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También aprovecho para contaros que el miércoles 23, por ser el día del libro, publicaré un capítulo ese día. Entonces habrá capítulo el domingo 20 (capítulo 16) , miércoles 23 (capítulo 17), domingo 27 (capítulo 18) y ya como siempre. El capítulo extra de esa semana será a partir de las 20:00 igualmente.
✧──── Cesc ────✧
Nos acercamos rápido a Killian y Arami. Ella sollozaba sin control, aferrada a su pecho como si su vida dependiera de ello. Killian le susurraba palabras que no alcanzábamos a oír, acariciándole la cabeza con una suavidad que jamás habría imaginado en él. Ver a Arami así, tan rota, tan vulnerable, me estrujó el corazón. No era la muchacha desafiante que se había enfrentado al mundo minutos antes; ahora parecía una niña perdida que acababa de escapar del infierno.
Los salvajes que la habían traído se aproximaron también, dudando, como si temieran interrumpir algo sagrado.
Entonces, el mundo se quebró. Un grito agudo, desgarrador, estalló en medio de la noche. Todos nos giramos de inmediato, armas en mano, sin ver nada. Solo oscuridad, cerrada y aplastante, devorándolo todo. Un segundo después, el silencio cayó de nuevo, espeso como una losa sobre nosotros; solo quedó el rumor tembloroso de los caballos, agitados y nerviosos. Sabíamos lo que había pasado: uno de los nuestros había desaparecido.
Un escalofrío me recorrió la espalda como una garra. El nudo en mi garganta se apretó hasta doler. Nadie dijo nada; no hacía falta. El terror se instaló entre nosotros como una presencia viva, casi tangible.
Miré de reojo a Killian. Su mandíbula estaba tan apretada que los músculos de su rostro se marcaban con violencia. En su forma dracónica, sus ojos parecían atravesar las sombras, y las escamas a medio descubrir brillaban débilmente bajo la tenue luz de Valerian, que flotaba sobre nosotros. Estaba tenso como una cuerda a punto de romperse. No sabía cuánto más podría aguantar.
—No estamos solos —murmuré, apenas un susurro, sabiendo que todos ya lo presentían.
Munir desenvainó su espada con gesto mecánico, su expresión imperturbable. Galo se colocó para el ataque, junto a él, firme y seguro.
Hanae, siempre rápida, deslizó los dedos por su funda impregnada en aceite para lámparas y, con un simple chasquido, encendió la hoja de su espada, bañándonos en una luz cálida y trémula. Esa espada en llamas era su creación. Hanae había tenido la idea loca de mezclar fuego con acero. ¡Una bendita locura!
Los soldados arcanos adoptaron formación, sus ojos moviéndose nerviosos en todas direcciones. Sabíamos que no sería suficiente.
Los brujos no luchaban como nosotros. Eran traidores a su sangre, traidores al Dios Dragón. Habían abandonado los dones de los elementos. No podían invocar fuego, ni aire, ni tierra, ni agua. Solo les quedaba la oscuridad, la mente y el espíritu.
Por eso usaban el maná psíquico para manipular nuestras mentes, mostrarnos pesadillas, quebrarnos desde dentro. Y el maná de sombras les permitía fundirse en la noche, volverse invisibles, letales. En un entorno así, ellos eran dioses. El fuego era nuestro único refugio, el único elemento capaz de herirlos y obligarlos a retroceder.
Solo Killian y Valerian podían percibirlos de algún modo, gracias a sus sentidos dracónicos. No los veían del todo, pero distinguían sus formas difusas, manchas oscuras en medio del abismo.
—Manteneos juntos —ordené con voz firme, tragándome la ansiedad que me quemaba la garganta—. No os separéis. No hagáis ruido. El fuego nos protege.
Sabíamos que no bastaría. Sabíamos que vendrían. La noche no había terminado. La verdadera pesadilla apenas comenzaba.
Todo sucedió tan rápido que apenas tuvimos tiempo de respirar. De entre las sombras surgieron figuras deformes, manchas que serpenteaban en la oscuridad. Los brujos se movían de manera antinatural, como si sus cuerpos no terminaran de pertenecer a este mundo. Sus cuellos se ladeaban en ángulos imposibles y sus bocas se torcían en sonrisas macabras.
—¡Formación! —grité, mi voz cortando la tensión como un látigo.
Hanae se adelantó primero, blandiendo su espada envuelta en llamas. El fuego crepitó, lanzando destellos anaranjados que iluminaron por un segundo los rostros pálidos de los brujos. Ellos siseaban como serpientes, incapaces de cruzar la barrera de fuego, retrocediendo ante la llama sagrada.
A mi lado, Munir y Galo levantaron las manos con movimientos fluidos y controlados. Hasta las muñecas, solo hasta ahí, el gesto exacto para invocar fuego. Pequeñas llamaradas surgieron de sus palmas, iluminando la noche. Era lo único que podíamos usar. La tierra, el aire y el agua eran inútiles en esta oscuridad.
Los soldados arcanos formaron un semicírculo, protegiendo a los salvajes y a Killian, quien mantenía a Arami pegada a su cuerpo, su mirada feroz barriendo las sombras. No podía lanzar maná, pero era más letal que cualquiera de nosotros si alguien se acercaba.
—¡Ni un paso atrás! —ordené, observando cómo las manchas de los brujos se deslizaban por el borde de nuestra luz, buscando un hueco.
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Editado: 23.05.2025