La Llamada de Erysald

Vigilada

A la mañana siguiente, Blanca despertó debido al jaleo que escuchaba de fondo.

—A levantarse dormilona —la alentó Mariam sonriendo.

—Madre te ha dejado dormir por tu herida —indicó Ryna acercándose a la cama que ocupaba Blanca.

—Vamos, antes de desayunar le echaré un vistazo a los puntos —Mariam le indicó que se sentara en una silla junto a la ventana—. Ryna, prepara unas vendas limpias y el ungüento para cerrar las heridas.

La interpelada obedeció y preparó todo lo necesario sobre la mesa. Kaleb las observaba apostado en la pared al otro lado de la estancia con mirada seria. Mariam quitó el cabestrillo y retiró las vendas poco a poco.

—¡No puede ser! —murmuró de repente sorprendida—. Es imposible.

—¿Algo va mal, Mariam? —preguntó Blanca preocupada.

Ryna y Kaleb extrañados, se acercaron a su madre y miraron el hombro de Blanca.

—¡La herida no está! —exclamó Ryna asombrada.

—Es imposible —murmuró Kaleb anonadado.

—¿Cómo que no hay herida? —la incertidumbre de Blanca podía percibirse en su voz.

—Ha desaparecido sin más —respondió Mariam.

—Eso es imposible —negó la muchacha nerviosa.

—Míralo tú misma —Ryna le llevó un pequeño espejo de mano. Blanca lo sostuvo en alto intentando apuntar hacia su hombro herido.

Mariam tenía razón, no había ninguna herida ni tampoco puntos, en su lugar había una pequeña cicatriz apenas perceptible.

—¿Cómo es posible? —preguntó en shock—. Esto no puede ser real.

—Opino lo mismo —comentó Mariam—. En los años que llevo ejerciendo este oficio, jamás vi nada igual.

—Tiene que haber alguna explicación, madre —insistió Kaleb—. Esto no es normal.

—Lo sé hijo, pero no hay ninguna explicación para esto.

—Entonces… ¿Blanca esta curada? —intervino Ryna.

—Por lo que puedo ver, sí, lo está —Mariam sonrió a la joven—. Ya no hace falta más reposo, ni descanso. Puedes hacer una vida normal.

—¿Seguro Mariam? —habló una indecisa Blanca— ¿No sientes curiosidad de cómo es que estoy curada de repente?

—Me encantaría tener una explicación, pero dudo mucho que la encontremos, estás igual de sorprendida que nosotros.

Blanca asintió y dejó el espejo sobre la mesa, inmersa en sus cavilaciones y pensamientos. Lo cierto era que cuando se había golpeado o herido siempre se le había curado muy rápido, pero nunca le había dado ninguna importancia.

—Vamos, será mejor que desayunemos y empecemos cuanto antes el día —indicó Mariam sonriendo.

Ryna cogió el espejo y lo dejó en su sitio, mientras su madre guardó las vendas y el ungüento, Kaleb encendió el fuego de la chimenea y Blanca ayudó a poner la mesa junto a Ryna.



El desayuno fue sencillo y austero; pan, queso y leche. Al parecer la panceta se había acabado el día anterior.

—Me gustaría ayudaros con vuestras tareas —comentó Blanca rompiendo el silencio—. Para agradeceros el haberme ayudado y que me hayáis acogido en vuestra casa.

—No hace falta, Blanca, eres nuestra invitada —indicó Mariam sonriendo con amabilidad.

—Con más motivo, me gustaría devolveros el favor.

—Bueno, siempre vienen bien un par de manos más.

Blanca sonrió satisfecha de sentirse útil.

Después de fregar los cacharros del desayuno, todos se pusieron a trabajar. Mariam le encargó a Ryna que le diera algunas tareas que hacer a Blanca y luego se marchó a la aldea. Las dos muchachas se repartieron las tareas de la casa, mientras Kaleb se encargaba de los animales y el establo.

Estar ocupada le hacía no pensar en que no estaba en su mundo, ni en casa. Blanca se concentró en realizar bien sus tareas y dejó a un lado sus preocupaciones, aunque había algo que rondaba por su cabeza. ¿Qué era lo que había sucedido? ¿Cómo es que ahora tenía una cicatriz en vez de una herida reciente? No había una explicación coherente para aquello. Más preguntas se almacenaron en su cabeza junto a las otras que tenía desde que estaba en aquel lugar.



Aprovechando que Ryna y Blanca estaban ocupadas con las tareas de la casa, Kaleb se escabulló y fue en busca de sus amigos a la aldea intentando no ser visto por su madre. Por suerte sabía dónde encontrarlos, Sem estaba trabajando en la forja con su padre pues vivían en la única herrería de la aldea, que proporcionaba herramientas del campo y herraba a los caballos y animales que lo necesitasen.

—Hola Sem, señor Bolthawk —los saludó Kaleb sonriendo.

—Kaleb, sé bienvenido, ¿qué deseas? —le preguntó Jored, el padre de Sem.

—Necesito hablar con Sem, es importante.

Jored miró a su hijo un momento y asintió. Sem se quitó el delantal de cuero y siguió a su amigo.

—¿Qué sucede, Kaleb?

—Tenemos que reunirnos con los demás —indicó Kaleb sin detenerse.




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