¡Hola! Aquí está el capítulo de la semana. Me he retrasado porque he estado un poco bloqueada, pero aquí está. Recemos mucho al Dios Dragón para que me dé fuerzas para el capítulo del domingo.
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✧──── Galo ────✧
A la mañana siguiente seguía tan consternado como la mañana anterior. No importaba cuántas veces lo repasara en mi cabeza, no encontraba forma lógica de explicar lo que había presenciado. San Peter, dentro del cuerpo de Arami. Un santo milenario tomando el control de una chica de veinte años y usando su cuerpo para derrotar a los mejores guerreros del templo, incluido el mismísimo príncipe con sangre de dragón. El recuerdo seguía fresco, tan nítido que me resultaba imposible pensar en otra cosa. ¿Qué clase de poder era ese? ¿Y cómo lo controlaba Arami, si es que realmente lo controlaba?
Mientras caminaba por uno de los pasillos del templo, dejando atrás el ala de los dormitorios, intenté sacudirme aquellas ideas y centrarme en el motivo que me había sacado de la cama tan temprano. Necesitaba un libro. Uno que solo podía encontrarse en la biblioteca del templo. Y, siendo sincero, también necesitaba estar entre libros. Siempre había encontrado consuelo entre sus páginas, y ese lugar, con su olor a pergamino antiguo y cera de velas, me recordaba que el conocimiento era el único refugio verdadero ante el caos.
Empujé la pesada puerta de madera, dispuesto a perderme entre las estanterías, pero no esperaba encontrar a nadie allí tan pronto. Sin embargo, allí estaba. Sentado junto a una mesa del fondo, inclinado sobre un libro abierto con el ceño fruncido, estaba Harel, el príncipe pirata. Su cabello revuelto y su postura rígida dejaban claro que llevaba rato enfrascado en la lectura, o al menos, intentándolo.
Me acerqué sin hacer mucho ruido y, al estar a su lado, alcé la voz con suavidad.
—¿Necesitas ayuda con algo?
El aludido dio un respingo tan grande que casi tira el libro al suelo. Me miró como si acabara de despertarlo de una pesadilla.
—Maldita sea, me asustaste —gruñó—. Llevo una hora con esto y no entiendo ni una palabra. ¿Qué idioma es este?
Bastó un gesto por mi parte para que lo supiera.
—Idioma arcano —respondí con tono neutro—. Algunos libros están escritos así. Contienen información que no debe circular entre cualquiera.
Eso solo pareció aumentar su interés. Una sonrisa traviesa apareció en sus labios mientras giraba el libro para enseñármelo.
—¿Y ahora qué hago? Me has dejado con más curiosidad. Quiero saber qué dice.
—Mejor devuélvelo a su sitio y escoge uno que sí puedas leer —sugerí con resignación.
—Ni hablar. Quiero ese. Vamos, tradúcemelo. Al menos dime de qué trata —insistió, cruzándose de brazos con expresión decidida.
Negué con la cabeza con calma.
—Es información reservada de la Orden del Dragón.
—¡Eso es mentira! —dijo Harel con una carcajada—. ¿Acaso crees que no sé que hay monjes no arcanos en la Orden? Y esos sí pueden leer esto. Así que no me vengas con cuentos.
—Sí, hay excepciones —admití—. Pero a esos monjes se les enseña el idioma arcano bajo una única condición: no pueden enseñarlo a nadie.
—Pues hazme el favor solo esta vez. Por ser príncipe… o al menos por ser guapo —añadió con una sonrisa descarada que me hizo llevarme una mano a la frente.
«Definitivamente es mil veces peor que Killian», pensé mientras soltaba un suspiro agotado.
—Vamos, por favor. De verdad quiero saber de qué trata —añadió con un tono más sincero.
Tomé el libro resignado y lo abrí de nuevo. Al ver el título, sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Me tensé al instante.
—¿Qué pasa? —preguntó Harel, al notar mi reacción.
—Este libro habla del Sacerdote Oscuro.
Sus ojos se iluminaron con una mezcla de asombro y emoción.
—Creo que he oído hablar de eso alguna vez… pero pensé que era solo una leyenda.
—Eso es lo que todos creen —respondí en voz baja—. La Orden se encargó de esconder la verdad. Ese hombre fue un alto sacerdote que, apenas ascendió al cargo, demostró estar podrido por dentro. Cometió actos atroces, los más depravados y crueles que se puedan imaginar. No entraré en detalles, pero fue tan terrible que se le condenó a muerte. Antes de morir, afirmó que había sido poseído por el Maligno, que no era él, que por favor lo perdonaran. Pero ya era demasiado tarde.
Harel permaneció en silencio un instante, claramente impactado. Luego desvió la vista hacia el libro que acababa de cerrar.
—Entonces era real —murmuró—. Y si esto fue real, muchas otras cosas también deben serlo.
Asentí y aparté el tomo con cuidado, como si el simple contacto con sus páginas pudiera contaminar el aire.
—Hay cosas que el mundo no debe saber. Si se difundieran, la gente perdería la fe. Y sin fe, la Orden no podría ayudar a nadie.
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Editado: 17.08.2025