La Leyenda del Dios Dragón

CAPÍTULO 16: ஐ PRINCESA SALVAJE ஐ

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También aprovecho para recordaros que este miércoles 23, por ser el día del libro, publicaré un capítulo ese día. Entonces habrá capítulo el miércoles 23 (capítulo 17), domingo 27 (capítulo 18) y ya como siempre. El capítulo extra de esta semana será a partir de las 20:00 igualmente. ¡No te lo pierdas, que se viene algo grande!

──── Inira ────

La niebla de la mañana se deslizaba entre los árboles como un susurro de los antiguos, cargada con el olor húmedo de la nieve recién caída. El viento helado aullaba entre las ramas desnudas, y los cascos de los caballos crujían sobre el manto blanco que cubría el suelo. Avanzábamos en silencio, guiados por los salvajes, mientras la nieve caía en remolinos suaves. Todo a nuestro alrededor estaba bañado por un resplandor gris y fantasmal. Parecía el preludio de una historia aún no escrita… o quizá de una que debía contarse otra vez.

Iban detrás de mí, con las miradas cargadas de confusión, duda o simple incredulidad. Lo entendía. Ver a la dulce Arami cabalgando como si hubiese nacido sobre una montura no era fácil de asimilar. Unos minutos después, oí los cascos de otro caballo acercarse. No necesité mirar para saber quién era. La forma en que tensó las riendas, la respiración contenida, el peso de su presencia… Killian.

—¿Qué rayos te pasa? —soltó en voz baja, como si aún esperara que dijera que era una broma. Lo miré de reojo, divertida.

—Creí haberlo dejado claro. Ya no soy Arami.

—¿Y quién eres entonces? —Bufó.

—Inira. La Santa Inira, si vas a ser formal. — Me giré apenas para verle la cara—. Aunque eso ya lo sabías, ¿no?

—No lo sé —murmuró, frunciendo el ceño—. Todo esto es absurdo.

—No tanto como crees. Tengo todos los recuerdos de Arami… y de los otros. Todo está aquí. —Me llevé un dedo a la sien—. Incluyendo los besos. —Lo vi pestañear, confundido.

—¿Qué besos?

—Los que le diste a Arami cuando la encontraste tras su secuestro. —Sonreí con aire triunfante—. En las mejillas. Dulces, desesperados, temblorosos…

—¿De qué estás hablando?

—Ay, Killian… Supongo que en ese momento ni siquiera fuiste consciente de lo que hacías, ¿verdad? Pero Arami lo recuerda. Sintió cada roce de tus labios, cada palabra, cada latido de tu corazón. Y ahora yo también lo recuerdo. Qué feo que no hayas dicho nada. Muy feo.

—¡Eh, general! —gritó Gus desde atrás, carcajeándose—. ¿Besitos? ¡Qué bonito!

—¿Así que esos eran los famosos “cuidados” del jefe? —añadió Kuqui, muerto de risa.

—A ver si a la próxima no le das un infarto a la pobre Arami, general besucón —remató Perhos.

—Callaos los tres. —Killian les lanzó una mirada afilada y volvió la cabeza hacia los demás —. ¿Sabíais algo de esto? —preguntó en voz baja, esperando que al menos alguno lo salvara. Galo negó con la cabeza, perplejo.

—Estábamos detrás de ti. No vimos nada, estaba oscuro —respondió.

—Yo tampoco me fijé —añadió Munir con indiferencia.

—¿Eso pasó de verdad? —murmuró Hanae, más sorprendida que interesada.

Me giré de nuevo hacia el frente y susurré entre dientes:

—Hombres.

Tiré de las riendas y Tornado relinchó con fuerza, como si compartiera mi fastidio. El campamento debía estar cerca. No podía esperar a conocer a esa “princesa salvaje” … si es que realmente existía.

Seguíamos avanzando por la nieve, más despacio ahora que el viento arremetía con fuerza. Las pisadas de los caballos se hundían en el terreno helado, y el crujido del hielo era lo único que nos acompañaba, aparte de las voces apagadas del grupo a mis espaldas.

Podía oírlos hablar. Susurros que no se molestaban en disimular: que si estaba poseída, que si me había vuelto loca, que si Arami estaba atrapada dentro de mí. Reconocía las voces. Gus, siempre dramático. Kuqui, nervioso. Perhos, más callado, como si aún intentara entender la situación con lógica. Hanae y Munir marchaban en silencio, pero hasta el silencio pesa cuando está lleno de juicio.

Entonces Galo se acercó, igualando el paso de su caballo al mío. Lo noté algo tenso. Siempre se había sentido cercano a Arami desde que la conoció. Quizá por eso fue él quien se atrevió a hablar.

—¿Cómo es esto posible? —preguntó al fin, mirándome de lado. No aparté la vista del frente.

—Deberías preguntárselo a Cesc. Fue el guía de Aurora y su confidente. Conoce secretos sobre los santos que ni la Orden del Dragón sabe, porque no todos están preparados para entenderlos.

—Se supone que yo seré el guía de Arami —respondió Galo, con frustración contenida—. Antes de partir, Cesc me entregó un libro, pero no me explicó qué era. Solo me dijo que lo protegiera y lo leyera cuando llegara el momento.

—Ya veo. —Sonreí sin mirarlo—. Entonces debe de ser el diario.

—¿El diario?




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