Volviendo a La Rioja, ahora necesitábamos ir a un boliche y tomar tanto hasta quebrar... al menos yo. Para hacer dos cosas de una, ya saben.
Entramos a un lugar sin mucho arreglo, era largo pero normal. Paredes de ladrillo, algo de tierra y mesas cuadradas. Ponían música aleatoria, parecía que había mínimo unos cuatro DJ, fuera de joda. Apenas pasamos, estaban pasando trap, de repente cambió a Fabiana Cantilo, y después a Mercedes Sosa, o sea, eran las nueve y ya estaban en pedo los DJ.
El interior con láser y poca luz se mantenía ideal para marearte. Hablé con un par de personas que vestían como de la realeza, tanto que me dio vergüenza ir con ese vestido ajustado. Pero nadie me dijo nada, nadie era grosero y me trataron de diez, hasta recibí halagos no solo por mi cuerpo, cosa que me incomodaba hasta esa noche, me decían guapa, bella, etcétera, adularon mis grandes labios, mi sonrisa, y carisma que no sabía que tenía. Fue tal el punto de goce, que me sentí normal. Afilé mi autoestima.
Tomé muchísimo, no me hacía efecto por lo que creí que estaba bien seguir. Gastamos bastante, sobre todo yo. Bailábamos y disfrutamos, se sentía fantástico. Me olvidé el motivo del viaje.
Sin darme cuenta, el lugar se vació un poco, ya eran las cuatro de la mañana. Se notaba también porque empezaron a poner cada cosa rara para que la gente se vaya, pero nosotros tres estábamos bailando sin que nos importara. Imagínense, después de bailar con Las primas y La Mona Jimenez como si estuviéramos en el carioca de un quince, estábamos saltando con La Melodía de Dios. Fue gracioso.
En un descuido, bailando con Joshua, se me acercó lentamente y bailamos enloquecidos. Mar como una especial cómplice, nos dio espacio.
Me acuerdo haber gritado a la par, “Cuando te sientas sola, sola, sola” y al tenerme en frente me tomó por la cintura. Sentí que me sonrojaba aunque era imposible saberlo por el tono de mi piel, en cualquier caso estaba camuflada. Me reí creyendo que era su forma de bailar además de como fue vestido, usaba sencillamente sus jeans azules gastados y una camisa mal abotonada. Me sorprendí cuando me besó, noté los pocos centímetros que me llevaba de altura al levantar un poco la cabeza. Acaricié sus rulos, esos rulos que no dejaba que nadie tocara. Pero no sé, nos estábamos divirtiendo y me dejó hacerlo, fue muy largo. Admito que las cosas en mi cabeza se mezclaron. Se detuvo la música como si fuera real, pero solo en mi mente rondaba una balada más lenta. Quizás porque, como pronuncia Sui Generi, ¿qué habrá pensado él? Probablemente no fue nada. Estuvimos varios segundos con nuestro primer beso y no fue el único. Simple y sincero, no era algo íntimo. Continuamos con la fiesta, el baile crecía, aunque nada es eterno. Todo se volvió oscuro porque… esa mañana quebré, no voy a volver a hacerlo. Suelo preguntarme qué tienen de divertido estas cosas, me acuerdo que yo no soy así y ese es precisamente el punto, es fascinante experimentar. Borré los dos ítems "Ir a un boliche" y "Quebrar". No se sintió tan horrible como decían pero ya tenía suficiente. Ahora había algo más perturbando mi mente.
Los días posteriores, con Joshua ni siquiera mencionamos el tema, seguimos hablando como amigos comunes. La escena no pasó desapercibida para Mar que vino a hablar conmigo después que vomitara. Le confesé que él me gustaba, estaba dispuesta a conocerlo más. Me trataba como ningún chico me había tratado y nos volvimos cercanos en poco tiempo. Teníamos muchos temas de conversación y nos llevábamos genial. Pero nunca vino a hablar conmigo de eso y yo… ya saben, tenía vergüenza, me habían pasado muchas cosas malas respecto a las relaciones. A mitad de la odisea, no iba a poner en juego lo que quedaba. Intentar aclarar las cosas quizás las vuelva incómodas. Y el viaje solo se ponía mejor. Tuve la aprobación de mi mejor amiga y sus ánimos, en que ahora debía divertirme sin ilusiones ni condiciones o condiciones, es tan fácil vivir así.
Al llegar a Salta, buscamos el lugar que vimos por internet donde se ofrece el servicio de parapente. Qué nervios. Eso sí es extremo. Dejamos nuestras pertenencias en un motel del nuevo pueblo donde nos estábamos alojando. Visitamos las montañas de colores en una mañana calurosa, miramos esos tonos rojizos como una maravilla del mundo. Abandonamos las camperas y buzos.
Un collar de acero que traía puesto con un dije de infinito llamó la atención de Joshua. Lo tuve todo el viaje pero antes no quiso preguntar, no es la gran cosa. Tiene un significado para mí que lo compartí con él como lo había compartido con Mar y Eli hace años.
A la tarde nos dirigimos al lugar donde a incontables metros del suelo, me hacía sentir mareada e insegura. Las colinas son bellísimas y por alguna razón me gustaba mucho mirarlas pero no podía imaginarme tirándome de ellas. Había muchas, con sus pastizales cortos, el viento empezó a soplar y el frío se sentía cada vez más intenso sobre nuestros desabrigados cuerpos. Me dejó perpleja el cambio de escenario a kilómetros de diferencia, eran paisajes completamente opuestos en el mismo territorio. Yo sería la primera en tirarse.
Me explicaron varias veces del modo que lo debía hacer, me abrocharon cantidades de correas de seguridad, el casco en mi cabeza me hizo sentir confianza, parecía una bolsa de campamento con patas. Los instructores eran copados, la claridad en sus palabras es cabal. Practiqué siguiendo los pasos, usando las cuerdas como timón e impulsando para correr y ver a la gran tela levantarse del suelo y suspenderse en el aire tal cuan paracaídas, en unos momentos sería yo, practiqué unas diez veces y sentía que no era el momento pero, tenía que enfrentarlo. Me dijeron que estaba lista.