La Llama Eterna

La Llama Eterna

En el vasto reino de Eltheria, donde las montañas respiraban fuego y los bosques susurraban secretos olvidados, un guerrero solitario vagaba por los caminos cubiertos de sombras. Aresu, conocido como el León de Aranthar, era un hombre marcado por la traición y la guerra. Había perdido a su familia a manos de los Señores de Ceniza, y el dolor lo había convertido en un hombre desconfiado, alguien que prefería la compañía del silencio antes que la de otros corazones.

Pero el destino, caprichoso como siempre, había decidido poner en su camino a Yeiby, una elfa cuya luz contrastaba con las sombras que atormentaban al guerrero.

Yeiby era todo lo opuesto a Aresu: valiente, risueña, y con un corazón tan hermoso que parecía brillar incluso en los lugares más oscuros. Era conocida entre su gente como la Guardiana de la Luz, una hechicera capaz de domar la magia más salvaje con un simple gesto de sus manos.

El Encuentro Fatídico

Aresu había llegado a las ruinas encantadas de Eldrath buscando el Corazón de la Flama, una reliquia que, según las leyendas, podía controlar a los dragones. Para él, aquella misión no era más que un deber, una forma de pagar las deudas de un mundo que nunca le había dado nada.

Sin embargo, cuando llegó al altar donde debía estar la reliquia, encontró a Yeiby. La elfa estaba rodeada de una cálida luz dorada, y el cristal flotaba en sus manos como si reconociera su alma pura.

—Detente, humano —dijo Yeiby con una sonrisa desafiante, aunque su voz estaba llena de dulzura—. No permitiré que nadie utilice este poder para la guerra.

Aresu, acostumbrado a desconfiar de todos, desenfundó su espada, pero algo en los ojos de la elfa lo detuvo. Había bondad en su mirada, una bondad que él no recordaba haber visto en mucho tiempo.

—No estoy aquí para causar daño —respondió él con dureza, aunque una parte de su corazón comenzaba a ablandarse—. Pero no puedo dejar que te lleves eso.

—¿Y si te dijera que este poder no está destinado a ti, sino al mundo entero? —replicó Yeiby, con una chispa de alegría en sus ojos—. Quizá no todo tiene que ser desconfianza y espadas.

Esa fue la primera vez que alguien desafió la coraza de Aresu, y aunque no quiso admitirlo, aquella elfa había sembrado una semilla en su corazón.

Una Alianza Inesperada

Pese a su reticencia, Aresu aceptó acompañar a Yeiby cuando descubrieron que ambos tenían el mismo enemigo: los Señores de Ceniza, un culto oscuro que buscaba corromper al Dragón Primordial, Mydranor, para sumir al mundo en un reinado de terror.

—Si vamos a viajar juntos, debo advertirte algo —dijo Aresu con seriedad mientras caminaban por un bosque cubierto de niebla—. No confío en nadie.

—Bueno, tendrás que acostumbrarte a confiar en mí —respondió Yeiby, sonriendo mientras sus dedos trazaban pequeñas luces en el aire—. Porque no pienso dejar que te pierdas en tus propias sombras.

Yeiby, con su alegría y valentía, comenzó a derribar los muros que Aresu había levantado a su alrededor. Su risa iluminaba incluso los momentos más oscuros, y su corazón generoso le recordaba al guerrero que aún había belleza en el mundo.

Los Desafíos del Camino

A medida que avanzaban, Aresu y Yeiby enfrentaron peligros que pusieron a prueba no solo su fuerza, sino también su conexión:

• En el Pantano de Sombras,

Aresu, incapaz de confiar en los consejos de Yeiby, cayó en una trampa mágica que casi lo consume. Fue la voz suave y valiente de la elfa la que lo guió de regreso a la luz.

• En las Montañas de Hielo Eterno, Aresu arriesgó su vida para proteger a Yeiby de un dragón de escarcha, descubriendo en ese acto que la vida de ella significaba más para él que la suya propia.

• En el Bosque de los Suspiros, las ilusiones de su pasado intentaron quebrar a Aresu. Allí, Yeiby lo enfrentó directamente, abrazándolo mientras susurraba:

—No importa lo que hayas perdido. Estoy aquí contigo, y no dejaré que te hundas.

Por primera vez en años, Aresu sintió que no estaba solo.

El Despertar del Dragón

Finalmente, llegaron al Santuario de Mydranor, el Dragón Primordial. Para despertarlo, Yeiby debía usar el Corazón de la Flama, pero el ritual drenaría su energía vital.

—No lo harás sola —dijo Aresu con firmeza, tomando su espada y plantándose frente a ella—. Si mueres, no habrá victoria alguna.

—Eres más terco de lo que pareces, guerrero —respondió Yeiby con una sonrisa tierna—. Pero por primera vez en mi vida, no me importa que alguien sea terco.

Mientras Yeiby realizaba el ritual, los Señores de Ceniza lanzaron un ataque desesperado. Aresu los enfrentó con toda su fuerza, protegiendo a la elfa incluso cuando su cuerpo comenzaba a fallarle. Cada golpe de su espada era un juramento silencioso: no dejaría que ella cayera.

Cuando el ritual concluyó, Mydranor despertó, un ser de fuego y luz cuya presencia desató una purificación que destruyó a los Señores de Ceniza. Pero el costo fue alto: Yeiby colapsó, su energía casi agotada.

—No puedes dejarme ahora —murmuró Aresu, sosteniéndola en sus brazos—. Me mostraste que aún queda algo por lo que luchar… y ese algo eres tú.

El Renacer

El Dragón Primordial, conmovido por el vínculo entre ellos, compartió una chispa de su propia esencia, restaurando la vida de Yeiby.

Cuando despertó, ella encontró a Aresu a su lado, sus ojos antes endurecidos llenos de ternura.

—Te dije que confiaras en mí —susurró Yeiby, acariciando su rostro.

—Y lo hice… porque tú me enseñaste cómo hacerlo.

Un Amor que Brilla en las Sombras

Desde ese día, Aresu y Yeiby viajaron juntos, no solo como héroes, sino como dos almas destinadas a equilibrar la oscuridad y la luz. Donde Aresu llevaba fuerza y determinación, Yeiby traía esperanza y alegría. Juntos, demostraron que incluso los corazones más heridos podían encontrar consuelo en la llama eterna del amor verdadero.




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