La Leyenda del Dios Dragón

CAPÍTULO 34: ஐ AMISTAD EN JUICIO ஐ

¡Hola! Por fin tengo el capítulo 34 listo. Me ha costado mucho, pero creo que os gustará. Es de esos largos que hago lleno de drama y muchas lagrimas, jaja.

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──── Arami ────

Me encontraba en mi habitación del templo, con los brazos apoyados en el marco de la ventana mientras miraba hacia el exterior, aguardando con una paciencia que, en realidad, estaba muy lejos de sentir. Sabía que debía esperar con calma, que nada ganaba con desesperar, pero la preocupación me corroía por dentro hasta revolverme el estómago. ¿Y si les pasaba algo a mis amigos? ¿Y si todo lo de Kuro era mentira y nunca estuvo allí? Los pensamientos me asfixiaban y, sin darme cuenta, hice algo que jamás había hecho: llevé los dedos a la boca y me mordí las uñas con ansiedad, incapaz de controlar ese gesto nervioso.

La puerta se abrió entonces y entró Cesc. Su presencia me sacó del trance en el que estaba sumida. Al girarme para mirarlo, fue inevitable que, por un instante, viera en él a Emeric: la forma de erguirse, la serenidad de sus pasos… por un segundo mi corazón se quebró al recordar la herida abierta de su ausencia. El nuevo alto sacerdote se colocó a mi lado, me dedicó una mirada serena y, al posar su mano sobre mi hombro, murmuró con firmeza:

—Todo estará bien.

Suspiré con fuerza, incapaz de contener la angustia que me consumía, y respondí en voz baja:

—No puedo evitar preocuparme por todos.

Cesc asintió lentamente. Sus ojos brillaban con ese temple que intentaba transmitirme paz.

—Debes confiar en el Dios Dragón. Él los cuidará.

¿Confiar en el Dios Dragón? Ese mismo Dios me había asegurado en persona que muchos de mis seres queridos iban a morir. Emeric ya había sido asesinado por aquella mujer de cabello rojo, y aún faltaban más. Lo sabía, lo sentía, y por eso deseaba con tanto fervor recuperar a Kuro y marcharme cuanto antes. Yo era un peligro constante para todos los que me rodeaban.

Cesc sacó algo de su túnica y me lo tendió. Al abrir la mano, vi brillar un objeto que me dejó sin aliento: era el collar original de mi madre, la Santa Aurora. El mismo que no había vuelto a ver desde aquel juicio, el mismo que siempre había asociado a su recuerdo. Tras haberme reconciliado con su memoria, tenerlo de nuevo en mis manos fue como recuperar un pedazo de ella.

—Emeric quería dártelo —dijo Cesc, con un deje de tristeza—. Pero, entre todo lo que ocurrió, lo fue dejando de lado.

Asentí en silencio y me lo coloqué alrededor del cuello. El frío del metal se deslizó sobre mi piel y sentí un calor extraño en el pecho, como si, de algún modo, mi madre volviera a acompañarme. Entonces lo miré con cautela y le pregunté:

—¿Cómo estás tú tras la muerte de tu padre?

El semblante de Cesc se ensombreció.

—Debo permanecer fuerte. Eso es lo que corresponde a mi posición y lo que Emeric habría querido. Pero el dolor que siento desde su asesinato hace un mes es indescriptible.

Lo observé con detenimiento y comprendí la fortaleza que había mostrado desde entonces. No derrumbándose, sosteniendo a los demás con la misma entereza que, sin duda, Emeric habría tenido en su lugar.

—Es una pena que el espejo del pasado tenga límites —añadió él en voz baja—. Solo muestra la vida de la persona hasta que retira la mano de él. Emeric murió antes de que su asesino quedara grabado en la reliquia para siempre.

Apreté los puños, sintiendo un nudo de rabia y frustración. Me giré de nuevo hacia la ventana, con la mirada perdida en el horizonte. Si hubiera resistido un poco más… sabríamos quién era esa mujer de cabello naranja.

Cesc se acomodó la túnica y dio un paso hacia atrás.

—Debo irme, hay cosas que atender. No te preocupes, ellos saben cómo cuidarse. Están con Beliseria. Mi hermana es una gran guerrera y una líder nata.

Dejé escapar otro suspiro. No conocía demasiado a mi tía materna Beliseria, pero era consciente de que para ocupar el cargo de capitana debía ser una mujer excepcional. El propio Cesc había sido capitán antes que ella.

Lo vi marcharse y quedé de nuevo sola, rodeada por el silencio de la estancia. Volví a apoyar las manos en el alféizar, esperando ver aparecer a los demás con Kuro en brazos, chillando como solía hacerlo. Incluso Galatea había partido tiempo atrás montada en un dragón bajo su control. Eso debería tranquilizarme: Valerian estaba ahí, junto con aquel otro dragón, pero ni siquiera así conseguía acallar el miedo.

Un escalofrío recorrió mi espalda. El aire cambió de golpe, se tornó pesado y extraño, y un ruido sordo retumbó detrás de mí. Me giré bruscamente y descubrí que ya no estaba en mi habitación. El templo había desaparecido. Me encontraba en la sala del trono del castillo de Gada. La confusión me golpeó primero, pero enseguida lo entendí: era otra visión enviada por el Dios Dragón. Como tantas otras veces, debía limitarme a observar.

Todo era tan real que por momentos dudaba de que lo fuera. El olor de la piedra húmeda, la textura áspera bajo mis zapatos, el eco de aquel lugar que conocía bien. Había estado allí en dos ocasiones durante mi compromiso con Edward y podía jurar que estaba en una réplica exacta.




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