¡Hola! Por fin os traigo el capítulo EXTRA de la semana que os había prometido. Me ha llevado más tiempo publicarlo porque me ha quedado larguito y he tenido menos días. ¡Pero el Dios Dragón me ha dado fuerzas! ¿Qué menos que un capítulo en el día del libro, de San Jorge y los dragones?
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✧──── Arami ────✧
El silencio tras las palabras de Galatea era tan denso que podía cortarse con un cuchillo. Nadie se atrevía a hablar. Las frases seguían flotando en el aire como un presagio oscuro: un ejército de dragones, la destrucción del mundo, el fin de todo lo que conocíamos. Apenas podía respirar.
El primero en romperlo fue Gus, claro:
—¡Vamos a morir todos! —gritó con los ojos desorbitados—. ¡Lo sabía! ¡Siempre supe que algo así iba a pasar! ¡Tenía que ser con dragones! ¡Nos lo merecemos por habernos reído del general!
—¡Cállate, imbécil! —gruñó Kuqui, aunque su rostro estaba tan pálido como la nieve que llevábamos semanas atravesando—. ¡Como si tú no hubieras sido el primero en reírte!
—¡No es momento para tus tonterías, Gus! —bufó Galo, dándole un manotazo en el hombro—. ¿Estás escuchando lo que acaban de decir?
—Esto no puede estar pasando —murmuró Hanae, con los brazos cruzados—. ¿Un ejército de dragones manipulados por brujos?
—¿Y si ya tienen más de mil? —añadió Galo, sin levantar la mirada del suelo—. ¿Y si solo están esperando el momento de atacar?
—Si todo eso es cierto… —intervino Munir por fin, con el ceño más fruncido que nunca—, entonces no tenemos ni una mínima oportunidad si no actuamos ya.
—¡Basta! —rugió Killian. Su grito retumbó como un trueno dentro de la tienda.
Todos callamos al instante cuando dio un paso al frente, clavando los ojos en Galatea con tal intensidad que contuve el aliento.
—¿Qué tenemos que hacer para detener esto? —Galatea se encogió de hombros, con una calma que dolía.
—No lo sé.
Un suspiro colectivo se escurrió entre nosotros. Nadie podía creer que esa fuera su respuesta.
—El Dios Dragón nos envió hasta ti —dije, esforzándome por mantenerme firme, aunque por dentro me sentía a punto de quebrarme—. Tal vez tú puedas guiarnos. Ayudarnos. Hacer algo…
Ella me miró en silencio, luego bajó la vista hacia sus manos, como si pesaran más de lo que una niña debería soportar.
—No puedo ayudaros. Solo puedo dejaros quedar aquí… hasta que decidáis qué hacer. —Entonces volvió la cabeza hacia Killian—. A ti sí puedo enseñarte. Te mostraré lo que eres y lo que puedes llegar a hacer.
Killian no dijo nada de inmediato. Parecía medir cada palabra, cada idea. Finalmente, asintió:
—Nos quedaremos unos días, entonces. —Galatea se puso en pie sin más.
—Alguien vendrá a asignaros carpas. Esperad aquí. —Y sin añadir nada más, se marchó, seguida por Gabriel y el hombre que la acompañaba desde el principio.
La tienda volvió a quedar en silencio. Estábamos todos allí, juntos, pero cada uno atrapado en su propia tormenta. Las llamas de la fogata parpadeaban, proyectando sombras que parecían reflejar el peso de todo lo que acabábamos de escuchar.
No sabía ni por dónde empezar a asimilarlo, pero algo en mi interior murmuraba que ese campamento no era un simple destino: era el punto de partida. El comienzo de un camino incierto, arduo, quizás doloroso... pero inevitable.
El silencio se volvió insoportable. Nadie decía una palabra. La hoguera chisporroteaba con indiferencia, como si no le importara la magnitud de lo que acabábamos de descubrir. Areth fue la primera en romperlo:
—¿Y ahora qué? —preguntó, con la mirada fija en Killian—. ¿Qué vamos a hacer?
Todas las miradas se volvieron hacia él. Siempre había sido quien tenía las respuestas, el que guiaba con seguridad. Sin embargo, esa vez no era así. Suspiró, bajando la cabeza con los hombros tensos, la mandíbula apretada y los ojos cargados de un cansancio que hablaba por sí solo.
—No lo sé —admitió con voz ronca—. Por primera vez en mi vida, no tengo idea de qué hacer. —Me miró como si esperara una señal divina, como si pudiera encontrar la respuesta en mis ojos. Negué suavemente con la cabeza.
—Dios no me ha dicho nada más —murmuré, apenas un susurro—. Lo último fue la visión de Galatea. Desde entonces, silencio. —Un murmullo incómodo recorrió el grupo. La tensión se hacía más densa, como una niebla que nadie podía disipar. Caminábamos a ciegas, y todos lo sabíamos. Entonces, una idea brotó en mi mente, clara e inevitable —. Quizá… —dije con lentitud—, quizá deberíamos ir al Reino Pirata. Si Galatea tiene razón y hay otro como vosotros, otro con sangre de dragón… tal vez Dios quiera que lo encontremos también. —Las cejas de Killian se fruncieron de inmediato. Su reacción fue tan brusca que me sobresaltó.
—No —dijo tajante, seco, autoritario. Lo miré, desconcertada.
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Editado: 23.05.2025