La Llama Eterna

La Llama Eterna 8: Una Ultima Esperanza

El abismo de Oblivion era un lugar donde el tiempo parecía desvanecerse, donde las almas errantes eran absorbidas por las sombras eternas. Aresu, quien había dado su vida para salvar a Elecia, se encontraba atrapado en la inmensidad de ese reino oscuro. Su alma flotaba en una niebla densa y sombría, un espacio donde las emociones y los recuerdos se desvanecían como ecos lejanos. No obstante, algo dentro de él seguía vivo, como una chispa inquebrantable. Su amor por Yeiby, su amistad con Ikamelli, Naty, Suryon, Hakuna y Elecia, seguían dándole fuerzas.

Mientras Aresu luchaba por mantener su identidad en medio de esa oscuridad, su destino no estaba sellado. En el mundo mortal, sus amigos no olvidaban la valiente decisión que Aresu había tomado. Aunque la tristeza invadía sus corazones, no estaban dispuestos a rendirse. Sabían que, en algún rincón de la existencia, Aresu aún podía regresar. Pero para lograrlo, debían desafiar las leyes de la vida y la muerte.

El Ritual del Renacimiento

Ikamelli, el Dovahkiin Supremo, había entrenado por años en las antiguas artes de los dragones. Durante su tiempo en el monasterio, había aprendido a invocar energías ancestrales, y ahora, sabía que tenía el poder de atravesar las fronteras entre los mundos. Había estudiado los secretos olvidados de los dragones primordiales, y su habilidad para conectar con las fuerzas cósmicas era única. Pero lo que iba a hacer era un sacrificio inmenso, un riesgo que solo los más poderosos se atreverían a asumir.

Con la ayuda de Naty, cuya habilidad mágica y agilidad eran esenciales para los desafíos que vendrían, comenzaron a preparar el ritual. Suryon, el dragon cuyo poder provenía de su capacidad para absorber energías oscuras, también fue clave en el proceso. Elecia y Hakuna, quienes habían sido expulsados del monasterio debido a su indomable voluntad, tomaron la delantera en el aspecto táctico y físico del viaje. Juntos, formaron un grupo unido y determinado a traer a Aresu de vuelta, enfrentando los peligros que se interpondrían en su camino.

El altar que habían encontrado estaba en las Montañas del Viento Silente, un lugar donde los dragones primordiales habían dejado su huella. Las energías que emanaban de ese sitio eran antiguas, cargadas de magia y poder. Para abrir el portal hacia Oblivion, el grupo debía concentrarse, uniéndose a través de la fuerza de sus corazones y sus espíritus. Con una sola voz, comenzaron a recitar antiguos hechizos, invocando la magia ancestral que permitiría atravesar los límites entre la vida y la muerte.

Pero mientras el portal comenzaba a abrirse, las fuerzas oscuras de Oblivion comenzaron a atacar. Criaturas de sombra y espectros de almas perdidas intentaron detenerlos, pero el grupo luchó sin vacilar. Hakuna y Elecia, con su agilidad y destreza, defendían a sus compañeros, mientras Naty y Suryon se encargaban de canalizar las energías mágicas que necesitaban. Ikamelli, con su dominio sobre los dragones y su conexión con las fuerzas cósmicas, lideró el ritual, incluso cuando la oscuridad intentaba consumirlos.

La Resistencia de Aresu

Dentro de Oblivion, Aresu sentía el portal acercándose, pero la resistencia de las fuerzas oscuras de ese reino era feroz. Las sombras intentaban consumir su alma, sus recuerdos y su voluntad. Sin embargo, algo dentro de él no se rendía. El amor por sus amigos, la promesa de Yeiby y el sacrificio de Ikamelli lo mantenían fuerte. Sintió como una energía desconocida comenzaba a atravesar las barreras del abismo, trayéndolo de vuelta a la vida.

En ese momento, Oblivion comenzó a temblar. Las fuerzas oscuras se rebelaron contra el intento de resucitar a Aresu, pero la conexión con sus amigos fue más fuerte. Mientras el portal se abría, Aresu comenzó a recuperar su forma física, pero no sin sacrificios. La batalla por su alma fue larga y ardua, pero la luz de sus amigos, que luchaban con todo su ser, lo guiaba. De repente, el peso de la oscuridad cedió, y Aresu, con todo su ser restaurado, emergió del abismo.

El Sacrificio de Ikamelli

En el mismo instante en que Aresu atravesó el portal, Ikamelli cayó al suelo, agotado por el poder que había usado para invocar el renacimiento de su amigo. La energía de los Dovahkiin es vasta, pero en un acto tan grande, incluso los más poderosos deben pagar un precio. Ikamelli, exhausto y herido, apenas pudo mantenerse en pie. Aunque su sacrificio fue monumental, él sabía que su deber ya estaba cumplido. Había salvado a Aresu, pero su alma, como la de todos los Dovahkiin, había estado ligada al destino de la humanidad. Había dejado su último aliento para que su amigo regresara.

La Reunión con Yeiby

Aresu, con las manos extendidas, fue recibido por Yeiby, quien no podía creer lo que veía. A su lado, el pequeño dragón de luz, que había nacido del huevo encontrado en las Montañas de Alduin, lo observaba con ojos brillantes. El pequeño dragón, que había crecido junto al grupo, ahora tenía un vínculo especial con Yeiby. Aunque no poseía muchas fuerzas, su valentía y su naturaleza protectora lo convirtieron en un aliado invaluable. El dragón de luz, al ver a Aresu regresar, lanzó un rugido de alegría, iluminando la escena con su resplandor.

La reunión fue emotiva, y las lágrimas de Yeiby no podían ocultar la alegría de ver a Aresu de nuevo. El dolor de la pérdida de su compañero había sido profundo, pero ahora, con su regreso, sentían que el destino de todos estaba más unido que nunca. Aresu, en sus brazos, había vuelto a la vida, pero el costo de su regreso era evidente. Los sacrificios de Ikamelli, de Naty, de Suryon, de Hakuna y Elecia, fueron parte del precio que todos debieron pagar para restaurar el equilibrio.

La Esperanza y el Futuro

El grupo se reunió en silencio, contemplando el horizonte. La batalla contra Alduin había dejado cicatrices en todos ellos, pero el amor y la unidad seguían siendo la fuerza más poderosa. Aresu, ahora restaurado, sentía que su destino aún no estaba sellado. Aunque había regresado del abismo, el futuro aún era incierto. Sabían que los desafíos que se avecinaban no serían fáciles, pero juntos, no había oscuridad que pudiera apoderarse de ellos.




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