La leyenda del lipizano

La noche del adiós

Esa noche, Antonio comenzó a preparar una bolsa de tela fuerte, con algunas cosas para el viaje que planeaba hacer hasta el pueblo. Tomó un reloj de bolsillo, labrado, de plata pura, que había pertenecido a su padre y lo guardó para pagarle al médico con él; luego agarró un pan, para comer durante la travesía y finalmente, se puso a llenar una cantimplora con agua...
—¿Mañana vamos a ir a ver al médico? —le preguntó Marco.
—No, mañana yo iré a verlo. Tú te quedarás con doña Beatrice.
—¡No! Yo quiero ir contigo, hermano.
—No sé cuanto tiempo tardaré en ir y volver... y no quiero que te quedes solo en la casa, si pasa algo estarías solo.
El pequeño se puso a llorar, tenía miedo y presentía lo peor, entonces, entre lágrimas y sollozos, le dijo a su hermano:
—De haber sabido que cuando Papá se fue sería la última vez que lo verías, ¿no hubieras ido con él?
Antonio no supo que responderle... sin embargo esas palabras le llegaron a lo más profundo de su alma y luego de pensarlo por un instante tomó una nueva decisión:
—De acuerdo, Marco... iremos juntos —le dijo y comenzó a llenar otra cantimplora para el niño.
—Quiero que me prometas que nada nos separará, jamás —le rogó su pequeño hermano secando sus lágrimas.
—Prometido —le contestó Antonio con una forzada sonrisa.
Al día siguiente, a primera hora, partieron...
El viento se comenzaba a levantar como preludio de la tormenta que golpearía esa noche.
Caminaron hasta internarse en un bosque cercano, atravesarlo era el camino más corto...
—Siempre me dijiste que evitara el bosque, hermano —le dijo el pequeño, atemorizado por las historias que siempre le habían contado acerca del lugar.
—Sí, lo sé, pero eso no cuenta ahora que te acompaño, yo te protegeré de cualquier peligro.
A medida que avanzaban, también lo hizo el día. El cuadro del hermano mayor fue empeorando y a pesar de que lo intentó con todas sus fuerzas, su marcha se hizo lenta y la noche los sorprendió en medio de la espesura de la foresta...
—Paremos un segundo para descansar, Marco —le dijo su hermano agitado mientras dejaba la bolsa con pertrechos en el suelo junto con su saco y se sentaba sobre el tronco seco de un árbol caído.
A poco de sentarse, el pequeño notó que algo no estaba bien con su hermano. Su postura no era normal, su cabeza estaba gacha, demasiado caída hacia el frente y permanecía, extrañamente, muy callado.
—Hermano... hermano, ¿te encuentras bien? Dime algo —susurró el niño, titubeando con temor, pero su hermano no le contestó.
Entonces el pequeño lo sacudió del hombro para que reaccionara y el cuerpo de Antonio cayó desplomado al suelo.
Con horror, Marco comenzó a zamarrearlo desesperado, sin embargo Antonio no despertaba, su fiebre era altísima y no recobraría la conciencia tan fácilmente...
El niño tomó a su caído hermano por los tiradores de su pantalón y trató de arrastrarlo... pero no pudo ni moverlo, sus fuerzas aún no eran suficientes.
Sin poder hacer nada más y sintiéndose perdido en medio del denso bosque, se puso a llorar con una tristeza desgarradora...
Cerca de la medianoche comenzó a llover, era el anticipo de lo que sería una de las peores tormentas que habían azotado a la región.
El niño se sentó en el suelo, con su cabeza apoyada en sus rodillas y abrazando sus piernas. Quedó así, al lado de su hermano, esperando a que despertara; un despertar que, seguramente, jamás llegaría...
La escena era una de las mas tristes que ese bosque había presenciado y en ese instante, desde el corazón de la foresta se hizo presente el espíritu del bosque.
Materializado como una brillante luz azulina con la forma de un hombre de aspecto mayor, con una larga barba blanca, al igual que sus cabellos; un báculo en su mano y una capucha cubriendo su cabeza; que recordaba a los antiguos sacerdotes druidas, apareció ante el niño, que levantó su mirada ante el resplandor y lo miró boquiabierto:
—¿Quién eres? —le preguntó con asombro e inocencia.
—Soy el espíritu del bosque. —le contestó el anciano con una voz grave y profunda.
—Mi hermano está dormido y no puedo despertarlo.
—Pequeño, tu hermano no está, simplemente, dormido y si no recibe ayuda pronto, no despertará... él no verá otro amanecer.
—El médico más cercano está en el pueblo tras las colinas y yo no tengo fuerzas suficientes para arrastrarlo. Tampoco sé como orientarme de noche y mucho menos con esta tormenta —dijo Marco entre sollozos.
