Ciudad de Puebla, 2016.
La ira, el terror y la tristeza los había invadido por la muerte del padre Gregorio. Pero no había tiempo de lamentar lo sucedido. En casa del gobernador, el grupo entero revisaba los documentos hallados en aquella casa. Lo primero que encontraron fue el nombre: Juan de Dios Nuño.
―¿Juan de Dios? ―Ismael bufó iracundo―. Irónico nombre para un demonio.
―Aquí hay un nombramiento como verdugo en la ciudad de Puebla ―dijo Mariano sosteniendo un documento en su mano―. Estaba avalado por el entonces obispo de Cataluña.
―No entiendo muy bien esto ―Artemio veía una serie de documentos que había en un sobre amarillento―, pero creo que es la lista de la gente que torturó.
―¡Dios santo! ―exclamó Rita volteando su cabeza y cerrando sus ojos, asqueada―, no puedo seguir viendo esto.
―¿Qué es? ―Juan Antonio le quitó de las manos un encuadernado antiguo.
En cada página había dibujos en carboncillo de hombres y mujeres siendo torturados. Era evidente que el verdugo deseaba plasmar el momento de más dolor, pues en sus dibujos se enfatizaban los rictus de terror, ojos desorbitados, bocas completamente abiertas y grotescas heridas.
―Por eso pertenece al infierno este hijo de puta ―gruñó Juan Antonio―. Era verdugo porque amaba hacer sufrir a su prójimo.
―Y peor aún ―dijo Ismael comparando con uno de los dibujos que encontró el padre Cabrera―, él diseñaba instrumentos de tortura.
―Me pregunto cómo murió ―comentó Arturo―. Se le ve cubierto en sangre… ¿habrá sido linchado?
―No ―dijo Mariano―. Lo desollaron vivo. Mi vieja amiga Magda y yo vimos el momento exacto de su muerte en uno de nuestros viajes astrales. Lo desollaron y después le dejaron en una prisión hecha de troncos para que muriera.
―De hecho, él fue el primero en morir en el palacio de la inquisición que construyeron en lo que hoy es San Pedro ―intervino Dalia, quien leía otro documento―. Aquí hay una orden para presentarse a comparecer en “el nuevo palacio de la inquisición”
―¿Por qué la iglesia católica habrá borrado toda evidencia de ese palacio? ―preguntó Ismael.
―¿No es obvio? ―dijo Juan Antonio―. Como este hijo de puta fue el primero en morir en ese lugar, quedó vagando en él como recolector de almas. Entre tantos clérigos corruptos, verdugos, condenados y conspiradores que había en los palacios de la inquisición, él tenía mucha gente de la cual valerse para llenar a Puebla de terror y muerte. Tengan por seguro que fue un pasaje tan oscuro para la iglesia, que prefirieron borrarlo de la historia.
―Creo que esto nos va a ser útil ―Ema habló con el mismo tono monótono y desinteresado que le había quedado después de su estancia en el manicomio. Alargó un plano hecho a mano de la ciudad de Puebla en esas épocas.
―Aquí marca la ubicación de un cementerio ―dijo Arturo, tomando el mapa―. ¡Oh no! Estaba justo detrás de la catedral, en lo que hoy es el zócalo. No habrá forma de que nos permitan excavar en ese lugar.
―Nosotros podríamos buscar un permiso ―dijo Ismael―, pero el problema es que no tenemos tiempo. Ahora que sabe que lo estamos cercando, estará tan desesperado que se valdrá de lo que sea para salvarse.
―Lleva décadas en esa desesperación ―dijo Juan Antonio―. Desde que yo decidí ponerme en su camino, le cuesta mucho trabajo cubrir su cuota anual de almas. En siglos anteriores se llevaba muchas más de las que necesitaba y esa reserva le ha valido para no caer en el infierno. Pero ha habido años en los que no le he permitido poseer una sola y cada vez está más temeroso y enojado.
―El problema es que, si es tan poderoso en sus dominios, y en el zócalo están sus restos, tengan por seguro que hará hasta lo imposible por evitar que nos acerquemos ―comentó Rita.
―Entonces, para encontrar sus restos no debemos buscarlos desde sus dominios ―dijo Mariano―. Busquemos desde mis dominios.
―¿Estás seguro, Mariano? ―preguntó Astar―. Para entrar al inframundo es necesario dejar aquí nuestros cuerpos. No podemos estar mucho tiempo allá.
―Quizá ―Ismael miró a los doctores― con equipo de soporte vital.
―Tal vez ―dijo Arturo―, pero el problema será poder obtener equipo de esa índole para llevarlo a casa de Mariano.
―Y esto empeora ―dijo Sara viendo un mensaje en su teléfono celular―. Juan de Dios no va a esperar pacientemente a que encontremos sus restos. La gente que vio a Juan Antonio en la casa de los enanos se está reuniendo como una turba iracunda que pide justicia por la muerte del padre Gregorio.
―Lo más seguro es que ese demonio está contaminando sus mentes llenas de miedo ―dijo Rosa, con temor―. Va a querer usarlos para que nos asesinen.
―Tiene que ser hoy ―dijo Ismael, y después miró a Rita y a Arturo―. Mi hermano estaba por inaugurar un nuevo hospital del IMSS, pero su desaparición retrasó el proyecto. Conozco al director de ese hospital. Haré que me dé acceso y buscaremos equipos que necesitamos.
―Ustedes dos ―dijo Juan Antonio a Rosa y a Artemio―, acompañen al señor y a los doctores por el equipo. El resto nos vamos a casa de Mariano. ―Juan se acercó a Mariano―. Amigo, tu casa está protegida por el hechizo que dejó aquella bruja. Mientras tú y los niños estén en ella, nadie podrá entrar.
#2657 en Thriller
#1063 en Suspenso
#6124 en Fantasía
#2395 en Personajes sobrenaturales
Editado: 04.09.2023