La Leyenda del Dios Dragón

CAPÍTULO 12: ஐ LA MARCA SANTA ஐ

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──── Arami ────

Flashback

El silencio era absoluto. Abrí los ojos y solo hallé oscuridad. Un vacío inmenso me envolvía, tan profundo que ni siquiera distinguía el suelo bajo mis pies. Estaba suspendida en la nada, sin dirección, sin horizonte, sin frío ni calor. Solo yo… y la ausencia de todo lo demás.

Giré sobre mí misma, buscando un punto de referencia, una chispa de luz, un sonido… algo. Nada.

El recuerdo de Valerian me golpeó. Su mirada, el calor de su hocico rozando mi mano antes de que la oscuridad me devorara. Entonces lo supe…

—He muerto —susurré, con la voz quebrada, perdida en aquella inmensidad.

Un escalofrío me recorrió la espalda. No sentía dolor, pero tampoco vida. Era un limbo, una prisión silenciosa que parecía eterna. Me llevé las manos al pecho y cerré los ojos, deseando gritar, aunque no tuve fuerzas.

Entonces ocurrió. Una luz emergió de la nada, cegadora, radiante como el sol. Flotaba frente a mí, una esfera perfecta que irradiaba una calidez abrumadora, llenando el vacío con una energía tan poderosa que me hizo temblar.

El corazón me dio un vuelco. Conocía esa sensación.

—¿Eres tú? ¿El Dios Dragón? —pregunté, aunque no necesitaba respuesta. Era la misma calidez que me salvó de la hoguera y me devolvió al pasado. Las lágrimas empañaron mi vista mientras caía de rodillas, con las manos temblorosas sobre el pecho—. ¡Dios! —susurré, rota por la emoción.

—Ponte en pie, hija mía. —Su voz áspera y poderosa me envolvió como un abrazo. Obedecí sin dudar—. Arami, tal vez te preguntes por qué he venido a ti otra vez.

—¿Vienes por mí? ¿He cumplido mi misión? ¿Por eso he muerto?

—No. Tu hora aún no ha llegado. Esto es solo una metamorfosis. —Su tono era sereno, pero firme—. Todavía queda mucho camino, aunque lo estás haciendo bien.

—¿Qué debo hacer ahora? ¿Qué me espera? —pregunté, con el corazón encogido.

—La primera parte de tu misión ha concluido. Has encontrado a Killian y lo has salvado, como te mostré en las visiones. Estoy orgulloso de ti, Arami. —Sonreí, emocionada—. Debes permanecer junto a él. Muy pronto, emprenderéis un viaje juntos.

—¿Un viaje? ¿Hacia la guerra otra vez?

—Eso no puedo decírtelo. Todo tendrás que descubrirlo paso a paso. Ni siquiera has llegado a la mitad del camino. Escucha bien, lo que has vivido hasta ahora ha sido solo la parte sencilla.

—¿Sencilla? —murmuré, incapaz de disimular el estremecimiento que me recorrió—. No lo parece...

—Lo que viene será más arduo —advirtió—. Debes tener cuidado. Esta vez pude salvarte de la muerte, pero será la última. —Mi estómago se encogió —. Ser Dios no me da libertad absoluta. Cada acción tiene consecuencias, incluso las mías. Ya te he salvado dos veces… no habrá una tercera.

—Lo entiendo —murmuré, con un nudo ahogándome la garganta.

—Si mueres otra vez… todo terminará. —Asentí, sin atreverme a hablar. El miedo me pesaba, como si cada palabra pudiera sellar ese destino que me había descrito —. Debo marcharme —dijo, con la voz cargada de solemnidad.

—¿Qué debo hacer? ¿Esperar la próxima visión?

—Así es. No tardará. —Su voz se suavizó—. Además, estarás ocupada con mi nuevo regalo.

—¿Un regalo?

—La Marca Santa…

Desperté de golpe, jadeando, como si el aire hubiese irrumpido en mis pulmones tras horas de asfixia. Mi pecho subía y bajaba con violencia, y un calor abrasador me recorría las venas, latiendo en cada rincón de mi cuerpo.

Parpadeé y me encontré rodeada de rostros conocidos. La habitación, iluminada por la luz tenue de unas lámparas, era ajena, y las miradas incrédulas que me rodeaban se clavaban en mí como agujas.

—¿Qué…? —musité, con la voz áspera y la garganta seca. Y entonces todo estalló.

Gus, Kuqui y Perhos cayeron de rodillas al suelo como si una fuerza invisible los hubiese derribado. Gritaron al unísono:

—¡Milagro!

La palabra resonó con una mezcla de asombro y alivio que les rompía la voz. Sus rostros eran un desborde de lágrimas y sonrisas descompuestas por la incredulidad.

Galo se desplomó hacia atrás, cayendo de bruces al suelo, incapaz de mantenerse en pie. Su expresión era la de quien acababa de presenciar lo imposible.

Cesc se aferró al cabecero de la cama, temblando, respirando como si hubiera corrido una guerra entera. Sus ojos brillaban entre la emoción y el miedo.

Emeric… apenas logró mantenerse en pie. Lo vi palidecer, tambaleante, con las manos crispadas y el rostro descompuesto. Parecía estar viendo un espectro.

Antes de que pudiera asimilarlo, Killian me envolvió en un abrazo feroz. Me apretó contra su pecho, y su calor me sacudió el cuerpo, arrebatándome de nuevo el aliento.




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