La Llama Del Destino

Un Reino Inquieto

El viento soplaba con fuerza sobre las murallas de Valdoria, arrastrando el eco de campanas que anunciaban un nuevo amanecer. Desde lo alto de la torre oriental, el príncipe Aldric observaba el horizonte con el ceño fruncido. El sol despuntaba en tonos dorados, pero en sus ojos no había brillo alguno, solo la sombra de una preocupación que lo acompañaba desde hacía meses.

La gente decía que Valdoria vivía tiempos de calma, pero Aldric no podía creerlo. En las fronteras del reino se rumoreaban ataques inexplicables: aldeas enteras arrasadas, campos reducidos a cenizas y viajeros que juraban haber visto criaturas surgidas de la oscuridad. La corte lo llamaba superstición. Él lo sentía como una amenaza cada vez más cercana.

Aldric apretó los puños contra la piedra fría del balcón. Ser príncipe era más una cadena que un honor. Debía sonreír cuando no quería, fingir fortaleza cuando por dentro ardía en dudas, y prepararse para un matrimonio arreglado que lo ataba a un destino que nunca eligió.

—Valdoria confía en ti —le había dicho su padre la noche anterior—. No olvides que la corona está por encima de tus deseos.

La palabra corona pesaba como hierro en su mente. Una jaula dorada.

Mientras tanto, a millas de distancia, en una aldea humilde rodeada de campos y colinas, Lyra cargaba una cesta de leña sobre su hombro. El sudor perlaba su frente, pero sus ojos brillaban con determinación. Desde pequeña había aprendido que la vida no regalaba nada: cada día era una lucha, y ella había jurado no dejarse quebrar por el destino.

Su aldea, sin embargo, comenzaba a sentir la misma sombra que preocupaba al príncipe. Dos noches atrás, unos hombres habían llegado con noticias extrañas: criaturas de humo, un fuego que no quemaba madera, sino esperanzas. La mayoría los llamó locos. Lyra no. Su instinto le decía que algo oscuro se acercaba.

—Si el mundo tiembla —susurró mientras dejaba la leña junto al fuego de su hogar—, yo también sabré luchar.

Ese mismo día, en la ciudad capital, la campana del consejo convocó a nobles y soldados. Y, mientras Aldric descendía al salón del trono con la obligación de escuchar promesas huecas, y Lyra caminaba hacia el bosque en busca de hierbas para su madre enferma, el destino comenzó a trazar los hilos invisibles que pronto unirían sus caminos.

Ni príncipe ni plebeya lo sabían aún, pero aquel amanecer sería recordado como el inicio de una historia que desafiaría leyes, reinos… y hasta la magia más oscura.




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