La Leyenda del Dios Dragón

CAPÍTULO 18: ஐ EL COMPROMISO ஐ

¡Hola! Por fin os traigo el capítulo de la semana. No lo he podido publicar antes. España y otros países de Europa han sufrido un apagón masivo, dejándonos a muchos (a mí) hasta sin cobertura. ¡Gracias al Dios Dragón que todo se ha restablecido, al menos de momento! Avisé por Instagram cuando tuve un poquito de cobertura, así que si no me sigues no dudes en hacerlo para casos como estos.

Si te ha gusta este capítulo, te agradecería que me regalaras tu like, comentes y compartas esta historia. Tu apoyo me motiva mucho a seguir publicando cada semana.

Nos separamos lentamente, como si el mismo aire entre nosotros doliera. Me quedé mirándolo, sin saber si mi corazón latía por la emoción, el miedo o por todas esas emociones juntas que me llenaban hasta desbordarme. Killian también me miraba, con esa intensidad que parecía capaz de leerme el alma, como si en sus ojos dorados solo existiera yo en ese momento.

—Esto... —murmuró al fin, su voz grave y algo temblorosa—. Esto es lo que siento. Nunca olvidé a esa niña que me tiró comida en la cara en la boda del duque. —Sonrió un poco, como si aquel recuerdo le resultara el más preciado de su vida—. Sin saberlo, me cambiaste la vida. Si no te hubiera conocido aquel día, no sería quien soy ahora. No pienso dejarte ir —dijo, serio e intenso, como si acabara de hacer un juramento de sangre—. No otra vez. No como cuando éramos niños y estuve casi veinte años sin verte. No ahora, que el Dios Dragón volvió a ponerte en mi camino.

Mi corazón se estremeció ante sus palabras. Lo miré, sintiendo cómo toda la barrera que había construido durante años temblaba. Me costaba confiar, me costaba abrirme. Dudé un instante, pero Killian seguía ahí, paciente, firme, esperándome.

—No voy a mentirte —dije al fin, sintiendo que las palabras me quemaban en la garganta—. Aquella vez, cuando era niña... —Sonreí un poco, avergonzada—. Me pareciste un crío estúpido. —Killian soltó una carcajada, como si esa respuesta fuera justo la que esperaba, y negó con la cabeza, divertido —. No te preocupes —añadí, bajando un poco la mirada—. Para mí no significó lo mismo que para ti, pero... —Tomé aire, buscando las palabras adecuadas mientras sentía cómo el pecho me dolía de tanto sentir—. Yo he sufrido mucho en la vida, Killian. Me cuesta confiar en las personas. Todos los que en algún momento pensé que me darían amor o protección me traicionaron. Cuando creí que Edda sería como una madre, me apuñaló por la espalda. Cuando confié en Jona como en un hermano mayor, solo fui un peón para él. Alexis... Edward...

Me detuve, porque nombrarlos aún era doloroso. Necesita un momento antes de continuar.

—Todos ellos me destrozaron. Solo Carla estuvo ahí para mí, solo ella no me dejó caer del todo. —Hice una pausa, tragando el nudo que me cerraba la garganta mientras Killian no apartaba sus ojos de mí, dándome fuerza en silencio —. Me rendí —continué, en un hilo de voz, hablando más para él que para mí misma—. Me rendí una vez. Dejé de creer, de luchar... pero el Dios Dragón me dio otra oportunidad. Y cuando volví a abrir los ojos, el primero que estuvo ahí fuiste tú. Tú y esa absurda pelea por una skorish en el mercado — Killian sonrió apenas, como si recordara aquella escena absurda con el mismo cariño que yo —. Gracias a ti —seguí, sintiendo cómo una lágrima se deslizaba por mi mejilla—, volví a confiar. No solo en los demás... también en mí misma. Gracias a ti recuperé la fuerza para volver a levantarme, para luchar, para no resignarme a vivir como una sombra. —Mi voz tembló, pero no me detuve—. Tú me disté lo que siempre necesité: protección, apoyo, confianza... Tú me ves como Arami, no como la hija de la Santa ni como un símbolo. Para todos soy la nueva santa o la hija de Aurora... pero para ti, siempre he sido solo Arami.

Killian me miraba como si el mundo entero no existiera más allá de donde estábamos nosotros dos. No dijo nada, no hacía falta. Yo sentí en cada latido, en cada respiración, en cada latido compartido, que me amaba. Y que, por primera vez en toda mi vida... yo no estaba sola.

Killian me acarició el rostro con la yema de los dedos, con una ternura que me dejó sin aliento. Sus ojos buscaban los míos, como si quisiera asegurarse de que todo aquello no era un sueño, como si quisiera grabar ese instante en su memoria para siempre.

—¿Me amas? —preguntó en voz baja, ronca, casi temerosa, como si temiera romper la magia que nos envolvía.

Sentí mis mejillas arder, mi corazón desbocado, y durante un segundo me quedé sin palabras. Pero no podía seguir huyendo. No de él. No de nosotros. Asentí, torpemente al principio, y luego más firme, levantando la mirada hasta encontrar la suya.

—Sí —susurré, mi voz temblorosa pero segura—. Te amo, Killian. Como tú me amas a mí.

El brillo en sus ojos fue como una explosión silenciosa. Y sin decir más, se inclinó hacia mí y me besó.

Esa vez no fue un beso desesperado ni ansioso, sino uno lento, profundo, cargado de amor, de promesas, de un sentimiento tan grande que me llenó hasta hacerme olvidar el frío de la nieve, el dolor, el miedo y todo lo demás que no fuera él.

No existía el mundo, no existía el norte, ni la guerra, ni los dragones, ni el Dios Dragón. Solo existíamos Killian y yo, enredados en ese beso que sellaba todo lo que habíamos sido, lo que éramos y lo que seríamos.

Hasta que los vítores rompieron el momento como una pedrada en medio de un lago.

—¡Ese es mi hermano! —gritó Areth con orgullo desbordante.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.