La leyenda del dios dragón

CAPÍTULO 5: ஐ EL INICIO DE ALGO MÁS ஐ

──── Carla ────

Ni en mis sueños más descabellados habría imaginado que algún día me despediría de la señorita Arami de esa manera. Verla cabalgar hacia la libertad, acompañada por el príncipe equivocado, me dejó desconcertada y profundamente inquieta. Las preguntas se amontonaban en mi mente con cada segundo que transcurría. ¿De verdad mi lady había dejado de amar al joven Edward? Allí estaba él, inmóvil, con su rostro angelical marcado por el dolor. El príncipe rubio, siempre tan impecable, parecía ahora un hombre roto, incapaz de comprender lo que acababa de suceder. Su amada, la mujer con la que había soñado compartir cada instante de su vida, se había marchado sin una sola mirada hacia atrás.

Por un momento, me pregunté si mi señorita había sido cruel al actuar así, pero pronto comprendí que no había culpables. El amor es así: tan dulce como un bollo de crema recién horneado, tan frío como el invierno más cruel, y tan devastador como la peor de las guerras, donde siempre se pierde algo irrecuperable. Ese era Edward III en ese instante, un soldado caído, derrotado por su mayor enemigo.

Decidí acercarme para comprobar su estado, pero apenas di un paso, él me fulminó con una mirada tan helada que habría congelado el fuego del mismísimo Maligno. Me detuve en seco, hice una profunda reverencia y me retiré sin decir palabra. El príncipe, consumido por su furia, montó su caballo y se alejó, dejando tras de sí una estela de rabia y desolación. Yo, por mi parte, regresé a la casa para sumergirme en la rutina de mis tareas, como si aquello no hubiera ocurrido.

La mañana transcurrió con una calma tensa. Aunque esperaba una avalancha de preguntas por parte de mis compañeros, el silencio reinaba entre nosotros. Parecía que todos preferían fingir que nada había sucedido, temerosos de las posibles consecuencias. En la mansión DiAngelus, cualquier comentario fuera de lugar podía convertirse en un problema. Por mi parte, decidí mantenerme callada hasta que alguien más rompiera el hielo.

A las once en punto, el comedor estaba dispuesto como de costumbre. Era la hora en la que la señora Edda y su hijo solían levantarse. Sin embargo, ese día también se unió la señorita Alexis, acompañada por el marqués Cirino, el nuevo prometido de la señorita Arami. Cirino, como de costumbre, se paseaba con aires de grandeza, creyéndose un duque en toda regla. Su actitud era tan exagerada que resultaba casi cómica, si no fuera porque todos sabíamos cuán peligroso podía ser.

—¿Puedo saber dónde se encuentra mi futura esposa? —preguntó Cirino con su tono arrogante, mientras yo permanecía en un rincón esperando órdenes.

—Creo que eso hay que hablarlo, tío —interrumpió Jona—. Ya que no se casará con el príncipe, considero que ha de ser mía.

—No digas tonterías, hijo. Tú mereces una reina, no una sirvienta. Si nuestro querido tío quiere tenerla como capricho, que haga lo que quiera en sus últimos años.

—Me haces sentir viejo, estimada sobrina. —Cirino soltó una carcajada mientras Jona lo miraba con una mezcla de desprecio y amenaza. Sin embargo, no insistió más en el tema.

—Repito, ¿dónde está? Quiero comer en su presencia.

—Estará limpiando. Carla, ¿y la perra de la casa? —El tono de Edda me hizo estremecer.

—No se halla en la mansión, mi señora. Se fue muy temprano —respondí, jugueteando nerviosa con mi delantal.

—¿Qué? ¿Adónde fue?

—No te exaltes. Seguramente fue a arreglar todo para la boda. He hablado con el alto sacerdote y planeo comunicarme con su alteza mañana para evitar malentendidos —intervino Cirino, con un gesto de impaciencia.

—Mi hermana no está en Gada —dijo Alexis, interrumpiendo a su tío—. ¿No te lo dijo ayer, mamá? Se marchó a la guerra.

—No digas tonterías —espetó Edda con irritación.

—Es la verdad. Carla puede confirmar mis palabras si no me crees. Yo misma vi a Arami subirse al caballo de un hombre y abandonar nuestros terrenos. El príncipe Edward también estuvo aquí y se marchó disgustado.

—¡Carla! ¿Eres capaz de confirmar lo que dice mi hija? —preguntó Edda, dirigiéndose hacia mí con una mirada que podía helar la sangre.

—Sí, mi señora. —Incliné la cabeza en señal de respeto, evitando cruzar miradas—. La señorita se marchó con el general Killian.

—¿Killian? ¿De qué me suena ese nombre? —inquirió Jona, frunciendo el ceño.

—No puede ser… ¡Ese hombre es el hijo mayor del rey Eduardo V! —exclamó Cirino, poniéndose de pie de golpe.

—¿Qué? —Incluso Alexis, normalmente imperturbable, no pudo ocultar su sorpresa.

—Pensé que era una broma cuando lo mencionó ayer…

—Esto no tiene ningún sentido. ¿Cómo Arami va a irse a la guerra? No tiene poderes y tampoco sabe empuñar un arma. Carla, tú eres su confidente. ¿A qué se debe esto? —Sabía exactamente lo que debía responder al hijo mayor.

—Es por el matrimonio forzado.

—Es lo mismo que me dijo anoche. —Lady Arami me comentó que debía apoyar la mentira que le contó a su hermana, y eso haría—. Se niega a contraer matrimonio con mi tío abuelo, madre. Tal vez si recapacitas…

—¡Basta! —El marqués golpeó la mesa con tal fuerza que hizo temblar la vajilla, y algunas copas de cristal se estrellaron contra el suelo—. Traerás a esa mujer de regreso, Edda. No me importa cómo.




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