La Llama Eterna

La Llama Eterna 7: El Renacimiento de Alduin

El rugido que estremeció el mundo

Han pasado diez años desde que el Fénix Negro fue derrotado, pero las cicatrices del conflicto aún marcan el paisaje de Luntharel y los corazones de sus habitantes. La paz, frágil como el cristal, fue interrumpida por un rugido que resonó en los cielos como un presagio oscuro. Alduin, el Dragón Devorador de Mundos, había renacido.

El Dragón Primordial ascendió desde los abismos del tiempo, desatando un ejército de dragones bajo su control. Estas criaturas devastaron ciudades y reinos enteros, dejando a su paso ruinas humeantes y gritos de desesperación. Una de esas ciudades fue Ildoria, un pequeño pero próspero asentamiento montañoso.

En ese lugar vivían dos hermanos: Hakuna y Elecia. Eran niños en el momento de la catástrofe, pero lo que presenciaron marcó sus almas para siempre. Alduin y sus dragones destruyeron su hogar, redujeron su ciudad a cenizas y, lo más doloroso, arrancaron la vida de sus padres frente a sus ojos.

Hakuna, de apenas diez años, abrazó a su hermana menor mientras las llamas devoraban su mundo. Elecia, con tan solo ocho años, prometió entre lágrimas que algún día vengarían a sus padres y reconstruirían su hogar. Vagaron por bosques y caminos, hambrientos y desamparados, hasta que un monasterio de artes marciales los acogió.

Durante años, los dos entrenaron con disciplina férrea. Hakuna se volvió un prodigio del combate cuerpo a cuerpo. Podía imitar cualquier técnica con una precisión asombrosa, como si hubiera nacido con la capacidad de absorber los movimientos de otros. Era relajado y jovial, pero nunca rechazaba un desafío, y su determinación lo convirtió en el guerrero más fuerte del monasterio.

Elecia, por su parte, destacó por su agilidad e inteligencia. Dominó el uso de toda clase de armas, desde dagas y espadas hasta arcos y lanzas. Su mente estratégica le permitía prever los movimientos de sus oponentes y adaptarse en el combate. Sin embargo, su espíritu desafiante y sus agallas no siempre agradaban a los maestros, quienes, tras varios conflictos, decidieron expulsarlos.

Sin rencor, pero con un nuevo propósito, Hakuna y Elecia emprendieron un viaje. Habían prometido vengar a su familia y a todos aquellos que habían caído bajo las garras de Alduin.

Destinos entrelazados

La luna brillaba en su plenitud, iluminando una polvorienta taberna en las afueras de un poblado. Dentro, el grupo de Aresu, Yeiby, Ikamelli y Naty descansaba después de una ardua travesía. Aresu, ahora despojado de sus poderes, mantenía una serenidad que ocultaba su preocupación por los recientes rumores sobre Alduin.

En una mesa cercana, Hakuna y Elecia compartían una modesta cena. Sus ojos, llenos de determinación, observaban cada rincón del lugar, siempre alertas. Aunque no cruzaron palabras, hubo un momento en que las miradas de los dos grupos se encontraron, como si el destino tejiera un hilo invisible entre ellos.

De repente, un estruendo sacudió la tierra. Las paredes de la taberna se agrietaron y un rugido aterrador llenó el aire. Un dragón, imponente y cubierto de escamas negras como la noche, descendió del cielo y lanzó un aliento de fuego que redujo la mitad del edificio a escombros.

En un instante, los seis reaccionaron. Hakuna y Elecia se lanzaron al combate con una sincronización impecable. Hakuna enfrentó al dragón cuerpo a cuerpo, esquivando con destreza sus zarpazos y lanzando golpes certeros a sus puntos débiles. Elecia, con una combinación de armas, flanqueaba a la criatura, mientras sus movimientos ágiles la hacían parecer una sombra inalcanzable.

Por su parte, Yeiby desató su magia luminosa, cegando al dragón con un resplandor deslumbrante, mientras Naty, con su habilidad tanto en hechizos como en dagas, aprovechaba cada apertura para atacar. Ikamelli, con su fuerza y maestría, soportaba los embates del dragón, protegiendo al grupo en los momentos críticos.

Aresu, aunque sin poderes, demostró que su experiencia como guerrero seguía intacta. Coordinó a sus compañeros con gritos y estrategias rápidas, ayudando a mantener el equilibrio en el combate.

Finalmente, después de una feroz batalla, el dragón cayó. Sus escamas ennegrecidas quedaron esparcidas por el suelo, y su aliento de fuego se apagó para siempre. Exhaustos pero victoriosos, los seis formaron un círculo alrededor de una fogata improvisada.

Esa noche, bajo un cielo estrellado, compartieron sus historias. Hakuna y Elecia hablaron de su pasado y de la promesa que los mantenía en pie. Aresu y su grupo contaron sus propias tragedias y victorias. Fue entonces cuando todos comprendieron que sus destinos estaban entrelazados, unidos por el mismo enemigo: Alduin.

Capítulo 3: La amenaza creciente

El amanecer llegó lentamente, bañando las ruinas de la taberna en un suave resplandor dorado. Las cenizas del dragón aún humeaban, y los seis viajeros se pusieron en marcha, conscientes de que el ataque no era un incidente aislado. Alduin estaba moviendo sus piezas, y el tiempo para detenerlo se agotaba rápidamente.

Mientras caminaban, el grupo se adentró en los llanos de Fyrneon, una vasta región de colinas onduladas y bosques densos. La camaradería crecía con cada paso, pero también lo hacía la tensión. Los rastros de destrucción eran evidentes: aldeas quemadas, campos calcinados, y los restos de caravanas que nunca llegaron a su destino.

Hakuna, siempre observador, señaló un conjunto de huellas gigantescas que se alejaban hacia el norte.

—Esto no es obra de un dragón cualquiera —comentó mientras tocaba las marcas profundas en la tierra.

—Son huellas de un dragón de hielo —dijo Naty, agachándose junto a él. Su conocimiento tanto de criaturas mágicas como de tácticas se hacía evidente en cada palabra.

Ikamelli, que caminaba detrás con su expresión siempre serena, añadió:

—Si un dragón de hielo está tan lejos de su territorio, significa que Alduin lo ha convocado. No será fácil enfrentarlo, pero si trabaja junto a otro dragón, estaremos en peligro real.




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