Érase una vez una pareja que vivía en una pequeña aldea junto con sus tres hijos: Samuel de seis años, Sara de ocho y Samantha de catorce. Un día el más joven de la familia, salió a jugar cerca de su hogar y muy cerca de allí había un arroyo. Samuel se fue acercando al río y vio un pequeño pez morado con una pequeña estrella blanca en su cabeza que inmediatamente llamó la atención del niño. Él empezó a buscar un balde para meter al diminuto pez ahí, pero no encontró nada cerca de él, así que rápidamente fue a su casa y buscó un tobo que solía utilizar para jugar con sus hermanas y cuando lo encontró salió corriendo hacia el arroyo y lo sumergió en el agua tratando de que el pescado entrara ahí. Cuando al fin lo consiguió, caminó de nuevo a su hogar.
—Miren lo que encontré, un pequeño pez morado —dijo entrando a la sala, ya que su familia estaba ahí.
Todos los miraron con una media sonrisa y sus padres le hicieron una seña para que se acercara a ellos. El niño los obedeció y se fue acercando con cuidado para que el agua no se botara en el suelo. Cuando llegó hacia ellos, les enseñó el balde con el pez y, en el momento en que su padre lo vio, le preguntó enseguida:
—Pequeño, ¿dónde lo encontraste?
—En el arroyo, papá, ¿por qué? —le preguntó Samuel.
Su madre lo miró con una sonrisa y añadió:
—Quieren que su padre les cuente una leyenda.
—Sí, mami —dijeron todos los pequeños acomodándose en el suelo de madera.
En ese momento el papá miró a su amada esposa y luego a sus hijos que lo estaban mirando con una gran sonrisa.
—Bueno, hace mucho tiempo existía una leyenda acerca de un hermoso pez de color morado que en su cabeza tenía una pequeña estrella blanca y, según dicen, se les aparece a las personas de corazón puro y sincero. También cumple deseos a las personas que logran verlo y acogerlo en sus hogares.
Los niños se quedaron mirando a su padre, que aún seguía sonriendo, y luego volvieron su vista hacia el pez morado que se encontraba en el balde y fue entonces cuando Samantha dijo:
—Papá, el pez que se encuentra ahí se parece mucho al que usted describió, ¿acaso ese es el pescado de la leyenda?
—Así es, mi niña.
Todos, al escuchar eso, volvieron a ver al pez y, mientras su madre buscaba una pecera, Sara le preguntó a su padre:
—Entonces, ¿la leyenda es real?
Él miró a sus pequeños hijos y asintió. En ese momento llegó su esposa con el acuario lleno de agua y echó al pez ahí, el cual empezó a dar pequeñas vueltas y saltos. Ya habían pasado unos meses y la familia aún seguía viviendo en la aldea, pero esta vez junto a su pequeño pez morado de los deseos.