Frío. Solo sentía frío. El agua estaba helada. Pero a pesar de ello, sentía un dolor punzante que le recorría todo el brazo. Se sentía paralizada, aun estando consciente. Luchó por mantenerse a flote y no hundirse en el agua caudalosa. Pero la corriente la arrastraba, la hundía y no le daba cuartel para mantenerse en la superficie. Al final se dejó ir.
Sabyne tiró de una inconsciente Blanca para sacarla del agua en la orilla del río. La zarandeó para que despertara, procurando no tocar la flecha que sobresalía de su hombro izquierdo.
—¡Vamos Blanca, despierta! —gritó Sabyne desesperada— ¡Despierta!
Tumbó a la joven de lado y esta comenzó a toser expulsando el agua que había tragado. Sabyne suspiró aliviada.
Blanca la miró aturdida.
—¿Qué ha pasado?
—Te hirieron y caímos al río —respondió Sabyne—. Venga, arriba.
Con mucho cuidado ayudó a Blanca a levantarse. Le pasó el brazo por la cintura y la ayudó a caminar.
—Hay que quitarte esa flecha cuanto antes —Sabyne la guio por la orilla del río procurando que no se tropezara ni cayera al suelo—. No te pares.
Blanca se dejó guiar.
—¿Adónde vamos?
—A una aldea no muy lejos de aquí. Tengo una amiga allí que nos ayudará.
—¿Está lejos esa aldea?
—No mucho, vamos.
Aquel día, Kaleb había decidido ayudar a su madre a recoger las plantas que necesitaba para sus ungüentos y tónicos. Desde niño, su madre le había enseñado a él y a su hermana pequeña Ryna, como cogerlas y las propiedades que poseían. Llevaba una cesta, unas tijeras y unos guantes de cuero, pues algunas eran muy peligrosas como para cogerlas con las manos descubiertas.
Vivían en Tedale, una pequeña aldea situada cerca del río Boltya. Su pequeña casa había sido construida próxima al viejo torreón que había cerca de allí. Kaleb y su familia eran los únicos que se acercaban a la abandonada torre, derruida y cubierta de maleza semejante a un manto sobre la piel. Hacía tiempo que aquel edificio estaba deshabitado. Corrían rumores de que antaño habían vivido en él unos hechiceros provenientes de Elrrys y que habían estado protegiendo la aldea hasta que un buen día desaparecieron sin explicación por lo que los aldeanos temían acercarse.
Entretenido, se afanó en su trabajo depositando las plantas con extremo cuidado en la cesta, separándolas con retales de tela para evitar que se mezclasen. Al cabo de un rato, la cesta estaba llena, de modo que se incorporó dispuesto a ir a casa, cuando las vio.
Dos mujeres caminaban por la orilla del río. Una de ellas andaba con cierta dificultad mientras la otra la ayudaba. No fue hasta que se acercaron cuando pudo reconocer a su tía Sabyne, —como la solía llamar—, aun sabiendo que no eran familia. Inmediatamente soltó la cesta y corrió hacia ellas para ayudar a su tía.
—¡Tía Sabyne! —gritó.
—Kaleb, ayúdame a llevarla hasta tu casa —pidió la interpelada suspirando aliviada.
El joven se fijó en la muchacha que cargaba Sabyne. Debía de ser unos años más joven que él. Su cabello oscuro caía en cascada sobre su rostro y unos grandes y expresivos ojos castaños lo miraron. Se percató entonces de la flecha que llevaba clavada en el hombro. Con cuidado, se apresuró a coger en brazos a la joven para que Sabyne descansara y caminaron con premura hacia la casa y entraron.
—¿Ya has traído las plantas que necesito, hijo? —preguntó su madre, que estaba vigilando una olla que había puesto al fuego.
—¡Madre, te necesitamos! —gritó Kaleb.
Su madre se dio la vuelta al momento sobresaltada. Observó a la muchacha herida que su hijo llevaba en brazos un instante y se puso manos a la obra.
—Ryna, mi instrumental —ordenó—. Sabyne, ayúdame a despejar la mesa.
La superficie de madera estaba llena de tarros y frascos con plantas, tónicos y ungüentos. Con rapidez lo quitaron todo y Kaleb depositó a la muchacha con cuidado.
—¿Qué es lo que ha sucedido? —quiso saber la madre de Kaleb mirando a Sabyne.
—Hierros Negros.
Al escuchar aquello, no hizo falta más explicación. La mujer se afanó en sacar un frasco con un líquido transparente. Vertió un poco en un pequeño vaso y se lo dio a la muchacha.
—Bebe esto, hará que no sientas dolor —indicó a la joven.
La dormidera no tardó en hacer efecto y la paciente se sumió en un profundo sueño. Entre Sabyne y la madre de Kaleb desnudaron a la joven y la taparon con una sábana para poder tener un mejor acceso a la flecha y la herida.
Kaleb evitó mirar a la joven mientras la desnudaban, pues su madre le había enseñado a respetar a una mujer. Obedeció en todo lo que le pidió su madre. Aun dormida, la joven se movió mientras le extraían la flecha. La herida fue desinfectada, cosida y vendada. Después de la intervención, la muchacha fue colocada en la cama para que estuviera más cómoda y descansara tras ataviarla con un viejo camisón.
Tras curar a la joven y recogerlo todo, Mariam le proporcionó a Sabyne ropa seca. Después todos tomaron asiento alrededor de la mesa.