.
―Pues yo conozco muchos cabrones que se adjudican esa tarea ―respondió Juan Antonio apretando las ataduras de su caballo.
―Y es a Dios a quien corresponde juzgarlos.
―Pos y le ayudo, se los mando, pa’ que los juzgue.
―No, Juan ―suplicó el padre Cabrera―, tú no puedes…
―Puedo y no me va a detener padrecito, mejor quítese de mi camino.
―Les estás quitando la oportunidad de arrepentirse ―reclamó el padre―. Recuerda que, para Dios, regresar la oveja descarriada al rebaño es más satisfactorio que…
―P’os si Dios tanto quiere a sus ovejas descarriadas, ¡yo se las voy a mandar en bulto! ―Juan Antonio al fin perdió el control.
―Pero Juan...
―¡Pero nada! ―Juan Antonio dejó caer su fuete con enojo―. Dios no ha estado aquí para salvar a nadie. ¿Está muy ocupado en recolectar ovejas negras? P’os que se ocupe en sus cabronas ovejas de mierda, mientras yo le cuido a las ovejas blancas que él tanto descuida.
―¿Pero qué blasfemias dices? ―gruñó el padre.
―Quizá sea más satisfacción para Dios tener una oveja descarrilada ―Juan Antonio apretaba los dientes con enojo―, ¿pero no se da cuenta de que mientras anda persiguiendo ovejas negras, al corral llegan los lobos a comerse a las bien portadas? ¡Qué pinche Dios tan pendejo es ese!
―Por favor, Juan ―suplicó Marianela―, no blasfemes.
―No, mujer, no me calles. Ya estoy harto. ¿El diablo ayuda a ese engendro a descomponer a la gente? Veamos qué tanto me ayuda a mí Dios para evitarlo.
―¡Haz algo, Marianela! ―rogó el padre―. Él se quedó como tu esclavo. ―Juan Antonio se disponía a subir al caballo cuando escuchó esto. Volteó a mirar a Marianela con ira.
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Editado: 04.09.2023