Aresu y Yeiby habían enfrentado juntos innumerables desafíos, fortaleciendo el vínculo que los unía. Su amor, nacido de la lucha y el sacrificio, había iluminado sus vidas incluso en los momentos más oscuros. Pero ahora, frente al portal que conectaba al mundo con el Abismo Oscuro, todo parecía desmoronarse.
Los Hijos del Abismo habían desatado al Fénix Negro, una criatura que devoraba tanto la vida como el alma de los seres vivos. La batalla había alcanzado su clímax, y aunque Aresu y Yeiby luchaban con todo su poder, la criatura parecía imparable.
El Peso de la Profecía
El aire estaba cargado de magia y desesperación. Yeiby, usando su conocimiento de conjuros ancestrales, había descubierto que el portal podía cerrarse, pero solo si alguien sellaba el poder del Fénix desde dentro del Abismo. Lo que no sabía era quién debería cumplir con ese destino.
Mientras ella pronunciaba las palabras de un hechizo protector, Aresu observaba la situación con la claridad fría de un guerrero acostumbrado a tomar decisiones difíciles.
—Yeiby, el portal se está abriendo más rápido de lo que pensábamos. ¿Cuánto tiempo necesitas para terminar el conjuro?
—¡No lo sé! Necesito concentrarme, pero… no puedo hacerlo sola.
Aresu notó la fragilidad en su voz, una rareza en la siempre valiente maga. Se acercó y le tomó la mano.
—Siempre te dije que eres más fuerte de lo que crees. No olvides eso ahora.
Ella asintió, encontrando fuerza en sus palabras.
El Giro Inesperado
El Fénix Negro, enfurecido por la resistencia de los dos héroes, lanzó un ataque devastador. Aresu, con un reflejo instintivo, empujó a Yeiby fuera del camino justo a tiempo. La explosión lo lanzó varios metros, pero sobrevivió gracias a la resistencia de su armadura.
—¡Aresu!—gritó Yeiby, corriendo hacia él.
—Estoy bien, Yeiby. Solo… sigue con el conjuro.
En ese momento, un pensamiento tomó forma en la mente de Aresu. Observó el portal y la criatura que lo protegía, y entendió lo que debía hacerse. La única manera de cerrar el portal era atravesarlo y enfrentarse al poder del Fénix directamente, pero hacerlo significaba no regresar jamás.
Yeiby no sabía lo que él estaba pensando. Mientras ella canalizaba toda su energía para debilitar al Fénix, Aresu tomó su espada y se levantó, con una resolución inquebrantable.
El Sacrificio
—¡Lo tengo! —exclamó Yeiby, mirando a Aresu con una chispa de esperanza en sus ojos—. El conjuro está casi completo. Solo necesito un poco más de tiempo.
Pero Aresu negó con la cabeza.
—No hay tiempo, Yeiby. Si el portal sigue abierto, todo estará perdido.
Ella lo miró, confundida.
—¿Qué estás diciendo?
—Estoy diciendo que esto termina aquí.
Antes de que pudiera reaccionar, Aresu le acarició el rostro y la miró como si quisiera memorizar cada detalle de ella.
—Tú me enseñaste a amar, Yeiby. Me diste una razón para seguir adelante. Si esto es lo que debo hacer para proteger ese amor… entonces vale la pena.
Yeiby abrió la boca para protestar, pero Aresu ya había comenzado a correr hacia el portal.
—¡No! ¡ARESU! —gritó, tratando de alcanzarlo, pero una barrera mágica creada por el Fénix la detuvo.
Aresu volteó una última vez, con una sonrisa triste en el rostro.
—Nunca dejes que esta llama se apague, Yeiby.
Y con un salto, atravesó el portal, espada en mano.
La Luz Final
Dentro del Abismo, Aresu enfrentó al Fénix Negro, canalizando todo el poder que quedaba en su cuerpo. Recordó cada momento con Yeiby: la primera vez que vio su sonrisa, la valentía que ella le inspiró, y el amor que lo había transformado.
Con un grito, clavó su espada en el corazón del Fénix, liberando una explosión de luz que hizo temblar el mundo. El portal se cerró, y el cielo volvió a estar en calma.
Yeiby cayó de rodillas, sintiendo que algo dentro de ella se rompía. Las palabras de Aresu resonaban en su mente: “Nunca dejes que esta llama se apague.”
El Mundo Sin Aresu
La victoria no se sintió como tal para Yeiby. Aunque el mundo estaba a salvo, su corazón estaba destrozado. Regresó sola al reino, llevando consigo la espada de Aresu, que había aparecido misteriosamente a su lado tras la batalla.
En los días siguientes, se dedicó a sanar las tierras devastadas, ayudando a los pueblos y restaurando la paz. Pero cada noche, miraba al cielo y recordaba su sacrificio.
En un rincón de su corazón, se aferraba a una pequeña esperanza: que quizás, en alguna parte, su amor por Aresu podría encontrar una forma de traerlo de vuelta.
Y así, aunque el sacrificio fue inesperado, el amor que compartieron nunca dejó de arder, como una llama eterna en el corazón de Yeiby y en el mundo que él había salvado.