¡Hola! Aquí está el capítulo de la semana. Este me ha quedado un poco extenso, pero por fin lo tengo. Como disculpa os dejo un pequeño adelanto de lo que pasará en el capítulo 30. "Será un capítulo brutal y alguien morirá."
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✧──── Arami ────✧
Había oscurecido por completo cuando me encaminé por los pasillos del templo con paso decidido, aunque sentía un leve nudo en el estómago. La nieve había empezado a caer con fuerza, y el sonido sordo de su golpear contra las ventanas se mezclaba con el crujir de la madera bajo mis pies. Hanae caminaba detrás de mí, como siempre, silenciosa, atenta, como una sombra blanca con su armadura resplandeciente.
Me detuve frente a la puerta de Emeric y llamé con suavidad. La voz grave de mi abuelo me permitió pasar, y antes de entrar le pedí a Hanae que esperara fuera. Ella no respondió ni se movió, simplemente se quedó en pie, erguida, firme. Solté un leve suspiro y abrí la puerta.
Dentro, el ambiente estaba bañado en el suave resplandor de las velas. Emeric estaba sentado a un lado de la mesa baja, acompañado por Percel y Cesc. Los tres tenían expresión seria, aunque al verme entrar, Emeric ladeó la cabeza con curiosidad.
—¿Para qué nos has reunido? —preguntó con voz firme, directo como siempre.
—Quiero hablar sobre dinero... y las propiedades que me dejó mi padre —respondí, acercándome y tomando asiento sobre la cama sin deshacer —. Hanae me explicó que el tema era más complicado de lo que parecía.
Emeric asintió con cierta gravedad en la mirada.
—En efecto, no te he comentado nada aún.
—¿A qué os referís exactamente? —intervino Percel, frunciendo el ceño con sospecha.
—Los santos no pueden tener títulos nobiliarios ni propiedades —explicó Cesc con tono pausado, como si ya lo hubiera repetido muchas veces—. Ser santo no es símbolo de superficialidad ni de ambición.
—Robert le dejó a Arami el título de duquesa, la mansión y otras propiedades —intervino Percel, mirando a Emeric—. Aunque Edda se haya encargado de que no las disfrute como debe, él le dejó todo eso a su hija. Yo tengo el control del dinero y el patrimonio hasta que se case o pueda manejarlo directamente.
—¿Y qué me dejó exactamente? —pregunté con voz más baja de lo que pretendía. Nunca lo había sabido con claridad.
—La mansión y sus terrenos, el título de duquesa, varias tierras… y el ochenta por ciento del dinero.
Me quedé sin palabras. ¡El ochenta por ciento! No lo podía creer.
—¿Y Alexis? ¿Jona? ¿Edda? ¿Qué les tocó a ellos?
—La ley de Fester da más importancia al primer matrimonio. Incluso en la realeza, por eso Evan no puede reinar. A Alexis, al ser hija del segundo matrimonio, le dio un diez por ciento. A Jona, por ser hijo adoptado, otro diez. Jona se quedó con los caballos y los animales, además de unos terrenos. Alexis, con más tierras. A Edda… apenas unos terrenos. Nada más.
—¿Entonces vivieron de lo que Robert me dejó...? ¿Y con solo ese veinte por ciento les alcanzó?
—Sí. Robert tenía muchísimo dinero. Con ese veinte por ciento podían haber vivido una vida cómoda, sin lujos desmedidos, pero con tranquilidad —confirmó Percel, mirándome con pesar.
—En cambio, se lo gastaron todo en los caprichos de Edda. Después, usaron el dinero que tú me mandabas creyendo que era para mí. En realidad era para ellos, ¿verdad?
Percel cerró los ojos y apretó los labios. Ahora lo entendía todo. Todo lo que no vio, lo que no supo, lo que creía correcto.
—No es justo... Se perdió todo por culpa de Edda. Lo que más me duele son los caballos...
—No. No se perdió —me interrumpió Percel—. Cuando me enteré de que Edda estaba vendiendo todo, envié a un comprador falso. Compré cada cosa con mi propio dinero. Yo también tengo parte de la fortuna de los DiAngelus desde la muerte de mi padre, y nunca la había tocado. No iba a dejar que todo se perdiera.
—¿Hiciste eso...? —preguntó Cesc con asombro.
—Sí. Todo lo que vendió Edda está a salvo. Hasta los caballos. Están lejos de Gada, pero bien.
Sentí que el alma se me encogía en el pecho, como si todas las emociones contenidas durante años golpearan al mismo tiempo, sin permiso ni tregua. Me levanté sin pensar, guiada por un impulso más fuerte que la razón, y lo abracé. Me aferré a él con toda la fuerza que tenía, con los ojos empañados por un agradecimiento que no sabía cómo expresar con palabras. Fue un abrazo largo, sentido, desesperado… como si al rodearlo con mis brazos intentara agradecerle no solo por lo que había hecho, sino también por todo lo que me había sido negado antes.
Percel me devolvió el gesto sin vacilar, envolviéndome con esos brazos firmes. Me sostuvo como si quisiera protegerme de todo lo que alguna vez me hirió, como si en ese instante no existiera el mundo más allá de ese abrazo.
—Aun así —dijo Emeric—, Arami tiene propiedades. Y una santa no puede poseerlas. Hay que decidir qué hacer con ellas.
Nos separamos y me senté de nuevo, sintiendo el peso de las decisiones encima.
—Los hijos pueden heredar —dijo Cesc—. Pero como no tienes, debes pensar a quién cederlas. No se pueden vender ni usar para beneficio personal.
—No pienso vender nada —afirmé con firmeza—. Son cosas de mi padre y yo creo que está vivo. No puedo deshacerme de ellas.
—Eso no está comprobado —intervino Emeric, seco como siempre—. Necesitas tomar una decisión de todos modos.
—Entonces... que se las quede Percel —propuse.
—Yo soy un hombre de guerra. Si algo me pasa, todo podría pasar a manos de la corona. Podrían asignárselo a otro duque.
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Editado: 17.08.2025