La leyenda del Charro Negro. Parte 2

La cadena de oro

Ciudad de Puebla. 2016.

 

Los cinco voluntarios cruzaron el umbral y despertaron en sus cuerpos. Rita suspiró aliviada al ver a su sobrina abrir los ojos.

―¡Ya tenemos ubicada su tumba! ―dijo Artemio levantándose y arrancando la sonda de su brazo.

El resto estaba por hacer lo mismo cuando afuera escucharon gritos y golpes.

―¿Qué es eso? ―preguntó Ema.

―Es la turba ―dijo Arturo, temeroso.

―Tenemos que encontrar el modo de salir de aquí y evitar que nos sigan ―dijo Ismael.

―Astar ―Mariano, lo meditó un par de segundos y después continuó―… Voy a regresar. Necesito de tu ayuda. Distraeremos a esta gente desde mi inframundo. Ustedes salgan saltando la barda trasera. Don Artemio, doña Rosa muéstrenles el camino oculto desde la catedral. Dalia, por favor cuide de los niños.

―Hazte cargo de Mariano y Astar, Rita ―dijo Arturo―, Iré con los demás.

―Esperen atrás ―dijo Mariano―, les daré una señal cuando sea seguro salir.

Mariano y Astar regresaron al mundo de oscuridad donde veían a la turba como seres de humo negro. Mariano tomó una rama del suelo y la encendió con un fósforo.

―¿Qué es eso? ―un hombre de la turba señaló una bola de fuego que flotaba en el aire.

―¡Es una bruja! ―chilló una anciana―, ¡pronto!, ¡el agua bendita!

Mariano dio la rama a Astar y ella corrió con la flama, alejando a la turba, mientras Mariano iba al otro lado del terreno, en donde encendió una nueva antorcha, cuya luz pudieron ver sus aliados.

―¡Es la señal! ―dijo Ismael―, ¡vamos al auto!

Llegaron hasta la catedral en donde Artemio y Rosa los llevaron hacia la entrada secreta. Iluminados por la luz de un par de teléfonos móviles, recorrieron un estrecho pasillo hasta llegar a un vestíbulo en el subsuelo, sostenido por altas columnas. En cuanto entraron, todo se iluminó por completo, dejando ver esa cámara adornada con mármol y pintura de oro.

―¿De dónde viene esa luz? ―preguntó Ismael.

―No lo sé ―dijo su hermana observando una enorme puerta de oro al final del vestíbulo―, pero algo me dice que esta luz no viene de forma natural. Hay magia negra en este lugar.

―Al fondo está la cripta ―dijo Rosa caminando hacia la puerta de oro.

Don Artemio abrió lentamente el pesado portón. Dudaron un momento al ver en el centro del mausoleo a un águila como la que vieron en el inframundo, pero esta era de oro macizo, durmiendo en el centro con una cadena que iba de su cuello hacia una cripta.

―¿Qué hacemos ahora? ―preguntó Ismael.

―No tenemos de otra más que intentar sacar el ataúd y quemarlo aquí mismo…

―¡No se los permitiré! ―Una voz gutural hizo eco en el mausoleo. Se escuchó una explosión ladrillos y trozos de mármol salieron volando de la pared de la cripta. Se echaron al suelo para evitar ser golpeados, y cuando levantaron la vista, lograron percibir un cadáver reseco caminando entre los escombros. La tumba donde estaban sus restos quedó abierta, dejando un ataúd vacío en el suelo.

―¡No van a obligarme a abandonar este mundo! ―era Juan de Dios, con su cuerpo material.

―¿Qué hacemos? ―preguntó Rosa, aterrada.

―Pelear con él ―Arturo sacó un estuche de su bolsillo―. Está en el cuerpo que tenía en vida, así que puede ser herido ―Arturo abrió el estuche y dentro había tres afilados bisturíes.

Juan de Dios tomó una espada de su ataúd y fue hacia ellos para atacarlos, pero en ese momento, el águila de oro cobró vida y se levantó, jalando el cuerpo de Juan de Dios, quien quedó colgando del cuello por la cadena de oro.

―¿Qué es esto? ―gruñó Juan de Dios al sentir la cadena―, ¿por qué estoy encadenado?

―¿Acaso no lo sabes? ―dijo don Artemio―, alguien te tiene esclavizado.

 

* * *

 

El señor Albert Weiss se encontraba en Suiza, tratando algunos acuerdos con el gremio bancario cuando sintió un fuerte golpe en su pecho.

―¿Se encuentra bien, señor Weiss? ―preguntó su asistente al verle encogerse de dolor.

―Es… ―Weiss sonaba muy asustado―, perdonen, Debo retirarme.

Los banqueros fruncieron el entrecejo cuando el magnate salió. Una vez fuera del recinto, el señor Weiss llevó su mano a su pecho y sacó una cadena de oro con un dije en forma de águila.

―¡No! ―dijo al escuchar al ave chillar―. ¡No puede ser! ―Weiss dejó salir un gruñido de ira―. ¡Ataca! ¡Si hay alguien en el mausoleo, mátalo!

El águila desapareció de inmediato y Weiss se fue a grandes trancos hacia su limousine. Ordenó al chofer avanzar a toda velocidad hacia su casa. Tomó un teléfono que había dentro del auto y marcó una sola tecla. Casi de inmediato le respondió una voz masculina.

―¿Señor Weiss? Es un honor recibir una llamada su…

―¡Señor presidente! ―Weiss interrumpió con rabia―, déjese de formalismos estúpidos y escúcheme con atención. ¿Sabe si hay algún problema en la ciudad de Puebla?



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En el texto hay: leyendas, brujeria, suspenso miedo

Editado: 04.09.2023

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