La liga ciudadana

Capítulo 1: Una esposa para el príncipe.

5 años después

Su tiempo  de libertad se había agotado y Kalet lo sabía. 

Una hora antes, el doctor les había transmitido sus condolencias, ya no había nada que hacer. El rey moriría en cuestión de meses a causa de un cáncer de estómago que se propagaba por todo su organismo. 

De ser humano, el tratamiento hubiera sido sencillo. Hace ya décadas se descubrió el modo de generar, a través de células madre, lo que se conoce como células anticancerosas, que no sólo atacaban los tumores, sino que regeneraban cualquier tejido dañado.

Pero el cuerpo de un Baconiano irradiaba una fuerza mucho mayor que la de un humano, tan intensa, que era capaz de destruir las células anticancerosas. 

Esa, era una cruel ironía del destino para un misantrópico como su padre, quién siempre había alardeado de su vigoroso poder y su superioridad ante los humanos como baconianos. 

Aquello que le hacía tan superior al resto, lo había condenado a morir.

La noticia le había sido indiferente, incluso satisfactoria y ese hecho,  le abrumaba. Vio a su madre salir de la habitación llorando y sintió lástima por ella, pero era incapaz de sentir nada por Khor, el hombre que le dio la vida y que quitó tantas otras. 

La muerte del rey Khor le permitiría acceder al trono, devolver la ciudadanía a la población humana y quién sabe, quizás extinguir toda clase de rencor y diferencias entre ambas especies. Ese era su sueño,  mejorar la sociedad del planeta.  Pero, para llegar a él, tenía que pagar un alto precio.

Siempre quiso casarse por amor. Creció con dos padres que no se amaban, que consideraban el matrimonio como una forma práctica de reproducirse y contribuir a perpetuar su especie, pero nada más. No imaginaba un ambiente así en su futuro.

Consiguió convencer al rey tres veces y le dio dos años para encontrar  a su alma gemela. Pero todas las jóvenes que conocía le parecían insulsas, simples señoritas aristocráticas que peleaban entre ellas por un premio, el título de princesa.

Ahora esa tregua se había terminado y a primera hora de la mañana iba a reunirse con su padre en los aposentos reales. Temía que en el mejor de los casos, le permitieran escoger de entre varias candidatas. 

Subió al ascensor de palacio mientras se colocaba correctamente las mangas del traje. Había escogido un tono anaranjado, el color representativo de su planeta natal, para la que sería la reunión más importante de su vida. 

Keigo, su mejor amigo, observaba como movía frenéticamente el pie derecho con una sonrisa burlona.

— ¿La LC se ha comunicado? — preguntó, tratando de evadirse de la situación.

— No, al parecer están esperando nueva información de K. — el ascensor paró y ambos atravesaron el ancho pasillo blanco. — Pero ha habido disturbios en las afueras. Un grupo radical que ataca a familias baconianas humildes ha prendido fuego a todo un vecindario, sin muertes. Los cuatro implicados ya han sido arrestados.

— Bien.

— ¿Aceptará por fin que su padre no le dará el trono sin esposa? — preguntó su viejo amigo. 

El príncipe miró a Keigo totalmente serio. 

 — Nunca me rindo sin luchar. 

— Pues luchemos. — susurró, antes de que los soldados que custodiaban la estancia abrieran las puertas.

Kalet se sorprendió. Nunca había visto al rey en tales condiciones. El hombre había quedado reducido a huesos y postrado en una gigantesca cama llena de cojines. Los colores pálidos y anaranjados de las columnas y muebles de la estancia solo aumentaban la melancolía del ambiente. Ni siquiera entonces sintió la más mínima compasión. “Es justicia” pensó. “Aquel que implantó el neoimperialismo y alteró millones de vidas, condenado a agonizar durante meses”. 

— Hijo, has llegado. — el rey se incorporó con la ayuda de una enfermera de nivel tres, mientras la Reina Syn le proporcionaba un vaso de agua, que rechazó groseramente.

— Mi rey — saludó acompañado por una reverencia protocolaria, mientras revisaba de reojo el rostro ofendido de su madre. 

— ¿Ya has escogido a tu segundo? — la pregunta animó al joven, quizás había cambiado de parecer.

— Sí, el Doctor Keigo. — su amigo se acercó a la cama.

— Buena elección. 

El príncipe siempre supo que su padre estaría de acuerdo. Keigo poseía tres doctorados y era uno de los mejores científicos de la Tierra. Gracias a él habían mejorado instalaciones eólicas y campos de paneles solares que ahora sustentaban a toda la población sin problemas. Su reputación era intachable y su familia, aunque humana, era poderosa. El rey nunca sospecharía de su lealtad y Kalet podría contar con un fuerte apoyo para los cambios que se avecinaban.

— ¿Y qué hay de tu esposa? ¿Ya la has encontrado? 

— Todavía no, pero si me das más tiempo… 



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En el texto hay: principe, amor, planeta

Editado: 12.06.2019

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