Todo a su alrededor estaba oscuro. Olía a humedad y se escuchaba el constante goteo de agua filtrándose por alguna parte. Se puso en pie con cierta dificultad tanteando con las manos el suelo y las paredes. No parecía que estuviera en aquella extraña sala del castillo. Todo aquel lugar era de roca, no de piedra cincelada y trabajada.
No podía ver nada. Asustada y preocupada buscó a tientas en sus bolsillos su móvil. Una vez en sus manos, tocó la pantalla para desbloquearlo, pero no sucedió nada, estaba en negro. Extrañada, Blanca probó a encenderlo pulsando el botón lateral por si se había apagado. Pero el móvil no reaccionaba. No entendía cómo era posible, ya que siempre lo cargaba por la noche antes de dormir. Además, sabía que funcionaba perfectamente. Intentó sin éxito encenderlo un par de veces por lo que terminó guardándolo.
Todavía no sabía dónde se encontraba exactamente, de modo que tanteó a ciegas la pared y comenzó a caminar un tanto insegura buscando alguna señal que pudiera facilitarle donde se encontraba.
—¡Hola! —gritó a la oscuridad.
Su propio eco le respondió. Aquello le dio una pista, estaba en una cueva. Alarmada, se preguntó cómo había ido a parar allí. Cientos de preguntas surgieron en su mente, pero no tenía respuestas para ninguna de ellas.
Decidida a salir de allí, deslizó sus manos por la pared rocosa y caminó. Poco a poco su visión se fue adaptando a la oscuridad, por lo que fue más fácil guiarse. Pudo apreciar una estrecha grieta en la pared hacia la derecha. Entró en una pequeña galería iluminada por una luz en su otro extremo. Avanzó hasta una caverna más grande que la anterior. Un pequeño resquicio de luz se filtraba por un agujero del techo iluminando tenuemente el lugar. Se situó bajo el haz y alzó la vista al agujero donde pudo ver el cielo estrellado y la luna llena. Al menos sabía que era de noche y que la cueva no era tan profunda como se había imaginado. Dirigió su mirada hacia las paredes y apreció otra abertura al otro lado.
Sonriendo caminó con paso decidido hacia ella, pero tropezó y cayó hacia delante rompiendo algo bajo su peso. Lo que tocó era liso y diferente a la roca. Decidió mirar hacia sus manos donde había un montón de huesos humanos. El pánico se apoderó de ella y gritó horrorizada. De repente, el suelo tembló con violencia y del techo comenzaron a caer piedras y rocas. Se puso en pie apresuradamente y corrió asustada. Tenía que salir de allí cuanto antes. Corrió tropezando con rocas que habían caído, pero aquello no le impidió seguir adelante. Pronto pudo ver la salida de la cueva gracias a la luz de la luna que se filtraba.
Exhausta alzó la vista al cielo estrellado. Una fresca brisa sopló moviendo su pelo y enfriándole el sudor de la cara. Observó que la cueva estaba en una colina oculta tras unos arbustos. Blanca miró al horizonte esperando encontrar alguna luz de casas o señales. Pero no había nada, ante ella se podía vislumbrar un inmenso bosque iluminado por la luna.
«¿Dónde demonios estoy?» se preguntó Blanca extrañada.
Decidió probar de nuevo a encender su móvil, pero no sucedió nada. Lo guardó y se apoyó contra la pared de roca que formaba parte de la entrada de la cueva pensando qué hacer. ¿Debía quedarse junto a la entrada de la cueva y esperar a que amaneciera? ¿Internarse en el bosque y buscar ayuda? Estaba indecisa.
«Blanca». La llamó una voz en su cabeza.
«Blanca». Se tornó más intensa que antes.
No escuchaba nada más, solo aquella voz que la llamaba en su cabeza. Como si estuviera hipnotizada, Blanca caminó directamente hasta la linde del bosque y se internó en él. Todo se tornó oscuro. Vagó por el bosque guiada por aquella voz que la había sumido como en un trance hasta que cesó.
Parpadeó desconcertada pues no recordaba nada. Se preguntó cómo había llegado hasta allí y que haría para encontrar de nuevo la linde del bosque que daba a la colina de la cueva. Permaneció quieta unos momentos tomando conciencia de lo que había pasado y después decidió seguir caminando.
Escuchó los sonidos de los grillos, aullidos de lobos en la lejanía, el ulular de los búhos y el crujir de sus pasos al caminar. Algunas aves que no pudo reconocer volaron de las ramas de los árboles espantadas por el ruido que provocaba. De repente, percibió que algún animal nocturno se movía cerca de ella entre los arbustos. Aquello la asustó de tal forma que su instinto de supervivencia volvió a activarse y se obligó a correr a toda velocidad.
Sorteó arbustos, troncos caídos y ramas. En su carrera no se percató de que el terreno era abrupto y tropezó, cayendo y rodando mientras se golpeaba y arañaba gritando asustada. Rodó hasta golpearse fuertemente contra una roca en la cabeza y aturdida perdió el sentido.
Al finalizar la canción escucharon un grito en la lejanía. Todos los miembros de la Compañía Lerald se miraron unos a otros extrañados. Omer y Bertio, los hombres más robustos de la compañía, cogieron sus dagas, dos faroles y se adentraron en la espesura del bosque, dejando al resto de sus compañeros en el campamento.
No se habían alejado mucho cuando hallaron a una joven desmayada. Le brotaba sangre de un lado de la cabeza, pero respiraba. Su extraña indumentaria les llamó la atención.
—¿De dónde habrá salido esta muchacha? —preguntó Omer alumbrando los alrededores con el farol.
—Será mejor que la llevemos al campamento para que Sabyne se ocupe de esa herida —comentó Bertio mientras cogía en brazos a la muchacha—. Después echaremos un vistazo al lugar para ver si encontramos de donde ha venido.