El lugar se asemejaba a un jardín cuyas plantas estaban secas y muertas. Unas columnas de piedra unidas por arcos formaban una galería circular cubierta de enredaderas sin vida. El suelo empedrado era viejo y agrietado como si hubieran pasado los años y nadie se hubiera preocupado en arreglarlo. Un manto de hojas secas lo cubría todo y en el centro del lugar se alzaba un gran árbol de grueso tronco blanquecino, cuyas ramas se abrían en todas direcciones creciendo hacia el cielo como si lo quisieran tocar.
Insegura, caminó hacia el centro del lugar sintiendo que una fuerza invisible la arrastraba hacia el árbol. Una vez ante él, se dejó dominar por aquella sensación y posó su mano sobre el tronco. De repente, notó una corriente recorrer todo su cuerpo, calentando cada una de sus células. No entendía de donde provenía aquello, pero lo que vio la hizo estremecerse, pues este había comenzado a revivir. Su tronco y ramas se tornaron lustrosos y fuertes, las hojas caídas flotaron en el aire como si las meciera una dulce brisa, revoloteando hacia las ramas donde se anclaron. Después, como si se tratase del cambio de estación, estas se volvieron doradas y brillantes como el oro.
«Blanca»
Escuchó una voz en su cabeza. Apenas un murmullo, pero la palabra había sido clara.
«Blanca»
Alguien la llamaba, pero no sabía quién podía ser. Estaba sola en aquel extraño lugar.
«Blanca»
Abrió los ojos. Siempre despertaba en ese momento, como si algo la arrastrase de vuelta a la realidad. Miró el techo de vigas de madera de su habitación donde colgaban los pequeños móviles, que se balanceaban con la brisa de la mañana proveniente de la ventana abierta. La alarma de su móvil sonó en ese momento. Era un recordatorio del calendario. Ojeó la pantalla y sonrió. La actuación de Iván —uno de sus mejores amigos— tras el concierto de Los Hijos de Satán. Además, era la ocasión perfecta para reunirse con sus amigos del instituto que habían venido a pasar las vacaciones de verano y las fiestas.
Con rapidez, se vistió y fue a la cocina a desayunar. Su madre se encontraba preparando la comida. En cuanto la vio, le dio un fuerte abrazo y un sonoro beso de «Buenos días» como hacía todas las mañanas. Su padre se había levantado temprano para ir a trabajar. Mientras desayunaba, le llegó un mensaje del “WhatsApp”. Miró la pantalla.
Amanda: ¡Está noche nos vemos!
Blanca: Lo estoy deseando.
Amanda: ☺
—Cielo, vas a llegar tarde a trabajar —le dijo su madre.
—Llegaré bien, no te preocupes —la tranquilizó Blanca.
Desayunó con rapidez y se marchó a trabajar. Salió al patio y se dirigió a la puerta que comunicaba con el castillo.
Blanca y sus padres vivían en la antigua casa del guarda del castillo. Este estaba muy bien conservado a pesar de los muchos años que tenía. Sus murallas y torres seguían en pie, incluso el gran torreón. Todo el complejo se hallaba en lo alto de una colina, lo que en tiempos de guerra le había otorgado una posición ventajosa a la hora de defenderlo contra invasores. Recibía visitas turísticas continuamente, sobre todo en verano.
—Buenos días papá —lo saludó cuando entró en la sala de ventas. Su padre llevaba el uniforme de trabajo; camisa blanca y pantalones oscuros.
—Hola cariño —le dijo su padre con sonrisa amable—. Llegas justo a tiempo para la primera tanda de turistas.
Blanca era la guía turística del castillo, vendía las entradas y a veces daba alguna charla. Su padre era el conserje y el vigilante. Aquellos días de verano y aprovechando las fiestas locales del pueblo, el castillo recibía más visitas que durante el invierno. Trabajaban por las mañanas y por las tardes, respetando siempre el horario de las comidas.
Al anochecer, Blanca se encargó de desalojar el castillo de turistas, mientras su padre revisaba los baños.
—Justo a tiempo para la cena —dijo su padre cuando cerró las grandes puertas del castillo.
Padre e hija regresaron a casa donde les esperaba la madre de Blanca con la mesa puesta y la cena servida. Cenaron en familia mientras conversaban como solían hacer siempre. Su madre sacó de la nevera una pequeña tarta de cumpleaños con una vela y comenzó a cantarle «Cumpleaños Feliz» a Blanca. Ella se sonrojó muerta de la vergüenza y se tapó la cara con las manos.
—Vamos cielo, pide un deseo y sopla las velas —le aconsejó su madre sonriendo.
—Pero si mi cumpleaños es mañana —comentó Blanca.
—Queríamos darte una sorpresa y ser los primeros en felicitarte —puntualizó su padre.
Blanca les sonrió, cerró los ojos pensando en un deseo y sopló la vela.
Comieron un trozo de pastel y enseguida Blanca se fue a su habitación para cambiarse de ropa. Se duchó y se arregló con tiempo para asistir al concierto.
A media noche, Blanca se despidió de sus padres y se encaminó hacia el sendero del parque que había bajo el castillo. Se cruzó con mucha gente que se dirigía a la gran explanada donde se había colocado un escenario con focos, luces, altavoces y amplificadores de sonido. Se había colocado una larga barra que en aquel momento estaba atestada de gente. Tras el escenario se había montado una carpa para usar de camerino.