La Leyenda del Dios Dragón

CAPÍTULO 24: ஐ SANTIFICACIÓN ஐ

¡Hola! El viernes terminé los exámenes, pero me tomé unos días de descanso. Mi mente y mi cuerpo necesitaban una buena pausa. ¡Ahora he vuelto con todo! Aquí tengo el capítulo de la semana. El domingo volveré con el 25. También retomaré la corrección del libro para su publicación y mi actividad en redes.

¡Gracias por vuestra paciencia y sigamos!

Si te ha gusta este capítulo, te agradecería que me regalaras tu like, comentes y compartas esta historia. Tu apoyo me motiva mucho a seguir publicando cada semana.

──── Emeric ────

Habían transcurrido tres días desde que Aramelia y Galo regresaron del viaje, y todo el templo lo sabía. Los ecos de su vuelta se esparcieron como un suspiro contenido demasiado tiempo. La conmoción fue inmediata, pero desde entonces, no la volví a ver. Ni una sola vez. Se encerró en su habitación y no permitió que nadie cruzara el umbral. Ni siquiera Killian. Para muchos fue desconcertante. Para mí, no. Su madre había hecho exactamente lo mismo tras su propio viaje. Porque hay verdades que no se aceptan de golpe, verdades que no se digieren ni con el alma dispuesta. No cuando te desgarran desde dentro y te obligan a reconstruirte con pedazos que ya no encajan igual.

Galo relató lo que había visto. Dijo que Aurora se sacrificó sabiendo exactamente lo que hacía, que desde el primer aliento eligió salvar a su hija, aun si eso la condenaba. Y al oírlo, algo dentro de mí se rompió en silencio. Durante años conviví con la punzada insoportable de la duda, esa que se clava hondo sin hacer ruido, que te susurra que quizá, solo quizá, ella no pensó bien, que dejó a Arami al capricho del destino. Esa sospecha me pesó como una piedra durante media vida. Ahora sabía la verdad. Lo sabía todo. No fue un accidente. No fue una decisión precipitada. Fue amor. Amor feroz. Convicción pura. Mi hija entregó su vida con la certeza de que así protegería a la suya. Y yo, que siempre creí haberlo dado todo por Aurora, entendí al fin que ella dio más. Dio todo.

Ese pensamiento me pesaba como plomo ardiendo en el pecho. No era solo tristeza, era orgullo ahogado, duelo antiguo que se revolvía bajo la piel como una herida que nunca terminó de cerrarse. Querer a alguien como padre no es solo desear que no sufra, es saber mirar de frente cuando ese alguien se alza con una valentía que tú nunca tuviste. Aurora lo hizo. Con la entereza de quien ama más allá del miedo. Y yo… no. Ella fue la que enfrentó la oscuridad con los ojos abiertos. Yo fui quien se escondió detrás de las normas. Ella fue valiente. Yo, un cobarde disfrazado de padre.

La puerta se abrió de golpe, sin previo aviso, como si el silencio ya no pudiera sostenerla. Me giré al instante y allí estaba Aramelia. Con los ojos hinchados por un llanto reciente, el rostro enrojecido por la rabia contenida y ese temblor en la piel que no era miedo, era furia. Una furia densa, cruda, acumulada durante años. Y su presencia no traía saludo, sino cuentas pendientes.

—¿Cómo te encuentras? ¿Qué se te ofrece? —pregunté con el mismo tono sereno que tanto irritaba a su madre.

—No te entiendo. Por más que lo piense, por más que lo repase, no logro comprenderte —replicó con los dientes apretados.

La observé con calma.

—Soy yo quien no te entiende a ti. Sé más específica.

—Vi la vida de mi madre. Te vi a ti. Vi cómo expulsaste a tu propio hijo por culpa de rumores. Cómo quebraste a Cesc hasta dejarlo vacío. Cómo arrancaste a Aurora en pedazos, lentamente, con cada decisión, con cada palabra que no dijiste. Pero también vi tu dolor. Tu maldita fragilidad escondida. La forma en que los silencios te delataban, cómo agachabas la cabeza cuando ella te recordaba a tu esposa muerta, cómo no pudiste verla como hija porque eso te habría obligado a sentir. Y aun así… vi cómo se te iluminaron los ojos cuando supiste que ibas a ser abuelo. Solo por un segundo. Como si esa pequeña chispa fuera todo lo que te quedaba. ¿Por qué? ¿Por qué eres así? ¿Por qué preferiste encadenarte a normas podridas en vez de pelear por los que decías amar? ¿Por qué no luchaste por tu familia?

Sus palabras me atravesaron como espinas, hiriendo cada rincón que creía endurecido por los años. Pero mi rostro no se inmutó. Me mantuve firme, como una estatua tallada a base de culpa, orgullo y silencio. Porque si dejaba que una sola grieta se abriera, todo se derrumbaría.

—Y por qué… —continuó antes de que respondiera—. ¿Por qué me dijiste "cuídate" en el funeral de mi padre? Esa era la palabra de Aurora. Su forma de decir "te amo". La dijiste como si yo también importara. Como si... como si no me hubieras rechazado desde antes de nacer.

—Fue solo una palabra. Ni siquiera lo recuerdo. Lo dije por respeto. Por educación. Por tu padre.

Vi con precisión el daño que le provocaron aquellas palabras. Fue como si algo dentro de ella se resquebrajara, no con un estruendo, sino con ese crujido sordo que solo uno mismo puede oír cuando se rompe por dentro.

—Claro. Siempre fui un error para ti. Sin maná, sin lugar en tu familia. Ahora soy santa, y de pronto sí valgo. ¿Por qué no podía ser tu nieta sin maná? ¡Explícamelo!

—Así son las normas. No te he oído decir nada contra Cesc.

—¡Cesc es otra marioneta! ¡Otra víctima! El poder lo tienes tú, él solo obedece. ¡Tú decidiste!

Aguanté como siempre. Como ella no sabía que llevaba haciendo toda la vida.

—Solo tenías que hacer una cosa. Una sola. Aurora te lo pidió con todo su corazón. Solo quería que le dieras un nombre a su hija y ni eso pudiste.

Una voz nos interrumpió desde la puerta:

—¿Entonces por eso lo hiciste hace veinte años, padre?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.