Con un poco de problemas cruzamos la frontera, legalmente claro, pero ya saben, trámites y esas cosas. Llegamos a Paraguay sin tener idea a dónde seguir. Tenía un par de parientes pero no sabían que yo andaba por ahí, además no me hablaba con ellos, se vería muy aprovechada el hablarles ahora únicamente porque necesitaba techo. Pero nos arreglamos antes y nos la íbamos a arreglar ahora. Hablo de los problemas.
Descansando en una plaza mientras pensábamos qué ruta tomar, taché de la lista "Viajar fuera del país". El papel donde anoté los ítems ya estaba bastante arrugado.
Debatimos sin llegar a un acuerdo, ¿dónde ir? Norte, sur, este, oeste, ¿al centro? Teníamos que decidir mientras sea de día. Continuamos caminando por las calles semivacías de tierra, hasta que me llamó la atención un local de tatuajes y perforaciones. Me acordé un ítem de mi lista y aunque no era el momento entré a preguntar precios.
Un hombre con bastantes modificaciones corporales se encontraba atendiendo, era el dueño. No sé si el viaje me cambió un poco pero estaba mucho más sociable, por lo que hablar con él fue rápido y le conté lo más importante, qué hacíamos, no saber dónde íbamos, de dónde veníamos. Se interesó mucho en la historia, quiso ayudarnos. Su nombre era Catalino, un hombre de unos treinta y cinco años con gran amor por el arte. Se involucró. Nos dijo que si esperamos que termine su jornada laboral nos iba a llevar en su camioneta al pueblo en el que vive, había una habitación doble vacía. Nos emocionamos y por supuesto esperamos. Pero en el día pasó algo inesperado, los tres clientes que Catalino esperaba, cancelaron; y dijo que si yo quería y estaba dispuesta, me tatuaría ahora. Mi corazón por poco y sale de mi cuerpo. Me arrepentí de poner "Tatuarme" en la lista. Sentía paranoia, la máquina hace mucho ruido. Hice algo de escándalo al reverendo pedo… porque acepté. Y así taché ese ítem.
Me senté sobre la camilla. Sostuve mi brazo suspendido en el aire hasta que le puso un almohadón abajo. Contuve la respiración de a ratos. Creí que iba a ser mucho más doloroso por las cosas que se decían, pero no. Tatuó mi muñeca. Algo chiquito en tinta negra. Un infinito, igual que el dije de mi cadena. Si quieren saber por qué, ya les digo. Fue el primer objeto que compré con mi propia plata, para recordar que no existen los límites, sea negativo o positivo, no debe haber una finitud en tus metas.
La mano me dolía un poco por el tatuaje en ese momento, rozaba contra la mesa, así que dejé de escribir mi historia unos minutos. La luz cálida del comedor de mi casa es tan intensa que sentí el mismísimo sol conmigo, y el incómodo silencio. Solo me escucho a mí, ¿dónde está mi amiga imaginaria, o sus hermanos? Los llamé por la casa. No podía verlos ni escucharlos, ahora estoy sola.
Caminando al baño siento que algo está bien, como correcto, en su lugar, y ni siquiera sé qué, pero lo siento. Me miro al espejo e imagino a una supermodelo, pero soy una súper tonta. Lavo mis manos y mi cara. Cuando vuelvo a la mesa para seguir escribiendo, termino suspirando, estoy entumecida.
Antes de volver a escribir recuerdo las veces que mis amigos imaginarios estuvieron conmigo y me salvaron de la soledad, rememoro la despedida con mis compañeros de la facultad, un abrazo formidable como si fuera la última vez que los vería, y ellos no lo sabían pero iba a ser así.
Dejé a mis papás atrás al hacer ese viaje, ¿no lo estoy haciendo ahora? Y mis amigas… ellas dejaron a sus novios y bebé, viajamos. Esa mañana nebulosa armamos el termo y llevamos en la mano nuestro mate con la esperanza de encontrar algún vendedor de tortilla santiagueña, y lo encontramos. Estoy sonriendo, así que no sé por qué lloro.
Suficiente, vamos a ponerle fin a esto. Intento estar bien pero es tan difícil. Quiero paz, y dejar de ser un lamento o carga para los demás.
Volvamos a Paraguay. Había tachado todos los ítem de mi lista y seguía sintiendo que algo faltaba.
Después de explicarme cómo curar el tatuaje, Catalino lo envolvió en papel film y me regaló una crema. Cumpliendo sus palabras nos llevó al pueblo donde vive. Cuando se pone de pie es mucho más alto.
Tardamos una hora y al llegar no lo podíamos creer, el lugar sumamente pintoresco y los paisajes nada amarrete en colores y vida. Por ser sábado había fiesta.
Era una granja encantadora. Muy linda y grande. Pudimos ver que cortaban el pasto seguido, los árboles de mango rodeaban la propiedad perfumando el aire con un aroma fresco. Los vecinos se unieron para festejar el simple hecho de vivir. Dejamos las mochilas en el dormitorio y salimos, Catalino nos invitó.
Nuestra ropa era perfecta para la ocasión. Casual, sin nada despampanante y tampoco demasiado simple, hacía calor. Las personas se acercaban a hablarnos de prepo. Los faroles decoraban el exterior sobre las mesas y sillas improvisadas con tablas y cajones. Conocimos más gente que nos hablaban como si fueramos parientes. Si existe un paraíso debe asemejarse a este viaje.
A la noche, las estrellas brillaban por montón dando un espectáculo galáctico, las nubes intentaban tapar su belleza pero iban y venían, no estaban ahí por siempre. Un par de animales daban vueltas alrededor; patos, terneros, gallinas y chanchos pero la atención la robaron las luciérnagas.