La Lista

Capítulo Uno: La pieza del rompecabezas

1

La habitación está aún más fría que el exterior; la luz blanca, la mesa metálica y está puta silla con respaldar de aluminio me están haciendo cagar de frío. Enderezo mi espalda y coloco las manos sobre mi regazo, parece que estoy por verme con la reina Isabel, pero en realidad me estoy por encontrar con un policía que seguro será el gordo choripanero más inútil de toda la Argentina.

Estoy en lo que creo es una Cámara Gesell. Nunca me imaginé que un pueblo como este tuviera algo tan sofisticado como esto, en fin, eso no es algo relevante en este momento.

Miro mi reloj: ha pasado al menos media hora desde que me metieron acá, y sinceramente ya me parece una banda de tiempo, ¿cuántas cosas pueden estar haciendo? ¿Qué los puede tener tan ocupados? ¿Están aspirando una línea contrabandeada en la oficina? De verdad es para objeto de estudio la ineptitud de la policía en general. Lo que pasó esta noche debe ser lo más relevante que alguna vez haya pasado en este lugar, ¿y aún así se toman más de media hora para hablar con el testigo más importante del caso?

Es increíble, parece una joda para programa de televisión.

Hablando del caso, me acabo de dar cuenta de que ustedes tampoco saben de qué carajo estoy hablando, y sería muy maleducado de mi parte si los dejo con la duda, sin el contexto.

Además, no creo que alguna vez hayan escuchado hablar de mí o de Lago Escondido, la pequeña ciudad en la que vivo.

Como sea, suponiendo que tengo razón y que ustedes son como, digamos... ¿Una hoja en blanco? Déjenme contarles la historia de cómo es que llegué hasta acá

Para empezar, debería aclarar que soy una persona bastante mentirosa y manipuladora. No lo digo como algo malo, sino más bien todo lo contrario. Lo veo como una especie de "súper poder".

Y como dijo alguien alguna vez: "Un gran poder conlleva una gran responsabilidad". De responsable no sé si tengo mucho, pero de que es grande, eso estoy seguro.

En la mayoría de las ocasiones este "poder" me ayuda a conseguir lo que quiero. Y para aclarar algo obvio, yo ADORO conseguir lo que quiero.

Que casualmente me "roben" el celular cuando se lanza uno más nuevo que me gusta; que el internet se caiga en casa para toda mi familia cuando estoy jugando; que la comida haya llegado en malas condiciones al pedir por delivery.

Digamos que es bastante útil.

Aun así, no considero que estas mentiras piadosas justifiquen lo que esos forros me hicieron vivir.

Para eso tenemos que retroceder un poco.

2

2 MESES ANTES

Aquella mañana del 21 de abril hice lo de siempre: Me levanté de la cama cuarenta y cinco minutos antes de las ocho, miré mi lista con uno de los cinco objetivos tachados, tomé un baño, desayuné y salí en mí bicicleta con el frío de abril hasta la secundaria.

La rueda delantera de mi vehículo seguía moviéndose como si estuviera borracha, enderezarla con un martillo no sé si fue la mejor idea, pero si quería que a fin de año mis viejos me compraran un auto, tenía que demostrar que podía cuidar mis cosas.

Aunque eso no fuera completamente cierto.

Llegué a la escuela minutos más tarde, encadené la bicicleta y caminé directo a la puerta principal. Estuve a punto de ingresar, pero antes de poder siquiera tocar el picaporte, una mano presionó mi hombro.

Me volteé tan rápido que ella dio un salto.

Estar en modo alerta todo el tiempo puede resultar agotador, pero en la mayoría de casos me evita terminar golpeado contra el suelo. Ella me miró confundida, yo solo respiré aliviado.

Era Justina Vega, una chica tres años menor que yo.

—Hola. —Saludó ella sin parar de mirar a nuestro alrededor, sabía lo que estaba pasando.

Tomé delicadamente su antebrazo, la llevé escaleras abajo hasta un árbol a unos cuantos metros de la entrada.

—Sabes que a tú hermano no le gusta que hablemos. —Le recordé algo tenso, si él acaso nos viera...

—Ya sé... —La juzgué con la mirada, entonces también conocía las consecuencias. Para mí, claro está.

La chica de quince años abrió su mochila y sacó una carpeta color rosa.

—Necesito ayuda con estos ejercicios, la forra de la profe no explica dos veces y yo ya no sé cómo mierda hacer.

Suspiré, la profesora Gladys de matemática era la peor docente del colegio, si no entendías algo te repetía constantemente con un tono de decepción que eso ya lo deberías saber de años anteriores. Por suerte yo soy bueno con las matemáticas, pero para los que no, es un dolor de huevos estudiar su materia.

Agarré la carpeta, provocando una sonrisa en Justina, y revisé los ejercicios, eran bastante sencillos para mí, pero entendía por qué ella no los comprendía, Gladys nunca enseñaba ese tema por completo, sino que asumía que por simple relación de términos/conceptos sabríamos qué hacer y pasaba al siguiente.

Le saqué un par de fotos a las hojas y se la devolví.

—Esta tarde los resuelvo y te mando unos audios explicando todo. —Dije guardando el teléfono.

—Dale, gracias. —Sonrió.

—Ahora andáte antes de que tú-.

—¡¿Justina?!

Ese tono, esa voz, ya era demasiado tarde.

¿Yo? Siempre triunfando.

El joven corrió hacia nosotros como si su vida dependiera de ello, Justina me miró avergonzada, sabía lo que se venía, y en teoría, era su culpa.

—¿Qué mierda hacés? —Pregunto con la delicadeza que lo caracteriza.

—Nada. —Respondió ella, su voz sonaba irritada.

—¿Qué es lo que te dije sobre-?

—Que no lo haga. —Lo interrumpió, los ojos marrones de él se abrieron por completo. —Pero vos no sos nadie para decirme qué hacer. —Agregó, yo quería sonreír, quería reírme, pero sabía lo que eso ocasionaría.




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