Edward quedó helado tras escuchar mis palabras. Por un instante, me invadió una extraña sensación de déjà vu. Había vivido esta escena antes, pero en circunstancias opuestas: fue él quien me soltó una confesión similar, dejándome sin palabras durante minutos. En aquella ocasión, apenas logré articular una respuesta, entre lágrimas y con el corazón destrozado. Ahora me preguntaba si Edward replicaría mi antigua reacción en esta nueva versión de nuestra trágica historia.
Respiré hondo. Alguien debía romper el silencio.
—Alteza, ¿se encuentra bien? —Fingí preocupación mientras agitaba mi mano frente a su rostro—. ¿Príncipe Edward?
—¿Qué acabas de decir? —¡Por fin reaccionó!
—Le he dicho que quiero terminar nuestro compromiso.
—No te entiendo. —Alzó la mirada, y sus ojos, vidriosos, se clavaron en los míos.
«Claro, este no es el Edward del futuro», pensé. Este aún me quería. ¿Debería ser dura con él? ¿Merecía pagar por lo que su versión futura me hizo? Me obligué a mantenerme firme para continuar.
—Lo he pensado bien y esta es mi decisión. Espero que pueda entenderme y disculparme.
—¡¿Entenderte?! —Su grito resonó, atrayendo la atención de los pocos sirvientes que pasaban por la zona—. Arami, ¿por qué me haces esto? Dijiste que me amabas. —Sus palabras me golpearon; después de todo, en el pasado yo misma había pronunciado esa frase.
«Lo hice… de verdad lo amé», admití en silencio.
—¡Deja de hablarme así! —dijo, con una mezcla de rabia y confusión.
«Está imitando mi actitud de aquella vez», pensé. Al romper conmigo, Edward me trató como si fuera una completa extraña. ¿Podría hacerle lo mismo sin sentir remordimientos?
—Lo lamento, Edward —dije, incapaz de ser tan fría—. Es que me he dado cuenta de que ya no siento lo mismo por ti.
—¿De qué estás hablando? Ayer me dijiste que me querías. ¡Vamos a casarnos en menos de una semana! ¿Cómo puedes dejar de amar a tu prometido de la noche a la mañana?
Desvié la mirada, incapaz de sostener su intensa expresión, y repetí su propio diálogo:
—Lo siento. Me equivoqué. —Me encogí de hombros y mordí el interior de mi mejilla para contener la culpa.
—¿Te equivocaste? —repitió con incredulidad, apretando los puños con fuerza—. ¿Crees que el amor es como elegir un vestido?
—Ya te he explicado la situación. Me he dado cuenta de que no te amo lo suficiente. Lo nuestro se ha terminado. —Hice una pausa, observando cómo procesaba cada palabra que salía de mi boca.
De repente, chasqueó los dedos y esbozó una amplia sonrisa. ¿Se había vuelto loco?
—¡Ahora lo entiendo! —exclamó con entusiasmo—. Es por la boda, ¿verdad?
—¿La boda? —pregunté, desconcertada.
—¡Claro! Todos se ponen nerviosos antes de casarse. Mi padre me contó que mi madre estuvo a punto de dejarlo plantado en el altar por puro nerviosismo. Arami, siento no haber pensado más en ti últimamente. ¡Estás bajo mucha presión! —Tomó mis manos entre las suyas y su sonrisa se hizo más brillante—. No solo vamos a pasar juntos el resto de nuestras vidas, también serás la reina de Fester.
—¿Eh? —Sacudí la cabeza hacia los lados para salir de mi estupor—. ¡Basta! —Me separé de él de un tirón y crucé los brazos—. Te estás equivocando. Nuestro enlace se terminó porque no te quiero. Vete de mi casa y no regreses.
—De acuerdo. —Su sonrisa no desapareció, y eso solo incrementó mis ganas de darle una bofetada—. Me iré por hoy. Lo mejor será que te deje tu espacio para que te relajes y te calmes. Mañana vendré a visitarte para ver cómo estás.
—¡Edward! —Intenté decirle algo más, pero él colocó un dedo índice sobre mis labios para silenciarme.
—Las cosas irán bien, amada mía. Quédate con lo que traje para la cena, y enviaré a algunos sirvientes esta tarde para que brinden su ayuda. Por favor, discúlpame con tu madrastra y, en especial, con tu hermana; ansiaba conocerla. —Hizo una reverencia y se dio la vuelta—. ¡Hasta mañana! —Se despidió agitando una mano y se dirigió al carruaje que lo esperaba.
Me quedé inmóvil, tratando de asimilar lo sucedido.
—Ese hombre es idiota —murmuré, incrédula—. ¿Sigo comprometida? No entiendo nada.
Cuando Edward desapareció de mi vista, decidí salir de la mansión. Si Dios me había encomendado una tarea, estaba claro que quedarme allí no me llevaría a nada. Tenía que encontrar a mi caballero, aunque aquella misión me resultara un completo misterio.
—Buenos días, mi lady —me saludó uno de los trabajadores al cruzar el portón principal—. ¿Usará hoy el carruaje?
—Así es. ¿Puedes llevarme al mercado? Sé que hoy estáis todos muy ocupados.
—No se preocupe, con gusto la llevaré. Suba, nos pondremos en marcha de inmediato.
Agradecí al hombre y subí al carro de madera, tirado por cuatro caballos marrones. Con su ayuda cerré la puerta, y él tomó su lugar para comenzar el trayecto. El viaje nos tomaría entre veinte y treinta minutos, tiempo suficiente para reflexionar.
—¿Un caballero? ¿Cómo se supone que haré eso si no soy arcana? —susurré para mí misma, acomodándome en el asiento.
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Editado: 11.01.2025