La leyenda del dios dragón

CAPÍTULO 3: ஐ EL CAMINANTE ஐ

El silbido del viento me tomó por sorpresa, despertándome como un eco fantasmal que me devolvió la consciencia.

Una mezcla penetrante de humo, óxido y carne quemada se apoderó de mis fosas nasales y pulmones, haciéndome toser. Mi cuerpo, en un acto reflejo, intentó expulsar aquel aire enfermo antes de intoxicarse. Extendí las manos, explorando el suelo debajo de mí, y sentí el roce húmedo de la hierba.

—¿Edda me habrá cambiado de lugar mientras dormía? —murmuré, sorprendida por la idea. Ese pensamiento me obligó a abrir los ojos—. ¿Dónde estoy?

El cielo oscuro me recibió, recordándome al día de mi muerte en la hoguera. Por un instante, me pregunté si había viajado nuevamente en el tiempo, pero descarté la idea casi de inmediato. Aquello debía ser un recuerdo o, quizá, una amarga pesadilla.

Un relincho rompió el silencio, seguido por el sonido de cascos apresurados. Giré la cabeza instintivamente, buscando al caballo que se aproximaba como un rayo. Para mi horror, corría directo hacia mí. Reaccioné por instinto, rodando sobre mí misma justo a tiempo para evitar ser pisoteada. El corcel pasó velozmente por el punto donde había estado un segundo antes.

Me levanté con dificultad, observando al animal mientras desaparecía en la distancia. Su silueta negra y esbelta lo hacía parecer casi sobrenatural. Algo llamó mi atención: el caballo estaba sin jinete.

—¿Dónde está su dueño? —me pregunté en voz alta. ¿Había ocurrido un accidente cerca? Tal vez pertenecía a alguien de mi familia, aunque lo descarté al observarlo mejor. Su porte y su energía divina lo alejaban de los caballos que Jona no había vendido aún. Definitivamente, aquel animal era demasiado costoso para haber pertenecido a nosotros.

Me puse de pie y seguí su figura fantasmal con la mirada hasta perderlo de vista. Mi atención, sin embargo, fue arrastrada al entorno que me rodeaba. Una fría sensación recorrió mi cuerpo al percatarme de que estaba en medio de una matanza. Mi vestido blanco estaba cubierto de manchas rojas; mis manos, cabello e incluso mi rostro eran un reflejo de la carnicería que se desplegaba ante mí.

—¿Qué ha pasado aquí? —murmuré, dando unos pasos vacilantes a través del campo teñido de sangre y salpicado de cuerpos. La visión era grotesca, casi irreal, y una mezcla de miedo e incredulidad me invadió. ¿Quién podría haber cometido tal atrocidad? ¿Y qué hacía yo allí?

Avancé sin rumbo fijo, como si una fuerza invisible me empujara hacia adelante. No sabía a dónde ir ni qué buscar. Apenas tuve tiempo de considerar la idea de rezar cuando algo en el suelo detuvo mis pasos.

—¿Evan? —La visión del hombre que aquella noche se había colado en mi dormitorio me heló la sangre. Su cuerpo yacía inmóvil en el suelo, pálido como la luna. Me agaché rápidamente, temiendo lo peor—. ¿General? —Intenté tocar su rostro, pero en cuanto mis dedos rozaron su piel, la frialdad de la muerte me lo confirmó—. ¡Dios mío! ¡Está muerto!

—Arami… —susurró el viento. Una brisa cálida acarició mi cabello, y supe que era Él.

—¡Señor, han llegado noticias de las tropas del general! —La voz de un hombre rompió el silencio, y todo cambió de repente.

Ya no estaba en el campo de batalla. Ahora me encontraba dentro de una carpa. Tres hombres hablaban, y reconocí al instante al líder: mi tío Persel.

Hacía años que no lo veía. Desde el funeral de mi padre, nunca había regresado a la ciudad. Aunque me escribía para saber de mí, nuestros intercambios eran formales y no podía mencionar mi situación en la mansión. El tiempo había dejado su huella en él. Su rostro delgado y marcado por las arrugas contrastaba con el brillo opaco de sus ojos castaños. Su cabello, antes oscuro, mostraba rastros de canas que había intentado eliminar sin éxito.

—¿Qué sucede? —preguntó con firmeza, aunque su postura reflejaba agotamiento.

—Han muerto todos —respondió uno de los soldados—. No dejaron a nadie con vida.

—¡¿Cómo es posible?! —exclamó mi tío, poniéndose de pie con un golpe en la mesa—. El ejército del general es el más fuerte después del mío.

—Incluso cayeron varios arcanos. Los que sobrevivieron escaparon. Parece que fue un ataque sorpresa; llegaron desde el norte.

—¿El norte? Es imposible. Tenemos hombres allí. No habrían dejado esa vía libre… ¿O los mataron también?

—Investigamos antes de venir, señor. No hay señales de enfrentamientos en la frontera norte.

—Nos traicionaron. Alguien vendió al general. —El golpe que dio sobre el mapa desplegado en la mesa resonó en la carpa.

—¿Qué hay de los enemigos? —preguntó otro soldado.

—No tardarán en llegar a Gada. Dos días, como mucho —respondió el primero.

—¿Qué hacemos? ¿Partimos hacia la capital?

—Imposible. Estamos a un mes de distancia de la ciudad central de Fester. Solo podemos esperar que los hombres del rey y los arcanos puedan hacerles frente.

Escuchaba la conversación como si fuera un eco distante, intentando asimilar las palabras de mi tío. Estaba claro que me encontraba en el sur, en el Reino Pirata. ¿Qué hacía Persel allí? ¿Negociando con piratas para la guerra?

Jakar, nuestro continente se divide en cuatro regiones principales. Al oeste, se extiende Fester, cuya capital es Gada. Además, lo conforman las ciudades de Kurosh, Shuno, Ruther, Libertu, Milerti y Suronu, lugares que nunca tuve la oportunidad de visitar.




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