✧──── Evan ────✧
Killian y yo discutíamos los últimos preparativos para nuestro viaje hacia la frontera norte, un trayecto que se extendería por varios días. ¿Cuántos exactamente? Aún no lo sabíamos con certeza. Podrían ser cuatro, quizás ocho; todo dependería del clima, del ritmo de los caballos, del cansancio de los soldados…
—Están cargando todo en los carros. Creo que en una hora, dos a lo sumo, podremos partir —comenté, observando el ir y venir en el campamento.
—Tengo algunos asuntos pendientes que resolver con los arcanos. Confío en que todo saldrá bien bajo tu supervisión —respondió Killian con su tono firme habitual, que transmitía una confianza inquebrantable.
—Claro, hermano. —Le devolví una sonrisa, aunque el término "hermano" siempre me resultaba agridulce.
No compartíamos lazos de sangre. Mi madre me confesó la verdad cuando consideró que tenía la edad suficiente para entenderla y, sobre todo, para guardar silencio.
En Fester, una ley dicta que únicamente los hijos del primer matrimonio real pueden heredar la corona. Yo nací —supuestamente— del segundo matrimonio del rey. Eduardo V contrajo nupcias con Marie Shosterierr, la hija de un barón en bancarrota. Mi madre tenía apenas catorce años cuando la comprometieron con un hombre de treinta. Un año después, se casaron, y pocos meses más tarde nací yo.
Siempre supe que no estaba en la línea de sucesión, a menos que todos mis hermanos mayores murieran. Crecí sin ambiciones de grandeza, alejado de sueños dorados. Sin embargo, descubrir a los once años que Eduardo no era mi padre fue un golpe inesperado. Eduardo siempre había actuado como un padre devoto; jamás tuve motivos para reprocharle nada. Pero ¿quién me engendró entonces? Ese misterio quedó sin resolver. Según mi madre, fui fruto de una pasión secreta con un amante cuya identidad nunca reveló.
Cargué solo con ese secreto durante años, hasta que Killian lo descubrió. Cuando lo hizo, insistió en compartir mi carga. Su apoyo me devolvió algo de paz. No solo continuaba tratándome como a un hermano, sino que también se mostró comprensivo hacia mi madre. Nunca le guardó rencor; al contrario, la admiraba por su fortaleza. A veces me preguntaba cómo reaccionarían Areth y Edward si supieran la verdad.
—¡Munir, detente! —Los gritos de Galo irrumpieron bruscamente en la conversación que mantenía con Killian.
—¿Y ahora qué? —Killian se llevó una mano a la frente, visiblemente exasperado.
—¡He dicho que pares! —Galo agarró a su primo del brazo con fuerza, obligándolo a escucharle.
—¿Por qué no me dejas en paz? —Munir replicó con un tono cargado de irritación.
—¿Qué pretendías con Arami? —El tono de Galo era un filo que cortaba el aire. Al escuchar su nombre, lancé una mirada rápida a Killian. Su expresión reflejaba la misma curiosidad que yo sentía.
—¿De qué hablas? Solo la saludé y me presenté. Nos encontramos por casualidad y fui educado. ¿Eso también es un problema para ti?
—¡El problema lo tendrá ella si no te apartas! ¿No lo ves? Por fin tiene la oportunidad de recuperar su lugar en la familia y ser feliz… ¿Vas a arruinarlo? ¿Acaso olvidaste el escándalo que causó tu padre? ¿Quieres terminar como él? —La tensión entre ambos era palpable. Nunca los había visto pelear de esta manera.
—¡No hables de mi padre! —Munir estalló, alzando la voz con una furia contenida.
—¡Ya basta! —Killian se interpuso entre los dos cuando notó que Munir estaba a punto de usar su maná contra Galo. Su tono autoritario logró frenar el enfrentamiento—. ¿Qué demonios os pasa?
—Es un asunto familiar —replicó Galo, desviando la mirada hacia el suelo.
—Entonces deja el espectáculo para otro momento y en privado. —Killian señaló con la mirada a los soldados que pasaban cerca, observando con disimulo la escena.
—Le pido disculpas, general. —Galo golpeó suavemente su pecho con el puño cerrado, un gesto formal de arrepentimiento propio de los suyos. Bajó la cabeza, cerró los ojos y permaneció en esa postura unos segundos antes de enderezarse—. Le aseguro que no volverá a pasar.
—Munir, acompáñame —ordenó Killian.
—Sí, general —respondió Munir sin rechistar.
Killian desapareció con Munir, dejando atrás el incómodo ambiente que había creado la disputa. Yo, que había observado todo sin intervenir, no pude evitar mirar a Galo con una mezcla de curiosidad y desconcierto.
—¿De qué iba todo eso? —me crucé de brazos, buscando una explicación. Galo y Hanae eran los arcanos que me acompañaban en batalla, lo que nos había hecho cercanos.
—Como si no lo supieras… —respondió con un tono seco.
—¿De verdad es por eso? —Asintió de mala gana, y yo suspiré con resignación—. Dejemos el tema. Hay algo de lo que he querido hablar contigo desde que llegué. —Miré a mi alrededor, asegurándome de que nadie estuviera cerca. No sería prudente que alguien nos escuchara.
—Ah, cierto… No tengo buenas noticias al respecto —advirtió mientras hacía una mueca de disgusto.
—¿Se ha enterado alguien? —pregunté, sintiendo el peso de la ansiedad.
—¡No! Sé perfectamente lo que tu hermano nos haría si llegara a saberlo… —respondió, y su tono me dio un pequeño alivio—. Envié a esos amigos, como me pediste.
—¿Y qué tienen? Dime que lograron obtener algo…
—Están muertos. —Dos palabras bastaron para hacer que el aire pareciera detenerse a mi alrededor.
—¿Cómo dices? Imposible. ¿No eran arcanos? —pregunté, incrédulo.
—Y de los mejores de la academia —confirmó con una mezcla de ira y tristeza en su voz—. Hanae y yo nos graduamos con ellos, y ahora nos toca ser quienes les digan a sus familias que no volverán a verlos.
—¡Dios! Cuánto lo siento, Galo… ¿Cómo sucedió? —mi voz apenas era un susurro.
—No sé cómo lo hicieron, pero se encargaron de dejarnos una advertencia con sus muertes. —Hizo una breve pausa, cerrando los ojos como si reviviera la escena—. Lo siento, Evan. Esto se termina aquí.
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Editado: 17.02.2025