La Lista

Capítulo Tres: "Plan confianza"

1

A veces siento que soy muy reflexivo.

Y otras, muy obsesivo.

Claramente mi ansiedad tiene que ver con ambos aspectos, no puedo estar un solo minuto sin que mi cerebro piense veinte cosas a la vez, sin sentir presiones en el pecho o nudos en la garganta. Es mi día a día desde que toda esa mierda del acoso empezó.

Con esto no quiero decir que no tenga mambos previos, pero las horribles sensaciones que vivo a diario no aparecieron hasta ESA noche.

¿En qué estaba? Ah, ya me acordé.

Aquella mañana después de mi súper investigación pensé mucho, y con mucho quiero decir DEMASIADO. Pensé en cada cosa que había descubierto, en lo que la familia de Franco representaba, y por un momento sentí mi estómago retorcerse, los Juncos eran todo eso que yo aborrecía: Cagados en guita, soberbios, deportistas -ahre- y capaces de borrar cualquier mierda que alguno de ellos hiciera.

Pero también stalkeé a Franco, y no parecía estar relacionado con la faceta violenta de sus parientes, se veía bondadoso, como si de verdad le importaran las personas y los movimientos sociales.

¿Sería él la oveja blanca de la familia?

No podía saberlo -al menos, no en ese momento-, por lo que decidí dejar de lado todo lo que había descubierto. No podía ganar un aliado extorsionándolo, tenía que ganar su confianza, llegar a él de tal forma que su lealtad hacia mí fuera tan fuerte que nada ni nadie pudiera romperla

Para mí suerte, tenía la idea perfecta para conseguirlo.

2

Cuando mi cabeza piensa mucho solo hay una cosa que me mantiene sereno: La comida.

Eran las seis y media de la mañana, todavía faltaba mucho para ir a la escuela, pero yo no podía pegar un solo ojo, seguía dándole vueltas a mi plan; ¿era los suficientemente bueno? No lo sabría hasta horas más tarde, pero lo que sí que sabía, es que necesitaba darle otra cosa que pensar a mi cerebro, y preparar el desayuno siempre me sirvió como distracción.

Bajé las escaleras de madera hasta la cocina, todavía andaba en pantuflas, el invierno estaba a unas cuantas semanas de distancia, pero en Bariloche las temperaturas son bajas incluso en otoño.

Me batí un café y puse en la tostadora dos panes, prendí la tele y seleccioné un episodio aleatorio de Brooklyn nine-nine para tener de ruido de fondo.

—Buenos días. —Mónica Peralta -alias mi madre- cruzó el umbral con unas ojeras más grandes que mi taza de café.

No tenía que preguntar, obviamente no eran buenos días, ella no había dormido y tenía una audiencia al mediodía, y casi seguro sería un caso complicado.

—Buenos días. —Respondí. La tostadora hizo su "blip" característico.

—¿Qué haces despierto? —Preguntó yendo directamente hacia la cafetera de cápsulas que yo tenía prohibido. Yo aproveché para ponerle mermelada a las tostadas.

—Me levanté a repasar unos ejercicios de matemáticas. —Mentí, seguía siendo más "normal" que decirle que la ansiedad me estaba carcomiendo.

Digamos que mamá nunca fue muy empática en ese sentido, de hecho nadie de su familia, son de los que creen que las enfermedades o patologías mentales se curan con una sonrisa, y que yo, un pendejo que "lo tiene todo", no puedo tener ansiedad solo por ir a la secundaria.

Mamá se sentó en la banqueta frente a la mesada, yo estaba en el sillón del living viendo el capítulo de una de mis sitcoms favoritas, pero no podía concentrarme, sentía su mirada clavada en mi nuca.

Respiré profundo, no quería voltear, pero mi ansiedad aumentaba con cada segundo que pasaba. Suspiré, dejé la taza sobre la mesa ratona y me giré. Efectivamente me estaba observando, intentó disimular, solo que ya era demasiado tarde, acababa de meter la pata.

—¿Qué? —Pronuncié, sus cejas se levantaron.

—Nada... —Dió un sorbo.

—Dale, decime.

—¿Cómo está yendo "la situación"?

Por un momento agradecí estar a un solo sorbo de terminar mi café, porque en ese instante, se formó un nudo en mí estómago.

Empujé el plato con los restos de mis tostadas con mermelada y me puse de pie.

—Bien... —Carraspeé mientras caminaba hacia las escaleras, tenía que ponerme el uniforme. —Normal. —Agregué.

No iba a decirle que me siguen insultando y golpeando casi todos los putos días. No necesitaba a la gran abogada yendo a hacer una queja a la escuela, ni permitiría que me diera otro sermón sobre lo decepcionada que estaba.

—Perfecto. —Sentenció. No me quedé a continuar la conversación, subí los escalones lo más rápido que pude y entré a mi habitación.

Me cambié tranquilo, si bien tenía al menos quince minutos en bici desde casa a la escuela, seguía siendo temprano. El día estaba nublado, exactamente como a mi me gustaban, ahora soy más de los días soleados.

Tomé la mochila y me dirigí a la puerta, estaba a punto de sacar mi bicicleta del garaje cuando un par de gotas empezaron a caer. Puteé por dentro, me iba a empapar de acá hasta allá.

Volví a entrar a la casa, mamá ya estaba lista, tenía puesto su saco bordó.

—¿Podrías llevarme? —Pregunté con cierta timidez.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Ya rompiste la bici? —Cada pregunta sonaba como un ataque, como si fuera uno de los delincuentes a los que interrogaba en el estrado.

—¿Eh? No, no. —Me apresuré a decir. —Está lloviznando. —Aclaré.

Ella bufó por lo bajo, no lo suficiente claro, quería que yo lo oyera.

—Bueno, pero ya, no puedo llegar tarde.

Asentí y como todo un caballero le abrí la puerta, crucé el umbral detrás de ella y subí a al auto. La radio se encendió al instante, el locutor estaba dando datos sobre el día y que casi seguro llovería hasta el mediodía.

Intenté ponerme los auriculares, estar en un lugar tan chico con mi madre no era una de mis cosas favoritas en la vida. Pero ella no me lo permitió, me habló directamente, obligándome a entrar a una charla que seguramente terminaría en un momento incómodo.




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