Ciudad de Puebla, 2016.
Todos aquellos que estuvieron involucrados de una u otra forma con el charro negó o con el espectro de San Pedro estaban reunidos en la vieja casa del gobernador. Juan Antonio fue el último en contar su historia y todos quedaron estupefactos.
―A algunos de ustedes les he dado una cuenta del rosario de mi mujer ―dijo Juan Antonio―, porque de ese modo quedarían ligados a mí, en vida o en muerte. Desde que mi mujer murió, he seleccionado pacientemente a la gente que me ayudará, porque me di cuenta de que no podría yo solo. Pero no puedo permitir que ese engendro siga quitando vidas a aquellos que están por encontrarlo. Mientras tengan esas cuentas con ustedes, él no podrá acercarse a tentarlos.
―No entiendo ―Artemio, el chofer, habló con el charro―, usted me pidió matar… ¿acaso eso no me habría condenado?
―No mataste a nadie ―dijo Juan Antonio―. Las personas que iban ese día en el camión que manejabas eran todos criminales que el recolector de almas estaba usando para afectar almas débiles con el fin de corromperlas. Olvida esa culpa, ningún de ellos murió en tus manos. Todos sin excepción eligieron subirse a mi caballo y los llevé derechito a los infiernos.
―¿Qué hay de Juanita? ―dijo la anciana Rosa, llorando―. ¿También se la llevó al infierno después de todo el daño que le hice?
Juan Antonio entornó sus ojos hacia Rosa. Caminó hasta quedar frente a ella.
―¡Mira nada más! ―Juan Antonio sonrió―. ¡Al fin te arrepientes!
―¿De qué habla?
―Tú le pertenecías a satanás, mujer ―dijo Juan Antonio en una sonrisa chocante―. Yo salvé a tu amiga de caer en manos del maligno. Ella pensaba asesinarte y ten por seguro que no se hubiera detenido. Yo me la llevé para salvarla, de ti, del recolector de almas y de todos los que le pudieran corromper. La llevé al umbral de la muerte, pero su destino fue la gloria.
―¿Si yo me hubiera subido al caballo…? ―dijo Rosa con temor.
―Si te hubieras subido aquel día, sí, te habría llevado al infierno ―Juan Antonio se echó a reír―. ¡Pero mira! Es la primera vez que logro que alguien se arrepienta. Salvé un alma que ya le pertenecía al diablo.
―¿De… de verdad? ―Rosa enjugó sus propias lágrimas.
―Todas esas desgracias en las que caíste después de traicionar a tu amiga, te las di yo ―dijo Juan Antonio―. Lo he hecho con muchas personas, pero nadie se arrepiente. Tú misma culpabas de tu desgracia a tu marido, a tus hijos y hasta a la gente que pasaba a tu lado. Jamás se te ocurrió pensar que esas desgracias eran castigo por tu traición. Pero mira, ahora que pensabas que mandaste a tu amiga al infierno, al fin te arrepentiste.
Rosa no dijo nada más. Se quedó sentada en el sillón, llorando en silencio.
―¿Ahora qué debemos hacer? ―preguntó Rita―. ¿Debemos retomar la búsqueda del Padre Cabrera y encontrar el nombre y la tumba de ese ser?
―Yo ya tengo algo ―el padre Gregorio señaló una caja de madera que había llevado consigo―. La abrió y de ella sacó un antiguo título de propiedad.
―¿Qué es? ―preguntó Sara.
―Las evidencias que tenía el padre Cabrera ―dijo el padre Gregorio.
―Ah, sí ―Juan Antonio tomó una solicitud de exorcismo―. ¡Pobre! Se convirtió en exorcista y pasó su vida tratando de expulsar a ese demonio. Pero nunca recibió apoyo de la iglesia. Más de una vez lo vimos regresar muy malherido.
―¿De qué nos sirve todo esto? ―preguntó Ismael.
―Por lo que pude notar, Juan Antonio ya no supo nada de lo último que encontró el padre Cabrera antes de morir: la ubicación de la casa donde habitó ese engendro en vida.
―¿De verdad? ―Juan Antonio se acercó a ver el documento.
―De hecho, hubo otro sacerdote que quiso continuar su investigación en donde la dejó el padre Cabrera ―comentó el padre Gregorio―. Ambos fueron asesinados justo después de visitar este lugar. Hoy en día es conocido como la casa de los enanos.
―He escuchado de ese lugar ―dijo Arturo―. Hay una leyenda que dice que la casa fue habitada por un matrimonio incestuoso que ocultaba en ella a sus hijos.
―Claro que también cabe la posibilidad de que ese demonio les envenenara el alma a sus moradores y así podría usarlos como guardianes de sus secretos ―comentó Dalia.
―Es tarde ―dijo Juan Antonio mirando el reloj de pared―. Será mejor que descansen un poco. En cuanto salga el sol, iremos a ese lugar.
Juan Antonio montó guardia en la entrada de la casa mientras el resto dormía. El sol despuntaba entre los edificios de la ciudad cuando Mariano salió de la casa y se sentó al lado del charro.
―En tu historia dijiste que tu mujer invocó y habló con una familia de apellido Echeverría ―le dijo.
―Sí. Habló con tu hermano Aurelio.
―¿Él está…? ―Mariano apretó sus labios.
―¿En el infierno? ―dijo Juan Antonio. Suspiró y miró hacia el cielo―. Temo que él se lo buscó.
―Pero supe que él se confesó antes de morir. ¿No hay forma de que pueda…?
#2661 en Thriller
#1058 en Suspenso
#6092 en Fantasía
#2389 en Personajes sobrenaturales
Editado: 04.09.2023