La leyenda del Colibri

Capítulo I

La cárcel

Finalmente estaba pagando por los pecados cometidos. Así tenía que ser y debia ser.

Gracias a la cárcel algo de paz se había hecho presente en él logrando redimir apenas un poco de todo el mal ocasionado.

Sus seres queridos seguramente estarían sin consuelo por verlo en aquella situación, pero indudablente tambien sabían que aquella era la solución. No podía estar libre, no era correcto.

Por eso, aquel lugar era lo mejor que le podia pasar para curar sus culpas y demostrarle a su familia, después de tantas amarguras y decepciones, que era, más allá de todo, una buena persona.

Tragedia I 

La mañana estaba fría y oscura, con el cielo repleto de nubes negras que indicaban la inminente lluvia, con ellos dispuestos en la cocina a punto de desayunar. 

Rosa había intentado de todas las formas convencer a Ricardo de que se quedara, pero era en vano, como siempre, porque su fanatismo y amor al trabajo podían más. Así que la hizo levantar para que le preparara el café, él decía era la mejor a la hora de hacerlo, y lo acompañara en el despertar como casi todos los días de sus largas vidas juntos, siendo esta una rutina casi religiosa,que igualmente Rosa disfrutaba por más frío, cansada, enferma o cualquier otra vicisitud que ocurriera, total luego de su partida volvía a la cama a seguir durmiendo. 

Asimismo, esa mañana había sido diferente a todas, se había levantado con una angustia en el pecho que la comprimía y un sabor amargo en la boca que presagiaban, luego entendió, la tragedia. 

Ya habían culminado con la comida matinal y las charlas que en ella se armaban, momento en el cual él se dispuso a marchar, recogiendo sus pertenencias y despidiéndose como siempre con un tierno beso y un abrazo que esta vez, casualmente, había sido el más largo y fuerte de los que ella recordara. 

Fue entonces, cuando hallándose sola en la casa y preparándose nuevamente para acostarse, que de pronto, un sonido estruendoso de un arma abriendo fuego la paralizó, y una gélida sensación de muerte invadió su cuerpo. Estuvo petrificada parada en medio de la habitación por escasos segundos que le parecieron horas, hasta que la desesperación la poseyó,obligándola a salir corriendo hacia el exterior, en camisón y pantuflas, bajo la lluvia que ya había comenzado. 

Una vez fuera, reboleó su cabeza para todos lados tratando de ver algún indicio víctima de aquella pistola, notando, al cabo de unos instantes, que el agua que circulaba fuerte por el cordón del pavimento debido a la tormenta, venía sucia y de color rojo intenso, de color sangre. 

Comenzó a correr entonces hacia la esquina de la que provenía el agua contaminada mientras el terror que sentía se hacía cada vez más agudo y aquello que pensaba se volvía cada vez más real. 

Al llegar y girar hacia el lado de la cuadra se encontró con la horrible verdad. En medio del pavimento se encontraba el cuerpo de su compañero, de su hombre, del amor de su vida, inerte y con un halo de sangre a su alrededor. En ese momento sintió que el corazón se le detenía, que la respiración se le detenía, y notó que sus piernas desaparecían provocando que su cuerpo se desplomara en el suelo con un mar de lágrimas surgiendo de sus ojos. 

Se arrastró casi sin fuerzas logrando alcanzarlo, llorando y despidiéndose abrazada a lo que quedaba de él, un cuerpo inmóvil y vacío, despotricando contra lo injusto de la vida, contra dios, contra la sociedad, lamentándose con el alma desgarrada en mil pedazos, en medio de la lluvia y de vecinos curiosos que salían de sus casas alertados por lo acontecido, con la sirena de la policía que se escuchaba de fondo acercándose.

Tragedia II 

¡Dale tira, mátalo! – le decía. 

Y ahí estaba apuntándolo con un revólver, el primero que había tocado, asustado y abatido antes de jalar, igual a su víctima que lo miraba con terror y desesperanza, sentimientos que también él sentía, pero en la vereda opuesta, en otras circunstancias y sabiendo que ese hecho a punto de suceder implicaba el fin para ambos. 

Sus manos transpiraban y su dedo se resistía a disparar mientras aquel hombre se encontraba arrodillado frente a él, delante de su auto, parado en medio del pavimento esperando el disparo letal, recordando su vida, queriéndola y cuestionándola a la vez porque sólo en momentos así uno entiende el significado y el valor que esta posee. 

De pronto la lluvia comenzó, y empapado bajo el agua se decidió a realizar la tragedia más grande. Sus zarpas agarraron firmemente el arma y su dedo índice comenzó a apretar el gatillo hasta que un ruido ensordeció sus oídos, y entre el humo ocasionado por la pólvora, vio a aquel señor mayor desparramado en la acera con un agujero en la frente del que salía sangre a borbotones y se desparramaba por todos lados con ayuda de la lluvia. En ese instante su compañero lo agarró del brazo y gritándole le dio la orden de escapar, y mientras lo hacían, atrás dejaban la dantesca imagen con curiosos que comenzaban a salir de sus casas alertados por el disparo y el sonido de la sirena de la policía que se acercaba. 



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Editado: 28.03.2018

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