La Leyenda del Dios Dragón

CAPÍTULO 38: ஐ ALIANZA ஐ

Hola a todos. He vuelto. ¿Qué ha pasado que llevo mucho sin dar señales de vida? Lo último que os conté fue un tema de salud, una contractura en la ATM. Bueno, tuve que ir incluso a fisioterapia, pero ya estoy bien. Eso fue lo de menos.

Hace unas semanas me dieron una mala noticia. Para los que no lo sepáis, tengo una perrita de quince años llamada Lola. La adopté cuando ella tenía siete años. Hasta ahora había tenido sus achaques, pero nada que no tuviera solución. Sin embargo, le han detectado una insuficiencia tanto hepática como renal. El hígado se regenera, es lo de menos. El problema es su riñón, que no tiene solución. Actualmente está en cuidados paliativos. Debe seguir dieta estricta y tomar una medicación lo que le quede de vida. Porque eso es lo que queda ahora, darle la mejor calidad de vida hasta que llegue el momento. Y sí, tiene quince años, pero no evita que duela menos.

He pasado unas semanas duras cuidando de ella. No he tenido ganas de escribir, tanto por el bajón anímico como por el cansancio. Me he ausentado de redes sociales también, solo me he centrado en ella y estudiar para los exámenes de la universidad de enero. Tampoco he seguido corrigiendo el libro para publicarlo. Mi vida se detuvo por completo. Ahora está estable y por eso me he animado a terminar la historia.

No me he olvidado de vosotros. Simplemente no he tenido ganas de nada y me he aislado un poco. Pero voy a terminar la Leyenda del Dios Dragón, que ya estamos a nada. Gracias por esperar y por vuestra comprensión. Estoy de vuelta y con todo.

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──── Jona ────

Llevaba días encerrado en la mansión de Gada, la que Cirino había mandado construir para sus negocios y placeres personales. Desde que Robert me echó con su llegada, no había vuelto a ver el exterior más allá de las pesadas cortinas de los ventanales del salón. Aquella casa olía a vino añejo, a tabaco y a dinero sucio; cada rincón me recordaba el tipo de vida que mi tío llevaba sin el menor remordimiento. Yo, en cambio, vivía en tensión. No podía quitarme de la cabeza la posibilidad de que Robert o Arami tomaran represalias. Sabía que no eran como los demás; ambos tenían motivos para querer vernos caer. Y si decidían hacerlo, nada podría detenerlos.

Cirino, sin embargo, no compartía mi preocupación. Se paseaba por el salón con su bata de terciopelo como si el mundo le perteneciera, como si en el sótano no hubiera decenas de personas encerradas esperando ser vendidas. Su serenidad me irritaba, pero más aún me aterraba.

—¿Por qué estás tan tranquilo con todo lo que está pasando? —le pregunté, incapaz de contener la tensión en mi voz.

Él me observó desde su sillón de cuero, reclinado con la copa en la mano. El fuego de la chimenea reflejaba destellos rojizos en su rostro curtido, dándole un aire casi demoníaco. Levantó la copa, dio un pequeño sorbo y sonrió con esa calma que me ponía los nervios de punta.

—No tienes de qué preocuparte, muchacho. —Su tono era casi paternal, aunque en él no había afecto—. No olvides que trabajamos con Lutheris, y ese reino ahora tiene el control de Fester. Nada nos ocurrirá. De hecho, muy pronto implementarán una nueva ley: la esclavitud volverá a ser legal.

Me quedé helado. Por un momento creí haber oído mal. Alcé una ceja, buscando algún indicio de broma en su expresión, pero no había rastro de ironía.

—¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? —pregunté, intentando sonar sereno, aunque por dentro una punzada de miedo me atravesaba el estómago.

—Porque el mercado de esclavos es uno de los pilares comerciales de Lutheris —respondió, apoyando la copa en el brazo del sillón—. Y como ahora tienen a Edward bajo control, harán lo que les plazca. Eso significa que ya no tendremos que ocultar más la mercancía.

Asentí despacio, fingiendo alivio. Por fuera parecía que sus palabras me tranquilizaban, pero por dentro todo se retorcía. ¿Controlar a Edward? ¿Volver la esclavitud legal? Aquello era peligroso. Si lo que decía era cierto, pronto la sangre volvería a correr por las calles.

—¿Y qué pasa con Robert DiAngelus y su hija? —pregunté con cautela—. Ellos saben todo lo que hemos hecho.

Cirino soltó una breve risa, seca y altanera, y me miró con desdén.

—Robert ya no tiene poder, Jona. Nadie le cree. Aunque abra la boca, sus palabras no valdrán nada. Nosotros tenemos la protección de Lutheris.

Lo observé en silencio. Siempre había sido un hombre confiado, demasiado incluso. Esa seguridad suya nos había puesto en riesgo más de una vez. Mientras lo miraba beber con placidez, decidí que aquella sería la última noche que pasaría bajo su techo. Tenía que irme, desaparecer antes de que todo estallara. En cuanto cayera la noche, tomaría lo que pudiera de la fortuna que guardaba en su despacho y huiría de Gada. No cometería el error de confiar en Cirino nunca más.

—Entonces todo irá bien —dije, forzando una sonrisa.

Él levantó la copa y asintió, complacido.

—Exactamente. Relájate, Jona. Disfruta de la buena vida que está por llegar.

Chocamos las copas. El sonido hueco del cristal resonó como una sentencia. Mientras el vino me bajaba por la garganta, mi mente ya trabajaba sin descanso: qué llevarme, a dónde ir, cómo desaparecer sin dejar rastro. No podía permitirme el lujo de un error. Cirino no lo sabía, pero mientras sonreía con su aire de triunfo, yo ya había firmado su traición.




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