La leyenda del dios dragón

CAPÍTULO 8: ஐ DUQUESA DIANGELUS ஐ

¡Por temas de tiempo con la universidad, ahora voy a publicar los domingos a partir de las 20:00!

──── Arami ────

Cuando desperté, un dolor punzante recorrió todo mi cuerpo, como si me hubieran dado una paliza. Al principio no entendía por qué, pero pronto los recuerdos empezaron a aclararse: una carrera, varias caídas, una cabalgata peligrosa sobre Tornado y varios traumas emocionales. No era de extrañar que mi cuerpo estuviera hecho un desastre. ¿Y yo me quejaba de mi trabajo en la mansión DiAngelus? Eso era un paraíso comparado con lo vivido.

—Así que la pequeña marmota ya despertó. —La voz de Killian me hizo incorporarme lentamente, llevándome una mano a la frente. Me quedé sentada, mareada, y cuando levanté la vista para mirarlo, casi me caí de espaldas. ¡Había olvidado por completo su extraña apariencia!

—¿Cómo te encuentras? —preguntó, y su mirada fija me descolocó aún más. No era solo la apariencia; había algo en sus ojos dorados que me inquietaba.

—Tú… —Sus ojos se clavaron en mí, como si buscara algo que aún no entendía.

—¿Me tienes miedo? —La pregunta, aunque sin expresión en su rostro, sonaba cargada de una profunda herida.

—¡No! —respondí, levantándome de un brinco.

—¿Por qué me mientes? Pude verlo en tus ojos ayer.

—¿Ayer? ¿Cuánto tiempo he dormido?

—Veinticuatro horas, un poco más, en realidad. —Jadeé. Nunca había dormido tanto.

—Entonces… ¿Qué sientes? Porque lo que vi en tu mirada ayer fue puro terror.

—¿Y qué esperabas? ¡Estaba rodeada de muerte y destrucción! —Él bajó la mirada, consciente de que tenía razón —. Y respecto a ti… ¿Realmente pensabas que iba a reaccionar con calma? —Lo observé de arriba abajo, mi mente aún luchando por comprenderlo. —Eres… No entiendo nada. ¿Qué eres exactamente? Nunca vi a nadie con tus características.

—¿Entonces es curiosidad?

—Curiosidad, sorpresa… ¿Qué esperabas?

—Supongo que tienes razón —admitió, dejando escapar un suspiro.

—Lo que me sorprende es que los demás no reaccionaran.

—Lo saben desde siempre. Todos los humanos y arcanos que luchan a mi lado lo saben.

—¡¿Todos?! —Asintió, y un suspiro de frustración escapó de mis labios —. ¿Qué eres? —volví a preguntarle.

—No lo sé —respondió con total sinceridad—. Nadie lo sabe. Nací así, soy así. Es como cuando alguien es negro o tiene los ojos rasgados; no se puede cambiar. Es mi aspecto, y ya.

—Pero no te había visto así antes.

—Porque me escondo detrás de un disfraz. Si quieres, te lo explico.

—Adelante. —Asintió y comenzó:

—Vine al mundo con orejas puntiagudas, garras, ojos dorados y cabello blanco. Además, en mi espalda tengo una fila de escamas que marcan mi columna. —Se dio la vuelta para mostrármelo.

Me acerqué con cautela, sintiendo el latido de mi corazón en los oídos. Killian estaba de espaldas a mí, su cuerpo aún cubierto de los vestigios de la batalla, con una respiración profunda y controlada. No dijo nada cuando me detuve detrás de él.

Mis ojos recorrieron su espalda desnuda, deteniéndose en lo que lo diferenciaba de cualquier hombre que hubiera conocido. A lo largo de su columna, en perfecta simetría, una fila de escamas blancas emergía de su piel, protegiéndola como si fueran parte de una armadura natural. No eran muchas, pero su presencia era imposible de ignorar. Bajo la luz tenue, reflejaban un brillo suave, casi irreal.

Tragué saliva y levanté la mano con cautela. No sabía exactamente por qué lo hacía, ni si él me permitiría tocarlo, pero la curiosidad y el asombro fueron más fuertes que la duda. Mi dedo rozó la primera escama con suavidad, apenas un toque. Era dura, lisa, pero extrañamente cálida, como si la vida misma vibrara en su interior. Killian no se movió, pero sentí la tensión en su cuerpo.

Pasé la yema de los dedos por el contorno de otra escama, notando la diferencia entre su piel humana y aquella parte de él que no lo era. Eran firmes, perfectamente alineadas, encajando con naturalidad en su espalda, como si siempre hubieran estado allí. No eran rugosas ni afiladas como había imaginado, sino suaves al tacto, pero irrompibles.

Mi respiración se hizo más pausada mientras deslizaba la mano con mayor confianza, trazando la línea de escamas hacia abajo. Era increíble pensar que siempre habían estado allí, ocultas, esperando ser reveladas.

Killian dejó escapar un suspiro casi imperceptible. No dijo nada ni se apartó, sin embargo, su silencio me hizo comprender que este momento era tan nuevo para él como para mí.

—¡Son reales! —exclamé, sorprendida. Me alejé un paso para darle su espacio.

—Te lo dije. —Se volteó para mirarme—. Son escamas de dragón, Arami. Tan fuertes como el acero, o quizás más.

—¿Cómo es posible? —pregunté, asombrada. Se encogió de hombros.

—Al parecer, todo mi cuerpo está cubierto por escamas y la piel las oculta. Solo las de la columna son visibles.




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