La liga ciudadana

Capítulo 7: ¿Amigos?

Eir no se reconocía. Sentía que en cualquier momento se despertaría de un sueño y regresaría a su oscura habitación del ala de servicio, harapienta y sucia, como cualquier otro día. Sin embargo, ahí estaba, delante del espejo de los vestuarios, dejando que Sila la maquillara y peinara a su gusto.

Consideraba que no estaba tan guapa como su amiga. Pues su hermoso pelo afro era inigualable y el tono azulado de su vestido hacía brillar su piel oscura. Pero reconocía lo notorio del trabajo de la joven.

Le había recogido el cabello en un moño de trenzas desechas, que le otorgaban cierto encanto desaliñado y resaltaba los rasgos de su rostro, en especial, los ojos. El maquillaje era suave y sencillo, tal y como ella misma había pedido. No le gustaba ir exagerada.

— Podría dar unos toques de verde en…

— No, así está bien. No quiero ir muy recargada.

— Pero si solo te he untado un poco de base y te he hecho la raya de ojos.

— Sila…

— Está bien, como tú quieras. — levantó las manos en señal de rendición. — Pero déjame pintarte los labios con un poco de brillo.

— Vale.

La joven se dejó hacer, pues Sila era la experta en estilismo y sabía que no cedería. A demás, tan solo faltaba una hora para poner el plan en marcha y también tenía que ayudar a Kolson.

— Sil, es… precioso. — susurró, observándose en el espejo.

 La joven la miró alzando una ceja. Odiaba que su amiga se  menospreciara.

— No, tú eres preciosa, solo te gusta pasar desapercibida. — guiñó el ojo con picardía para enfatizar. — Vamos. Tienes que colocarte las armas y yo debo comprobar los trajes de los chicos.

Abandonaron el vestuario femenino y Sila entró en la siguiente puerta. Eir, por el contrario, avanzó hasta llegar a la sala de armas. Escogió la banqueta más apartada y se sentó.

Habían acordado utilizar armas pequeñas, para poder camuflarlas entre el vestido. Pero no podía emprender la primera misión importante de la LC sin su ballesta.

Descolgó el arma y varias flechas con distintas utilidades. También escogió dos sujeciones de cuero, acorde con la forma y el tamaño de los instrumentos.

Se ató la ballesta en uno de sus tobillos y comprobó que se camuflaba a la perfección entre las faldas del vestido. A continuación tomó las flechas y se dispuso a atarlas en el otro tobillo, tal y como había hecho con el arma anterior.

— Hola.

Eir observó a Mario mientras se sentaba a su lado.

No había visto al chico desde aquella discusión. Ambos se habían comportado como niños, y se evitaron durante el resto de la semana. El hombre ni siquiera se había presentado a las reuniones y Eir creyó que no participaría.

Mario comenzó a guardar armas pequeñas dentro de su traje verde esmeralda, a juego con el vestido de Eir.

— Ho-hola. —  susurró en respuesta.

La joven estaba desconcertada. Sabía que le debía una disculpa, pero temía sacar el tema. Decidió mantenerse en silencio.

Trató de evitar la tensión que sentía en ese momento y observó detenidamente la pared. Era la primera vez que veía las armas debidamente colgadas y ordenadas, pues siempre se encontraban en una bolsa, preparadas para el entrenamiento.

Se fijó en las flechas que había dejado en el suelo y recordó que debía esconderlas cuanto antes.

Ignorando la presencia de Mario, levantó su falda nuevamente y se dispuso a sujetar las herramientas en el tobillo que le quedaba libre.

El hombre, al ver el arma que había escogido,  emitió una leve respiración irregular, casi rozando la risa.

— Veo que no te gusta acatar órdenes.

Eir se tensó a su lado. Por su mirada, supo que intentaba establecer una conversación amistosa.

— Por algo soy la colíder, ¿No? — el chico sonrió de nuevo, mientras escondía un pequeño revolver en su manga derecha.

— Cierto. — Se levantó para escoger algunos de los pequeños cuchillos que colgaban sobre la pared.

La joven inspiró hondo. Era ahora o nunca.

— Mario yo… Siento mucho lo que pasó, no debí reaccionar así.

— No me pidas disculpas, soy yo el que debería decir que lo siente. Al fin y al cabo no somos nada, ¿No?

Siempre había temido ese momento. Era fácil rechazar a otros jóvenes que apenas si conocía del trabajo, pero Mario no era un desconocido. 

Terminó con las sujeciones de las flechas y desvió su atención hacia los shurikens que colgaban justo enfrente. Escogería varios para guardárselos dentro del corsé.

— Sabes que me debo sobre todo a mi hermano y a los deseos de mi padre. A demás, no quiero formar ningún tipo de relación, al menos no siendo neoesclava. —Tras guardar cinco shurikens,  cogió un cuchillo pequeño y se lo colocó cerca del muslo.

— Ya pero… ¿Y si consiguieras la ciudadanía? 



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En el texto hay: principe, amor, planeta

Editado: 12.06.2019

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