"La enfermedad llamada amor no siempre es contagiosa”
Liz Covath
Diablos, no tenía idea de que Demian podía ser tan dedicado al momento de cuidar a alguien, aunque en realidad solo cuida a su hermanita, y ahora a mí. Él mismo me lo dijo. Estoy muy confundido, no sé qué creer exactamente. Es la primera vez que me enfermo estando solo en casa, y es la primera vez también que Demian se ofrece para cuidarme.
Cuando llegó me miró como si estuviera loco, luego se rio de mí sin piedad alguna.
—¿Por qué llevas gafas de sol? —Luego miró mi atuendo— ¿Vas a alguna fiesta a las cuatro de la tarde?
Volvió a reír. Yo solo arrugué la boca. Me estaba tomando como un tonto, bueno, tal vez lo era, solo a mí se me ocurre preocuparme por cómo me veo, y es que odio el resfriado, la nariz es más roja que la del reno Ronaldo, ¿o era Rodolfo? Como sea, la piel se irrita, duele la nariz, y el moco parece yacimiento de petróleo. No quería verme tan mal.
Demian se acercó y me quitó las gafas. Doce segundos, los conté, me miró por doce segundos. Fue poco tiempo, pero para mí fue eterno. Pensé que nada más podría sorprenderme hasta que sentí su mano en mi frente.
—Estás rojo, ¿tienes fiebre? —Su mano tibia se alejó al ver mi reacción—. Ponte el pijama, te prepararé sopa.
Hasta el momento no ha regresado.
Por Dios, ¿qué debo hacer?, ¿debería fingir algo peor? No me molestaría inventarme el virus del ébola si Demian es mi enfermero.