La Lista de los 30

Capítulo 5

Jueves, 17:20. Grupo de WhatsApp: Las Inestables.

Lucía ha mandado un mensaje con tres emojis: 🎨🙃🔥
Y un audio que empiezo a escuchar con miedo.

—Vale, no me mates, pero te conseguí la siguiente cita con un tipo… digamos… especial. Es artista. De los de verdad. Vive en Ruzafa, pinta con las manos, dice que el cuerpo humano es la forma más pura de verdad. No sé qué significa eso, pero tiene una voz que te embaraza. Literal.

Silencio. Luego otra nota.

—¿Estás viva? ¿Estás dentro? ¿Estás ya desnuda? Dime algo.

Respondo con el único emoji que resume mi estado mental: 🫠

Viernes, 20:05. Ruzafa.

La fachada está cubierta por una enredadera que parece tener más vida que mi oficina.
El portero automático no funciona.
Hay un cartel que dice “TOCA PALMAS. EN SERIO.”
Toco palmas.
Y sí. Me abre.

Se llama Elías.
Pelo largo, camiseta sin mangas con pintura seca, ojos claros y sonrisa lenta.
Parece salido de una película francesa o de un anuncio de yogures veganos.

—Laura, ¿no? —dice, y me da un abrazo que dura al menos tres latidos más de lo necesario.
—Sí. ¿Tú eres el artista?
—Yo soy la experiencia.

Me río. Porque no sé si lo dice en serio. O lo peor: sí lo dice en serio.

Su piso es un estudio. Literalmente: no hay puertas, solo cortinas.
Paredes blancas salpicadas de color, lienzos gigantes, música ambiental.
Huele a incienso, acrílico, y algo más… ¿naranja fermentada?

Me ofrece té de jengibre con cúrcuma.
Acepto, porque soy valiente. Y porque no hay otra opción.

—¿Sabes por qué estás aquí? —pregunta, mirándome con intensidad de tarotista.
—Porque mis amigas me odian y me quieren ver en situaciones límite.
—No, Laura. Estás aquí porque tu energía está pidiendo ser vista.

Intento no reír. Lo juro. Hago un esfuerzo real. Pero se me escapa una pequeña carcajada nasal.
Él sonríe como si acabara de atraparme en algo.

—Tienes mucho miedo a ser mirada.
—Tengo miedo a que esto sea una secta.
—Eso también.

Minutos después, me muestra una serie de cuadros de mujeres. Todos muy bonitos. Muy “libertad del cuerpo”, muy “esto estuvo en un TEDx”.
Yo asiento, comento cosas como “hay mucho movimiento en el trazo”, y él me observa como si yo fuera otro lienzo.
Me siento un poco desnuda. Aún con ropa.

—Quiero pintarte —dice.
—¿Cómo?
—Tal cual. Quiero pintar tu energía. Tu cuerpo como símbolo.
—¿Eso implica… ropa?
—¿Te haría sentir más tú o más lejos de ti?

¿QUÉ CLASE DE PREGUNTA ES ESA?

—Depende. ¿Esto se considera arte o preámbulo legal para una denuncia?

Él ríe. Me dice que no tengo que hacer nada que no quiera. Que puedo estar como me sienta cómoda.
Pero me mira como si “cómoda” significara “con el alma expuesta y los pezones también”.

20:36. Piso de Elías. Ruzafa.

—Vale —digo, con la boca más seca que el té de jengibre que me sirvió hace diez minutos—. Puedo posar. Pero vestida. O casi vestida. Como… con camisa grande y dignidad.

Elías asiente con la solemnidad de un monje zen.

—La dignidad siempre es buena base. ¿Te parece si usamos esta tela? —muestra una especie de túnica blanca que parece sacada de una obra escolar sobre la Antigua Grecia.

La acepto. Me cambio detrás de una cortina (que cubre lo justo), y al mirarme en el espejo, me echo a reír.
Parezco una mezcla entre estatua del Louvre y voluntaria de performance experimental.
Luna me denunciaría por esto.

—¿Lista? —pregunta Elías desde el otro lado.
—Para lo que sea, excepto una exposición pública.

Me acomodo en una especie de diván cubierto con telas.
Él empieza a pintar en silencio.
Y yo... simplemente estoy.

No sé en qué momento ocurre, pero algo dentro de mí se relaja.
No en plan “estoy cómoda en esta situación”, sino más bien: “estoy aquí, y eso ya es raro, así que disfrútalo o al menos no lo arruines”.

Él trabaja con trazos rápidos, intensos.
La música cambia a algo más envolvente.
Y yo me encuentro preguntándome cosas que normalmente no me permito pensar entre correos urgentes y cenas de compromiso.

¿Qué pasaría si dejara de intentar gustar?
¿Si dejara de buscar que las cosas tengan sentido?
¿Y si no todas las citas fueran para encontrar al amor, sino para encontrarme a mí?

Mi cuerpo está cubierto. Pero mi cabeza está más desnuda que nunca.
Y eso… da un poco de miedo. Pero también calma.

21:55. Calle Sueca. Valencia.

Salgo del piso con las mejillas rojas, el pelo revuelto y un lienzo envuelto en papel marrón.

—¿Esto es mío?
—Es tu reflejo. Tu energía pintada.
—Parece una tormenta.
—Las tormentas limpian.

Le agradezco. Por raro, por intenso, por no haber sido un cerdo.

—¿Nos volveremos a ver? —pregunta él, con esa media sonrisa de quien ya lo sabe.
—Lo dudo —respondo, sincera—. Pero gracias. En serio.

23:10. Casa.

Luna me espera en la ventana. La miro y sonrío.

—Hoy posaste tú, pero en mi cabeza.

Ella pestañea.
Yo me sirvo vino.
Desenvuelvo el lienzo.
Y ahí estoy yo: una figura abstracta, en tonos oscuros y líneas nerviosas.
No se me reconoce.
Pero sí se siente algo: rabia. duda. fuego.

Es feo.
Y me encanta.

Tomo el cuaderno de tapas blandas y empiezo a escribir:

5 de 30.

*Cita con artista excéntrico que no resultó ser un depredador.
✔️ Me hizo pensar.
✔️ No intentó besarme.
✔️ Me pintó con respeto.
❌ Huele a incienso que se mete en los poros.
❌ Demasiado contacto visual prolongado.

Lección: no todo lo raro es malo. A veces solo es raro. Y eso también cuenta.*

Me duermo con el cuadro apoyado en la pared.
Y por primera vez en semanas, no sueño con nada romántico, ni con Javier gritando desde su correo.



#5474 en Novela romántica
#1544 en Chick lit
#1163 en Novela contemporánea

En el texto hay: chicklit

Editado: 23.07.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.