Para el espíritu del bosque estaba claro que la muerte vendría esa noche a reclamar la vida del hermano mayor y que el hermano menor lo sufriría de una manera indescriptible... Si nadie intervenía, la separación entre ambos sería inevitable.
—Pequeño, yo puedo darte la fuerza suficiente para cargar fácilmente con el peso de tu hermano y dotarte del instinto y la orientación para guiarte en la naturaleza sin problemas, pero a cambio tendrás que hacer un gran sacrificio de tu parte... y algunas cosas cambiarán para siempre.
—Haré lo que sea. ¡Pídeme lo que quieras! Siempre que pueda salvar a mi hermano y que ambos permanezcamos juntos, como siempre hemos querido, yo estaré feliz.
El espíritu del bosque se conmovió por el convencimiento de la pequeña criatura que, delante de él, demostraba un valor ante lo desconocido pocas veces visto...
—Eres muy valiente, Pequeño. Que así sea entonces... y ¡prepárate! Porque una vez que mi magia actúe ya no habrá vuelta atrás —dijo el anciano espíritu apuntando su báculo hacia el niño. De inmediato, una miríada de pequeños destellos de luz, brillantes como estrellas, salieron de él, rodeando a Marco completamente.
Su aspecto físico comenzó a cambiar de forma y en segundos, se convirtió en un hermoso corcel, negro como la noche e inteligente como pocos...
Su poderoso cuerpo equino era elegante en su postura, ostentando un cuello, esbelto y musculoso, con una espalda larga, pero resistente y una grupa recta, de donde nacían sus poderosas patas traseras, dotadas de articulaciones bien formadas y pezuñas perfectas, listas para enfrentar al terreno más agreste.
Luego, con un movimiento de su mano, el espíritu del bosque elevó en el aire el cuerpo de Antonio y lo depositó suavemente sobre el lomo del brioso caballo.
Para finalizar, le pidió a las enredaderas del suelo que asieran firmemente a ambos hermanos entre sí para que no se separaran hasta llegar al pueblo.
—Ahora, Pequeño, todo depende solo de ti... corre y recuerda que tu hermano tiene que recibir ayuda antes del amanecer o lo perderás para siempre.
Marco, convertido ahora en un joven y poderoso caballo, comenzó a cabalgar en medio de la tormenta, que se desataba furiosa en ese momento...
El trayecto que le esperaba no era nada sencillo: tuvo que atravesar por ríos caudalosos y escalar laderas resbalosas, con duras piedras que lastimaban sus cascos y principalmente, una tormenta que parecía ensañarse con él, tomando su acto como un flagrante desafío a su poder, lanzando rayos que partían en dos al velo nocturno, junto con fieros truenos que hacían vibrar la tierra; pero, guiado por su instinto, cabalgó durante toda la noche y fue directo hasta el pueblo sin perderse ni desviarse en ningún momento.
Sobre el final de su agotadora carrera, la tormenta se dio por vencida ante el tenaz caballo y cansada, se disipó...
Marco, llegó durante el crepúsculo matutino, justo antes de que despuntara el sol.
En cuanto los vieron, las personas del pueblo se acercaron y en ese instante las enredaderas, que sujetaron a ambos hermanos durante toda la noche, por fin pudieron descansar, soltándose por sí solas y cayendo al suelo.
—Este joven está muy mal, llevémoslo con el médico —le dijo un hombre a su compañero. Entre ambos y con la ayuda de otros más, que se sumaron, cargaron al cuerpo de Antonio hasta la clínica, donde llegaron en contados minutos...
—Tiene síntomas de envenenamiento por gas —dijo el médico que lo atendió de emergencia aplicándole el antídoto correspondiente, atemperando así los síntomas—. Prepárele una cama, vamos a tenerlo internado por varios días en recuperación, hasta que despierte —le dijo a una enfermera.
El corcel negro estaba exhausto y se quedó aguardando toda la noche frente a la clínica, sin moverse de allí ni alejarse para nada.
Transcurrido un día entero, el ver la devoción del fiel animal para con su jinete conmovió a todos los ciudadanos, sin excepción.
Le colocaron unas riendas e intentaron llevarlo a un establo para que estuviera más cuidado, pero fue imposible hacerlo salir de ese lugar en el que esperaba día y noche; entonces, los lugareños comenzaron a acercarle agua y comida para que no se debilitara.
Y así continuó por varios días más, esperando pacientemente...



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En el texto hay: leyenda, hermanos, caballos

Editado: 02.07.2022

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