¡Hola! Por fin tengo el capítulo 35 listo. Pensaba subir el 36 hoy también, pero no he terminado de corregir. Subiré el 36 mañana lunes. En unas horas tendréis la parte dos.
Si te ha gusta este capítulo, te agradecería que me regalaras tu like, comentes y compartas esta historia. Tu apoyo me motiva mucho a seguir publicando cada semana.
ஐ
✧──── Jona ────✧
La noche se había acomodado sobre la mansión DiAngelus como un manto pesado, y el silencio que dejaba a su paso tenía una textura espesa, casi aceitosa. El salón estaba en penumbra salvo por la chimenea, cuyo resplandor hacía bailar sombras anaranjadas sobre la madera pulida y los retratos familiares. El cristal de las copas tintineaba con el más mínimo gesto y el olor a licor fuerte se mezclaba con el humo, la cera derretida y ese perfume antiguo de casa demasiado grande para tan poca gente. Me recosté en el sillón sin rendir del todo el peso del cuerpo, porque nunca me entregaba por completo a nada en esa casa, y observé a Cirino por encima del borde de mi copa. Él, cruzado de piernas, con esa relajación que usaba como ropa, miraba las brasas como si las hubiera encendido con un chasquido de dedos.
—La mansión está muy tranquila desde que Edda fue encerrada y Alexis llevada al palacio —dije, probando el vino como si pudiera diluir con él la tensión que me reptaba por la nuca.
—¿Sabes algo de Edda? —preguntó él, sin apartar la vista del fuego.
—Sí. Fui a verla unos días atrás. Está hecha un desastre —contesté, dejando la copa en la mesa baja para que no me temblara en la mano.
Él soltó una risa breve y bebió como si habláramos del tiempo. El crepitar de la chimenea sonó seco; yo seguí el hilo, porque el silencio a su lado siempre tenía dientes.
—Me alegra que Alexis no esté. Esa chica está loca.
—¿Realmente mató a esa criada? —su pregunta aterrizó suave, pero con cuchillas escondidas en las sílabas.
Un escalofrío me subió desde el estómago hasta la garganta. Recordé la habitación manchada, el golpe sordo, la mirada vacía.
—Sí. Jamás la había visto así. Y después la encerraron por la seguridad de todos.
—¿Qué pasó con el cuerpo? —preguntó, apoyando la mejilla en el puño, como si le interesara la forma en que se enfría la sopa.
—Lo enterré en el bosque.
Cirino se hundió más en el asiento, dejándose acoger por el cuero, y el fuego le dibujó una sonrisa corta. El reloj de pared dio una campanada que se tragó el salón entero y volvió, débil, desde algún corredor.
—Fue divertido el juicio —dije, y el vino me dejó una estela amarga en el paladar.
—Yo no estuve presente, pero me contaron lo destrozada que quedó Arami —replicó, con una satisfacción tan limpia que me dio frío.
—Carla casi revela nuestros nombres.
—Ya tenía a unos brujos listos por si eso ocurría —respondió con naturalidad—, y de inmediato se deshicieron de ella.
Una chispa saltó de la chimenea, murió sobre la alfombra y dejó olor a lana quemada. Removí el líquido en la copa, atrapé mi reflejo distorsionado y, aun así, formulé la pregunta que llevaba meses rumiando.
—Siempre me pregunté por qué usaste a Carla.
—¿Recuerdas que una vez te dije que me vengaría de Arami y que le daría donde más le doliera, sin tocarla? —Alzó por fin la mirada hacia mí, con esa calma suya que siempre fue trampa.
Asentí. Recordaba el día exacto: su rabia cuando supo que definitivamente Arami no se casaría con él, esa furia sin ruido que dejaba grietas.
—Mi idea magistral fue usar a Carla —dijo—. Hacer que la traicionara sería el mayor golpe para la santa. Y así fue. Matar a Carla siempre estuvo en mis planes; no podía dejarla con vida.
—Fue inteligente —admití, y la palabra me supo a hierro—. El dolor de la traición de su única familia y, para rematar, su muerte. La mejor venganza sin poner un dedo encima.
Cirino rio, alzó la copa hacia mí y brindó. El cristal chocó con un chasquido claro que se quebró en el techo artesonado y volvió en ecos diminutos. Bebí también, porque en esa casa se brinda cuando te lo piden, pero el trago me bajó espeso, como si en lugar de vino fuera ceniza líquida.
La Arami de antes se habría hundido en la miseria: la vi en mi cabeza, la muchacha del sótano, vulnerable, con las manos abiertas al mundo. Pero ahora no. Ahora era la santa; su dolor tenía filo y dirección. No lo iba a dejar pasar. Se vengaría, y yo no quería estar presente cuando eso ocurriera. Sentí la mansión demasiado silenciosa, como si el silencio nos escuchara, y de pronto las llamas parecieron más intensas y los muros más cercanos.
Respiré hondo. Es una mujer poderosa, con aliados fuertes y dos dragones. No era una frase dramática: era un inventario. Me vi recogiendo pocas cosas, la bolsa ceñida, la noche a la espalda y un barco o un carro que no hiciera preguntas. Lo mejor sería empezar a pensar en irme de Gada y quizá de Fester. Pero antes tenía que asegurarme una buena vida allá donde fuera. Nadie sobrevive en este mundo sin un colchón. Nadie huye dos veces sin dinero.
Sonreí sin mostrar los dientes, dejé la copa y me incliné hacia las brasas para sentir en la cara el calor que me faltaba por dentro.
«Brindemos, Cirino. Por tu risa fácil y por el plan que crees perfecto. Por la calma antes del derrumbe. Por la noche que aún nos cubre y por el amanecer que nos encontrará a cada uno en su lugar: tú creyéndote intocable, y yo, lejos. O al menos, con un pie fuera de esta casa que ya huele a peligro.»
✧──── Arami ────✧
Me desperté tras horas de inconsciencia, con los ojos hinchados y la garganta seca de tanto llorar. Sentía la cabeza pesada, como si me hubieran arrancado algo vital, y en realidad así era. Carla ya no estaba, y aunque parte de mí quisiera rendirse, aferrarse a la almohada y dejar que las lágrimas me consumieran para siempre, sabía que no podía permitírmelo. No podía hundirme. Debía encontrar a los culpables: a quienes destruyeron a su familia, a quienes la manipularon, a quienes se aseguraron de silenciarla cuando empezó a hablar de más. Esa idea era lo único que me mantenía en pie.
#258 en Fantasía
#1304 en Novela romántica
magia antigua magia elemental, magia, magia aventura dragones
Editado: 15.10.2025