La creación de los Dovahkiin y el origen de Syrax y Alduin
En los albores del mundo, cuando los elementos aún luchaban por equilibrio, nacieron los dos dragones divinos: Syrax, el Dragón de la Luz, y Alduin, el Devorador de Mundos. Syrax representaba la creación y la armonía entre los elementos, mientras que Alduin encarnaba la destrucción y la entropía. Ambos eran opuestos y complementarios, destinados a mantener un delicado equilibrio.
Los dragones, descendientes directos de Syrax y Alduin, eran seres poderosos capaces de alterar el curso de la historia. Sin embargo, fue Syrax quien creó a los primeros Dovahkiin, una raza mitad dragón, mitad humano, para que actuaran como guardianes del equilibrio. Cada Dovahkiin heredaba fragmentos de los poderes dracónicos, pero sólo uno cada mil años sería elegido para convertirse en el Dovahkiin Supremo, un guerrero con el alma de Syrax y el poder absoluto del Thu’um (la voz del dragón).
Sin embargo, la elección del Dovahkiin Supremo no era sólo un don, sino una prueba: quien portara el alma de Syrax también tendría que resistir la tentación de Alduin, cuyo susurro prometía poder ilimitado a cambio de la corrupción.
La batalla antigua: El necromante y Kaelthorn, el Dovahkiin Supremo
Hace mil años, el mundo fue sacudido por la llegada de Vaerith el Eterno, un necromante que descubrió cómo usar los fragmentos del poder de Alduin para dominar la muerte. Su magia le permitió construir un ejército interminable de muertos vivientes, que arrasó reinos enteros y desafió incluso a los dragones.
Kaelthorn, el Dovahkiin Supremo de aquella época, fue llamado a enfrentar a Vaerith. Con el alma de Syrax ardiendo dentro de él, Kaelthorn lideró una resistencia desesperada contra el necromante. La batalla final tuvo lugar en las tierras ahora conocidas como Luntharel. Durante días, los cielos se llenaron de fuego y los gritos de los caídos resonaron en todo el continente.
En el clímax de la batalla, Kaelthorn usó el Thu’um para romper la conexión de Vaerith con el poder de Alduin y sellarlo en un tomo maldito, encerrando tanto al necromante como al fragmento corrupto del dragón. Sin embargo, Kaelthorn pagó un precio alto: su cuerpo fue consumido por el poder del Thu’um, y su alma se unió a Syrax, dejando tras de sí una advertencia:
“El equilibrio es frágil. Cuando los muertos vuelvan a caminar y el caos resurja, el próximo Dovahkiin Supremo deberá enfrentar el mismo destino.”
Ikamelli: El exilio y la redención
Ikamelli, atormentado por su pasado, se refugia en la tierra de los Dovahkiin. Sin embargo, los recuerdos de la noche en que sucumbió al poder de Alduin lo persiguen. Esa noche, la oscuridad se apoderó de su alma, y bajo la influencia del dragón, masacró su aldea natal, incluyendo a su amada Izzy, quien era la Paladín Suprema.
Un día, su refugio es interrumpido por un grupo liderado por una elfa oscura necromante. Entre sus filas está Izzy, reanimada como una guerrera zombie. La necromante acusa a Ikamelli de ser un traidor a los Dovahkiin, y aunque Ikamelli intenta explicarse, Izzy lo enfrenta en combate.
Durante la batalla, Izzy recupera brevemente su conciencia y le dice:
“No puedes seguir huyendo. Busca el altar de Syrax, acepta tu destino y haz lo que no pudiste en vida.”
Tras ser derrotado, Ikamelli decide buscar el altar de Syrax, un lugar sagrado donde los Dovahkiin de antaño enfrentaban sus pruebas más difíciles.
El altar de Syrax: La prueba del Dovahkiin Supremo
El altar de Syrax, un sitio antiguo rodeado por montañas y protegido por dragones guardianes, emana una energía luminosa. Allí, Ikamelli tiene una visión: Syrax y Alduin aparecen ante él como enormes dragones etéreos.
Syrax, resplandeciente, le dice:
“Ikamelli, has cargado con la culpa de tu pasado por demasiado tiempo. El destino de los Dovahkiin recae sobre tus hombros, pero primero debes enfrentarte a ti mismo.”
Alduin, con una voz oscura y serpenteante, susurra:
“Eres mío, Ikamelli. Siempre lo has sido. Abraza mi poder y deja de luchar contra lo inevitable.”
En ese momento, Ikamelli revive la noche en que sucumbió a Alduin. Ve a Izzy mirándolo con lágrimas en los ojos antes de que su espada cayera sobre ella. Pero esta vez, en la visión, Ikamelli decide resistir. Se niega a seguir culpándose y se enfrenta a Alduin con el corazón abierto.
Syrax, al ver su decisión, fusiona su alma con la de Ikamelli, otorgándole el poder del Thu’um. El rugido de Ikamelli resuena en todo Luntharel, marcando el regreso del verdadero Dovahkiin Supremo.
La búsqueda de Naty y el peso del Fénix Negro
Mientras Ikamelli se enfrentaba a su destino como Dovahkiin Supremo, Aresu y Yeiby emprendían su propia travesía para encontrar a su amiga desaparecida, Naty. Lo que comenzó como una búsqueda se convirtió en una prueba personal para cada uno, revelando sus propios miedos, dudas y fortalezas.
La última carta de Naty
Días antes de que Naty desapareciera, envió una carta incompleta a Yeiby, mencionando una tumba antigua y la leyenda del Dovahkiin Supremo. Las palabras se interrumpían abruptamente, dejando un rastro inquietante.
Yeiby, preocupada por su amiga, decidió acudir a los sabios de los elfos antiguos en el reino de Luntharel, quienes podrían saber algo sobre la tumba mencionada. Sin embargo, ninguno tenía respuestas concretas, solo advertencias sobre una maldición que había consumido a quienes intentaron explorar esos territorios.
“Ella nunca habría ido allí sola,” murmuraba Yeiby mientras Aresu intentaba tranquilizarla. A pesar de su fortaleza, Yeiby comenzaba a sentirse cada vez más impotente, algo que la aterraba más que cualquier enemigo físico. Naty era más que una amiga; era como una hermana, y su vínculo era uno de los pocos lazos que Yeiby había mantenido inquebrantables.