Los líderes del mundo entero no sólo soslayaron la misteriosa desaparición de Weiss, sino que la celebraron. Muchos de ellos habían recibido grandes beneficios de él, aunque no había uno solo que no lo odiara. Pero la muerte de aquel ser indeseable no sería jamás el fin de la corrupción entre ellos.
En México se argumentó que aquel bombardeo fue un ataque terrorista, perpetrado por lo que llamaron “grupos anarquistas”, y lo usaron para detener a algunos protestantes que no exigían nada más que sus derechos. Y no era de esperarse que Mariano recibiera indemnización alguna por su casa, por el contrario, tuvo que huir del lugar junto con Astar y los niños para evitar que los incluyeran en la lista de chivos expiatorios.
Los Portilla regresaron a sus casas en Veracruz en cuanto todo terminó. El viejo Artemio falleció poco tiempo después por causas naturales y aunque no era realmente de su familia, los doctores invitaron a Dalia a vivir con ellos en su nueva casa en el centro de Puebla.
La última vez que aquel grupo se reunió fue en la boda de Astar y Mariano, la cual se celebró en la huasteca potosina, en donde ahora residían, después perdieron contacto por completo con ellos.
Era día de muertos y la familia había ido al cementerio a dejar flores para sus familiares. La primera tumba que adornaron fue la de Ema.
―¡Mi niña linda! ―exclamó Dalia―, mira qué descuidada tenemos tu tumba. Te prometo que vendré más seguido.
―No sé hasta cuándo mi pecho se liberará de esta culpa ―se quejó Rita―, ella no debió ser la última en enfrentar el horror de estar con esos demonios en aquel inframundo. ¡Si tan solo tuviera la seguridad de que ella se encuentra bien!
―Ella está bien, Rita, tenlo por seguro ―aseguró Dalia―, al igual que Juan Antonio, ella fue una mártir que dio si vida para salvarnos de ese engendro.
―Sí, pero, es injusto. Ella tenía una vida por delante.
―Pero allá no está sola ―intervino Arturo―, está con sus papás, con su abuelo, y con los amigos que nos ayudaron a enfrentar a esos demonios.
―En eso tienes razón ―Rita suspiró.
Gabriel estaba jugando con otros niños en el cementerio mientras los adultos terminaban de decorar las tumbas. De repente, Gabriel corrió llamando a su familia con efusividad.
―¡Tía Rita!, ¡abuela! ―el niño las tomó de las manos―, ¡vengan a ver esto!
Los tres fueron con el niño hasta la cripta de Juan Antonio. Gabriel les pidió que se agacharan para poder entrar por un hueco.
―¡Miren! ¡Ahí! ―Sólo un rayo de sol entraba por ahí. Rita sintió su corazón dar un vuelco al ver una nota escrita con letra descuidada.
“Ema está bien.”
Rita llevó una mano a su boca mientras sus ojos se humedecían. Esas palabras no podían ser de alguien al azar, era Juan Antonio quien dejó ese mensaje para ellos, estaba segura de eso.
―¿Qué pasa? ―su marido la interrogaba desde afuera.
―Dalia, tenía razón ―Rita salió enjugando sus lágrimas―, Ema está bien.
Y ese mensaje fue suficiente para devolver la paz a sus atormentados corazones. Jamás olvidarían aquellos terribles días, pero ese mensaje era lo que necesitaban para sentir algo de paz.
Dalia jamás volvió a leer un solo diario ni a escuchar un solo noticiero. Sabía que el mal continuaba rondando, pero también sabía que no estaba en sus manos detenerlo. Se conformaba con saber que al menos en Puebla, aquel recolector de almas no haría daño nunca más.
FIN.
EN LA TUMBA HABÍA OTRO MENSAJE:
"TODO AQUEL QUE OSE LEER EL LIBRO SIN CALIFICAR Y COMENTAR, CAERÁ EN LAS GARRAS DEL RECOLECTOR DE ALMAS"
ASÍ QUE MEJOR, CALIFICA Y COMENTA.
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Editado: 04.09.2023