El amanecer llegó, pero en el corazón de Selyria, el día parecía no querer nacer del todo. La tormenta de la noche anterior había dejado tras de sí un aire pesado, cargado de humedad… y de un silencio extraño.
Lyra no podía quitarse de la mente la figura del hombre en la niebla. Sus ojos rojos la habían perseguido toda la noche, incluso en sueños. Intentó convencerse de que solo había sido una ilusión, pero la sensación de peligro era demasiado real.
Mientras preparaba infusiones en la pequeña cabaña que compartía con su abuela, el viento golpeó con fuerza las ventanas. Un escalofrío recorrió su espalda.
—Estás inquieta, niña —dijo su abuela, sin mirarla, removiendo un cuenco de hierbas—. ¿Soñaste con él otra vez?
Lyra la observó sorprendida.
—¿Con quién?
—Con el que ha despertado —respondió la anciana con voz temblorosa—. El hechicero del norte. Elarion.
El nombre hizo eco en su mente.
—¿Cómo… cómo sabes eso?
Su abuela levantó la vista por fin. Sus ojos parecían más viejos que nunca.
—Porque yo estuve allí, cuando lo sellaron. Era una niña, pero lo recuerdo todo. Ese hombre no envejece, Lyra. Vive de las sombras que roba a los demás. Y si sus ojos te han encontrado… significa que te ha elegido.
Un rayo de luz entró por la ventana, y Lyra sintió un nudo en la garganta.
—¿Elegido? ¿Para qué?
—Para terminar lo que empezó hace veinte años —susurró la anciana—. La guerra que casi destruyó a los reinos cuando la Corona del Corazón fue usada por última vez.
El nombre le resultó familiar. Lo había escuchado antes… en los susurros de los viajeros, en los cuentos antiguos que hablaban de un artefacto con el poder de unir o destruir los reinos.
—Esa corona… ¿tiene algo que ver con el príncipe Aldric?
La anciana asintió lentamente.
—La familia real la guarda desde hace generaciones. Su poder fue sellado, pero si Elarion ha vuelto, significa que el sello se está debilitando.
A varios kilómetros, en el castillo de Valdoria, Aldric también tenía un amanecer inquieto. No había dormido. La imagen de la joven del bosque, empapada bajo la lluvia, lo perseguía sin explicación. Y aquella sombra… ese hombre que desapareció en un parpadeo.
—Mi príncipe —dijo el capitán Kael, su amigo y guardia de confianza—, los centinelas reportan señales de magia en el bosque del sur. Marcas en los árboles.
Aldric se levantó de golpe.
—¿Magia? Pero… eso fue prohibido desde el Tratado de las Sombras.
—Lo sé, Alteza. Pero esto… es antiguo. Muy antiguo. Algunos dicen que es la misma energía que se sintió cuando la Corona fue usada.
Aldric apretó el puño.
—Entonces es cierto. El pasado está despertando.
Kael lo observó con preocupación.
—¿Qué harás?
El príncipe miró por la ventana, hacia el horizonte cubierto por nubes.
—Buscaré respuestas. Y empezaré por ella. La chica del bosque.
En una cueva oculta bajo las montañas del norte, Elarion contemplaba un espejo de obsidiana. En su superficie, la imagen de Lyra temblaba entre reflejos oscuros.
—Ah… la elegida del alma dormida —susurró, con una sonrisa torcida—. Ni siquiera sabe lo que lleva dentro.
El espejo emitió un destello rojizo, revelando por un instante un corazón de fuego latiendo dentro del pecho de Lyra.
Elarion alzó su báculo y el eco de su voz resonó en las paredes de la cueva.
—Que el destino despierte… y que la corona vuelva a brillar con sangre y fuego.
El viento rugió, y la tierra tembló. El juego había comenzado.